donostia - La irrupción de Glovo en Donostia es reciente, a diferencia de ciudades como Barcelona en la que usted trabaja. ¿Qué les aguarda en Gipuzkoa a los trabajadores de esta plataforma digital?
-Unas condiciones de trabajo que probablemente sean de las peores que se pueden encontrar ahora mismo en España. No cobras nada si te pones enfermo o no puedes ir trabajar por el motivo que sea. En caso de accidente con la bicicleta o con la moto estás totalmente desamparado. Aunque Glovo sí tiene suscrita una póliza de seguro, todo es muy precario y ante cualquier duda esta plataforma se desentiende.
¿En qué sentido?
-El contrato implica la obligación del empresario de estar volcado en garantizar unos derechos laborales. Pero lo que plantea Glovo es un contrato de trabajador autónomo dependiente, o sea, un falso autónomo.
¿Las demandas en qué términos se están planteando? ¿El trato debe ser el de un asalariado pese a pagar una cuota de autónomos?
-Exacto. Desde el sindicato estamos planteando en el juzgado de lo social el reconocimiento de la laboralidad y todos los derechos que a partir de ahí se despliegan. Si, por ejemplo, les envían un e-mail de cese de la colaboración, estamos ante un despido improcedente en toda regla.
¿Cuál es el motivo de queja más recurrente entre quienes contactan con el sindicato?
-Hay riders que están trabajando doce y treces horas al día por 1.000 euros. Nos encontramos con una diferencia salarial brutal si extrapolamos esa situación a cualquier convenio. Semejante cantidad de horas durante siete días a la semana supondría un sueldo que, cuando menos, duplica al que perciben.
¿Y si un ‘rider’ se limita a trabajar 40 horas semanales, que debería ser lo normal?
-No llega ni al salario mínimo interprofesional. Hay que dedicar muchísimas horas para lograr algo parecido a un salario.
Se quiera o no, este sistema funciona porque cada vez cuenta con más usuarios... ¿Estamos ante una de las expresiones más feroces del sistema capitalista de la que, de alguna manera, todos participamos?
-Es un reflejo de los tiempos que vivimos. Podemos hacer todas la valoraciones que queramos pero como consumidores y usuarios ni nos planteamos pagar cuando nos podemos descargar una canción por Internet. Es el nuevo paradigma. Un usuario me comentó que al conocer el funcionamiento de estas plataformas había despertado a una realidad que desconocía. Una realidad muy tentadora. Decía que cuando pide la cena a domicilio para toda la familia en McDonald’s, el envío tan solo le cuesta dos euros y medio. Ahora se ha dado cuenta a costa de qué. Desde la perspectiva del usuario es difícil optar por lo más caro, más aún cuando las nuevas tecnologías te lo ponen todo tan tentador. A su vez, por el lado de los riders, todo es muy perverso porque son víctimas de un capitalismo llevado al extremo.
¿No se alimenta el individualismo y la competitividad al límite en la medida en que tienen trabajo según la puntuación que obtengan?
-Sin duda. Además, vivimos en una auténtica paradoja con las redes sociales. Parece que estamos muy comunicados cuando en realidad estamos superaislados. En Barcelona Glovo solo tiene una oficina, y cuando los riders acuden prácticamente ni les atienden, los echan a patadas de la puerta. Es algo que me dicen todos aquellos que han pasado por el sindicato. El trato humano es pésimo y tu jefe acaba siendo un algoritmo.
¿Ha estado alguna vez cara a cara con Óscar Pierre, el fundador de la ‘startup’ nacida en Barcelona?
-No. Lo hemos citado en los juicios laborales y no ha venido. Ni él ni ningún directivo.
¿Qué le diría cara a cara?
-No quiero hacer una valoración muy moral, pero sí le diría que no sea tan cínico en las entrevistas. Le hemos leído alguna en la que venden todo eso de la economía colaborativa, que el rider es libre y que goza de plena libertad. Es el marketing de las nuevas tecnologías que dicen que con ellas todo es más fácil y muy fresco. Es mentira. La precariedad del rider es brutal. Él, en cambio, sale en las entrevistas ofreciendo una imagen amable junto a una bicicleta, como cuando Zuckerberg, el fundador de Facebook, sale en camiseta y tejanos para hacerlo todo muy cercano, encarnando ese papel alejado del millonario que es. La realidad dista mucho de esa imagen que nos quieren vender.