son las 6.30 de la mañana y en Pasaia resuenan las campanas. Con puntualidad británica, la proa del pequeño pesquero Miren Argia asoma en el muelle mientras su patrón acerca la parte delantera del barco al pantalán y pregunta con rudeza: “¿Saltáis?”.
A punto de cumplir los 55 años, Enrique Guevara casi no recuerda cuándo se echó a la mar por primera vez. “En Pasaia llevo ya? 22 años. Y antes estaría otros diez en San Sebastián”, cita mientras no quita ojo de las cuerdas y poleas que tiene entre manos. Su compañero, Youssep Rajai le ayuda con diligencia. Se trata de un hombre magrebí, que roza la treintena y que, antes de su llegada a Euskadi hace diez años no había trabajado en el mar. Entre los dos organizan el amasijo de redes y cuerdas que ocupan la cubierta y, en apenas diez minutos, el Miren Argia está listo para enfilar la bocana del puerto.
Desde el pasado 5 de septiembre, salen de lunes a viernes a navegar, siempre que el mar lo permita. Es noche cerrada y aunque en el cielo asoman cientos de estrellas, el viento se cuela hasta en el último recoveco del cuerpo, lo que obliga a subirse la cremallera del plumífero hasta donde no da más de sí. “Hace frío, ¿eh?”, bromea el capitán en mangas de camisa mientras pone rumbo a la punta de Turulla, cerca de Hondarribia. “Es el terral, que estos días está pegando con fuerza”, explica.
La primera parte de la travesía discurre en silencio, solo el trino de alguna gaviota despistada rompe la atmósfera. A lo lejos, en el horizonte, comienza a vislumbrarse el amanecer, pero todavía queda una hora larga hasta que podamos disfrutar de la suficiente luz como para poder llevar a cabo nuestro cometido: limpiar la costa de plásticos.
El barco avanza hacia en paralelo a las faldas de Jaizkibel, la zona más “salvaje” del litoral, según Guevara, que se conoce la ruta de memoria. Aunque cada vez hay más luz en el cielo, el cuerpo acaba acompasándose al ritmo lento de la navegación y al mecer de las olas.
Miren Argia es un pequeño pesquero de bajura que, fruto de un acuerdo con el departamento de Medio Ambiente de la Diputación de Gipuzkoa, ha sido adaptado con una serie de redes especiales para la recogida manual de los plásticos que contaminan la superficie marina. Cada día de lunes a viernes, y siempre que el mar lo permite, sale del puerto de Pasaia y va limpiando una parcela del mar, desde Hondarribia hasta Mutriku a una distancia de hasta seis millas. Los residuos se recogen y luego se llevan a Azti, colaborador de este programa europeo junto con las organizaciones Surfrider y Kosta Garbia. Todos ellos trabajan en el ámbito del proyecto europeo LifeLema, que se desarrollará en 170 jornadas entre este año y el próximo, con el objetivo de sacar del mar hasta 50 toneladas de basura.
“Cada día, durante siete horas, barremos un sector”, explica Guevara mientras nos enseña un mapa y nos indica la distancia entre Turulla y la punta de Mendizorrotz, entre Donostia y Orio. Navegamos a unas dos millas de la costa, a una velocidad máxima de unos seis nudos. La limpieza se hace de forma mecánica, con redes, pero también manual, empuñando el salabardo y la chista.
Sin darnos cuenta, se ha hecho de día y tanto el patrón como su marinero fijan la vista en el mar, en busca de plásticos que recoger. Aunque pasarán tres largas horas antes de divisar algo. “Es muy cambiante. Esta semana, por ejemplo, hemos salido tres días y no hemos cogido nada. Es por las corrientes. A veces salen los plásticos y a veces no”, nos dice Guevara, mientras pone rumbo a Donostia. “Hemos cogido más basura probando la red en el puerto de Pasaia que fuera, pero no os preocupéis. Aunque no haya nada yo la echo para que podáis hacer la foto”, bromea. Explica que, aunque a veces cuesta dar con la basura, el problema existe, y tras lo visto las últimas semanas, las zonas más contaminadas están en Igeldo, pero también en Orio, en las inmediaciones de la zona donde desembocan dos de los principales ríos del territorio: el Urumea y el Oria. Pero también se han visto sorprendidos por la cantidad de basura que han encontrado en Hondarribia.
Botellas, bidones, calzado y hasta balizas
La travesía continúa y no es hasta la llegada a Mendizorrotz cuando los primeros plásticos asoman en la superficie. Desde el puesto de mando, Guevara marca el rumbo siguiendo las indicaciones que Rajai le da desde la proa. Las primeras botellas y bidones de plástico comienzan a amontonarse en una gran bolsa en cubierta. El marinero está de pie, observando el agua, atento para que no se le escape nada. Rajai se sienta en la proa del barco y se concentra en examinar el mar. Trato de imitarle, pero allí donde mis ingenuos ojos solo ven gaviotas, su experimentada mirada distingue plásticos, corchos y maderas. Youssep ríe mientras acerca una gran bolsa con el salabardo. “A ver si nos encontramos un maletín con dinero”, bromea. Saca su particular pesca del agua. “Eso es gente que en vez de echar la basura al contenedor la ha echado directamente al mar”, dice el capitán indignado. “Hay mucho cerdo”, exclama.
En apenas una hora de trabajo, los dos rescatan alrededor de 50 kilos de basura: botellas, bidones, cuatro pares de zapatillas deportivas de hombre, una tapa de lavadora y hasta una baliza rota son solo algunas de las pertenencias que nos encontramos durante la navegación. Algunos de los objetos encontrados están cubiertos de hierba y, en algunos casos, albergan hasta un buen puñado de percebes. “Eso significa que llevan muchísimo tiempo navegando”, indican.
Poco a poco el trabajo va menguando y es hora de hacer recuento. Una botella roja destaca sobre el resto de objetos recogidos. Unite States Marine Corp. puede leerse en el trozo de plástico cuya tapa está plagada de percebes. “Nos hemos encontrado de todo, hasta botellas de A Coruña. ¿Pero esto?”, se sorprende Guevara.
Poco a poco, el Miren Argia pone rumbo a Pasaia. El viaje de ida se realiza a dos millas de la costa, mientras que el de vuelta se hace a cuatro, abarcando así mucho más espacio. Las aguas vuelven a estar en calma y tan solo algunas algas asoman en la superficie. Guevara acerca el barco a ellas. “Hay muchos plásticos que se llaman microscópicos, que se mezclan con las algas y que son muy peligrosos, porque al ser tan pequeños, los peces se los comen y nosotros nos comemos esos peces contaminados”, cuenta el capitán.
No obstante, al menos hoy, el resto del trayecto continúa sin sorpresas. Tan solo las gaviotas y los peces luna con sus acrobáticos saltos salen a nuestro paso y, tras siete horas de navegación, el Miren Argia desembarca en Pasaia, dejando los restos recogidos en el pantalán que Azti dispone en el puerto. Los responsables del centro son los que se encargan de almacenar la basura en un enorme contenedor, que apenas ha comenzado a llenarse y que posteriormente clasificarán y analizarán.
El objetivo es hacer visible la realidad que existe en nuestra costa y provocar un cambio de actitud en la sociedad. Los 50 kilos de plástico recogidos hoy son solo la punta del iceberg de un problema con graves consecuencias en nuestro ecosistema marino. Un problema que a bordo de Miren Argia se hace más que patente y que no puede pasar inadvertido en la sociedad.