Galdames - “Le vi sobre las 11.45 horas, ya equipado para entrar en la cueva, y pensé: Va solo ¿y si pasa algo?”. El mal presagio de Javier García se hizo realidad de la peor manera posible. La siguiente noticia que tuvo este vecino de Galdames del espeleólogo de Santurtzi José Antonio Gambino fue que había quedado sepultado bajo tres metros de rocas en la cueva 45 de la torca de Arañaga, próxima al barrio de San Pedro, el centro administrativo de la localidad.

“En el pueblo se la conoce como cueva de los cuervos”, apuntó. Una cavidad muy estrecha e inestable. Precisamente, el riesgo de que puedan producirse más desprendimientos ha llevado a extremar la precaución para recuperar el cadáver “con todas las garantías de seguridad”, según remarcó el viceconsejero de Seguridad, Josu Zubiaga, que se desplazó ayer a la zona. Al cierre de esta edición, los efectivos de salvamento continuaban trabajando sin descanso en un rescate que podría demorarse días, dada la dificultad de llegar al punto donde ocurrió el siniestro, a 20 metros de profundidad.

Hasta tres veces, la primera de ellas en la madrugada del jueves al viernes tras recibir el aviso a las 0.55 horas, se exploró la gruta para analizar las diferentes opciones, tras constatar el fallecimiento del espeleólogo a consecuencia de un derrumbe. “Existe un pozo a 15 metros que conduce a otro y desde este segundo nivel hay unos 15 minutos de descenso. Creemos que el cuerpo ha podido golpear alguna roca, lo que habría provocado el colapso”, señaló el responsable técnico de emergencias del Gobierno Vasco, Gaizka Etxabe. En una reunión de urgencia celebrada en un local, que atesora pinturas rupestres del Paleolítico, se decidió empezar por “retirar los escombros a mano para poder, ensanchar la cavidad”, si fuera preciso mediante microvoladuras, y, por último, “apuntalar la estructura”, transmitió el viceconsejero, que expresó sus “condolencias” a la familia y allegados del joven.

participó en su descubrimiento José Antonio Gambino tenía 37 años, estaba soltero y vivía en Santurtzi. En 2004 se licenció en Geología por la UPV/EHU, aunque su afición por las cuevas venía de mucho antes. Formaba parte de la Sociedad Espeleológica Burnia de Galdames, por lo que sus compañeros le calificaban de “muy experimentado”. Había llegado a participar en expediciones a Ginea Papúa y México y, de hecho, pero también había participado en hallazgos de cuevas como la de Arañaga, donde precisamente encontró la muerte.

El complejo operativo requirió la presencia en Galdames de Ertzain-tza, el equipo de respuesta inmediata en emergencias de Cruz Roja, bomberos de Bizkaia y de Gipuzkoa especializados en estas tareas y SOS Deiak, respaldados por asociaciones de espeleología de Euskadi, Asturias y la agrupación local, Burnia.

Incluso a los más experimentados les costaba recordar un incidente de fatales consecuencias en una comarca repleta de simas y cuevas no solo en Galdames, sino también en Karrantza o Turtzioz. Algunos mencionaron el accidente ocurrido en la torca del Carlista de Karrantza, una de las superficies subterráneas más grandes del mundo. En 1980 un joven de Balmaseda falleció al enredarse la cuerda durante el descenso, lo que le dejó sin puntos de apoyo ni casi posibilidades de moverse.

“Hay seis especialistas de la Ertzain-tza: cuatro dentro y dos fuera de la cueva, que desempeñan labores distintas. Se han llevado también grupos electrógenos y gasolina para funcionar con taladros”, precisó Pedro Intxaurraga, también de la unión de espeleólogos vascos de socorro. Enseguida se emplearon en sacar escombros en cubos depositándolos en un riachuelo por el que ahora apenas corre el agua. En esa primera fase de limpiar el entorno para acceder al cuerpo se calculaba que emplearían alrededor de seis horas.