donostia - ¿Recuerdan la serie de televisión Canción triste de Hill Street, con el paternal “tengan cuidado ahí fuera”? Salvando las distancias, algo parecido ocurre a diario en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Universitario Donostia, en una sala habilitada para tal fin, donde el personal médico comenta las incidencias de cada jornada y el estado en el que se encuentran los ingresados. Todo debe funcionar a la perfección. Aquí son atendidos cada año 2.300 pacientes en estado crítico, a los que se añaden otros 500 de la Unidad de Arritmias. Sobreviven nueve de cada diez.

Gipuzkoa es un territorio muy pequeño pero muy densamente poblado. Si algo caracteriza a este servicio que funciona las 24 horas del día durante todo el año es su accesibilidad. La UCI es referente de todos los hospitales comarcales -Bidasoa, Mendaro, Zumarraga y Tolosa- lo que exige una coordinación perfecta. “Cuando hay un paciente susceptible de ser atendido, el traslado es inmediato desde cualquier hospital. Es un engranaje y donde vemos que falta aceite, echamos un poco para que funcione mejor”, dice Patxi García Urra, jefe de este servicio en el Hospital Donostia.

El modo de entender la medicina ha cambiado radicalmente. El trabajo en red ha convertido los diferentes servicios sanitarios en vasos comunicantes. “Nosotros no somos más que parte de un proceso”, comenta el doctor poco antes de comenzar la visita.

Ecógrafos, balones de contrapulsación, máquinas de depuración de sangre... Un recorrido por los pasillos del servicio de medicina intensiva permite advertir el cambio asombroso que ha propiciado el avance tecnológico, a años luz de la Guerra de Crimea en la que se le ocurrió a una enfermera agrupar a los enfermos graves, sentando las bases de lo que hoy conocemos como UCI.

De la mano del doctor recorremos los 3.000 metros cuadrados de las instalaciones, a donde el 50% de los pacientes -69% hombres y 31% mujeres- llega vía urgencias. Su estancia media suele ser de cinco días. “Lo único que se precisa es que la patología sea potencialmente reversible. Más importante que la edad biológica es la fisiológica”, comenta el responsable de la unidad. El 40% de los ingresos es por problemas cardiológicos.

La edad hoy por hoy no es ningún impedimiento para ingresar en la UCI. Es otra muestra palpable del cambio operado con el paso del tiempo. Hace 25 años era impensable ingresar a un paciente mayor de 75 años. Ni la esperanza de vida ni los recursos lo hacían posible, cuando hoy es habitual que pasen por el servicio muchos enfermos que han rebasado los 90. La visita de este periódico coincide con el ingreso de un paciente a punto de ser intervenido. Le van a implantar un marcapasos. Ocupa uno de los dos quirófanos de la Unidad de Arritmias, ambos con el mismo grado de asepsia para evitar complicaciones.

Un largo pasillo divide las 48 camas de medicina intensiva de los cinco puestos de control centrales. Médicos, enfermeras y auxiliares siguen desde aquí la evolución de los pacientes. El personal sanitario acaba de salir de la reunión matinal y, ocupando sus puestos, se distribuyen los pacientes compartiendo la información de cada uno de ellos. “No hay ningún papel, todo está monitorizado”, explica Urra.

Entramos en un box aislado. Todos responden a los mismos parámetros, dotados de alta tecnología, con bombas de infusión y sistemas de drenaje. “Todo el material está distribuido exactamente igual. El objetivo es garantizar la seguridad al cien por cien, de modo que los enfermeros y enfermeras no encuentren ningún elemento hostil”, dice Urra, que muestra uno de los cajones de resucitación cardiopulmonar. “Como se ve, está sellado. Todo está medido para que no haya confusión”, enfatiza.

factor humano Pero no todo es alta tecnología. Más importancia aún tiene el factor humano. No es lo mismo que ingrese un anciano a que lo haga un joven en estado crítico tras sufrir un accidente de tráfico. Por cada paciente pueden entrar dos familiares, de modo que son 80 personas las que necesitan ser atendidas en un momento tan delicado de sus vidas. “Se nos planteó el dilema de dónde ubicarlos y hace seis años que se abrió para tal fin esta sala de estar”. Entre sus cuatro paredes color chicle y el ambiente cálido que desprenden, el doctor explica que todos los días, a las 13.30 horas, los médicos comentan en esta sala a los familiares los progresos de los pacientes.

Para los casos en los que el desenlace es irreversible, hay dispuesta otra más pequeña con un sofá blanco. “Esta reservada para situaciones en las que las noticias son muy malas. Recuerdo hace años las palabras de aquella mujer: doctor, dígame lo que sea menos que mi hijo ha muerto. Cuando se lo confirmamos, nos dijo que era el tercer hijo que se le moría en la carretera. Son situaciones muy duras y por encima de todo hay que humanizar la atención”.