donostia - Tenía 18 años cuando comenzó a buscar cartones que luego vendía para comprar gasolina y comida. Puso así los cimientos de Traperos de Emaús en Gipuzkoa, labor que continúa realizando en el Polígono de Belartza. Eran otros tiempos, en los que la recogida selectiva era una perfecta desconocida. A punto de cumplir los 52, Inma Puerta observa que el péndulo de la historia nos devuelve al punto de partida. "Los problemas de soledad y el pago de 400 euros por una habitación hacen replantearse el regreso a la vida en comunidad", reflexiona en voz alta. Quienes vienen de ese estilo de vida, como ella, observan que está más vigente que nunca. "El problema es ver cómo lo adecuamos a los nuevos tiempos, pero lo cierto es que estamos ante un gran problema de soledad", recalca Puerta, coordinadora de la Sociedad Cooperativa Traperos de Emaús.

¿Una vuelta a los orígenes?

-Sí, es algo que estamos viendo, algo que tenemos delante y que nos hace plantearnos muchas cosas. Deberíamos reflexionar sobre todo aquello que nunca debimos dejar por el camino. Somos traperos, y nunca debemos olvidarnos de ello.

¿A qué se refiere?

-Unos por situaciones límite, y otros porque el sistema no nos convencía, decidimos juntarnos y salir adelante hace ya muchos años. Lo hicimos valiéndonos de todo aquello que la sociedad de consumo no quería, como son los desechos. Todo ello tiene hoy más vigencia que nunca.

¿El dinero no lo soluciona todo?

-Desde luego que no. A veces, no hacen falta grandes montajes porque la realidad la tienes delante. Igual tenemos que bajar a ras de suelo y ser más humildes. Pienso que con menos recursos se puede hacer más, porque te obliga a idear. No pretendemos dar lecciones de nada, pero la convivencia en comunidad te enseña muchísimo. Estamos ante una crisis que nos ha hecho tocar fondo, y creemos que podemos aportar a la reflexión.

¿Qué opina del modelo de atención social que se aplica actualmente?

-Somos un poco críticos. Cuando se llega a una situación tan compleja como la que vivimos, por muchos programas sociales que se presenten, siempre va a haber un colectivo que se va a quedar descolgado. Ocurría antes, y ahora con más razón. No podemos hablar de una inserción laboral si no somos capaces de crear empleo fijo. Hacer un contrato de seis meses no vale. Es preciso un mayor tiempo, y apoyos como el que podemos prestar en Emaús.

¿Pero no es mejor un contrato temporal que nada?

-Eso está claro, pero tampoco es bueno crear expectativas, porque tarde o temprano caes de nuevo. Hacen falta soluciones más definitivas porque hay mucha gente que lo está pasando mal. De hecho, igual sería bueno el regreso de lo que llamábamos la comunidad de vida, es decir, habilitar espacios donde puedan vivir personas que, a pesar de tener trabajo, no pueden permitirse pagar una vivienda. Así vivíamos nosotras hace años, en comunidad. Actualmente conocemos casos de compañeros que están pagando 400 euros por una habitación, y además presentan un problema de soledad enorme. Quienes venimos de vivir en comunidad nos damos cuenta de que el modo de vida que llevábamos está más vigente que nunca. El problema es ver cómo lo hacemos. Actualmente vivimos con ese interrogante, sin saber muy bien el camino a tomar. Hace falta prestar ayuda a quienes se han quedado sin apoyo familiar.

¿Pero en qué se traduce esa vida en comunidad?

-En realidad es algo que vienen haciendo desde hace tiempo en Europa y Estados Unidos. En España también hay cada vez más casos. Personas de cierta edad que antes de jubilarse invierten dinero para crear su espacio, y poder vivir en compañía. El planteamiento viene a ser el mismo. La situación actual hace necesario crear espacios.

¿Ve mucha soledad a su alrededor?

-Conocemos a bastante gente que dejó a su familia en su país de origen, que tienen una edad, unos 60 años, y nos hacen plantearnos qué va a pasar con ellos.

¿Es fácil convertirse en un excluido hoy en día?

-Suena muy fuerte, pero es relativamente fácil. La exclusión surge cuando no puedes acceder a cuestiones tan básicas como la vivienda o el empleo, que no son más que derechos. Actualmente se ha abierto el abanico y, en ese sentido, Emaús está dirigido a las personas con menos posibilidades. Estamos observando que viene muchísima más gente a comprar objetos de primera necesidad. Hay clientes que nos comentan que se han quedado en el paro y nos dan el currículum. Hay un problema muy grave de desempleo a partir de los 45 años, es atroz.

¿Cree que las organizaciones sociales han reflexionado suficiente sobre todo ello?

-En realidad, no nos hemos dado cuenta de que estamos viviendo un cambio total, que nunca regresará lo vivido ficticiamente durante los últimos diez o quince años. Las organizaciones sociales tenemos que ser la avanzadilla y tenemos que adaptarnos a los cambios. No podemos seguir manteniendo una estructura rígida cuando los cambios en la sociedad son tan graves. Hay un problema de recursos. Hay que hacer las cosas de otra manera, y esto conlleva también mucha implicación personal.

¿Qué tipo de implicación?

-Hay que asumir que las cosas no se pueden seguir haciendo igual. Hay una responsabilidad importante de la gestión del dinero público.

¿Se refiere al dinero que manejan las organizaciones sociales?

-Sí. Con todas las necesidades actuales, es más importante que nunca la autofinanciación. Es lo que hemos hecho nosotros. Es un cambio en el sistema de trabajo que supone invertir muchísimas horas más, supone también trabajar con sensibilidad. Hace falta una filosofía en la que todos tiremos del carro para poder crear más empleo sin tanto gasto.

Quizá no esté todo el mundo por la labor...

-Es mi opinión, el resultado de un montón de años de trabajo después de vivir tres crisis económicas. La verdad es que resulta un poquito deprimente ver la gente que viene por nuestros locales pidiendo trabajo. Esta crisis no tiene nada que ver con las anteriores. Asistimos a un cambio histórico, que debería ser una oportunidad para hacer las cosas de otra forma. Es un momento duro. También lo fue en los años 80 y salimos adelante.