cUALQUIERA puede hacer la prueba, caminar a pie desde el puente del Kursaal hasta el de Lehendakari Aguirre, a la altura del Hotel Amara Plaza. Es otro botón de muestra del apetito voraz con el que el mar fue comiendo cuanto encontró a su paso. Las olas se adentraron con saña. Y lo hicieron de tal manera por la desembocadura del Urumea que, en su deriva, cubrieron 1.800 metros de distancia destrozando puentes a su paso. Ayer tarde, tras la pleamar, se abrió de nuevo el del Kursaal, y estaba previsto habilitar un paseo provisional para peatones en el de María Cristina. Pero el destrozo estaba hecho en una madrugada en la que el Cantábrico comprometió unas infraestructuras cuyo estado exige revisión.
el semáforo
Como un chicle
El agua embravecida comenzó doblando como el chicle un semáforo del puente Kursaal. La barandilla destrozada hace unos días en este lugar quedaba en unos minutos relegada a mera anécdota. Los destrozos se repartieron por doquier. Moles de hormigón se vinieron abajo también en el puente de Santa Catalina.
Desde el Paseo del Árbol de Gernika, podía apreciarse un boquete de unos diez metros. El paso al Puente de María Cristina estaba restringido, y sobre la calzada quedaron esparcidos restos de mármol y hierro forjado.
Desde que fue inaugurado el 20 de enero de 1905, festividad de Donostia, pocas veces habrá soportado el empuje de ayer. Sus cuatro obeliscos monumentales, ubicados en sus extremos, de 18 metros de altura y coronados por grupos escultóricos, parecían pedir clemencia.
adiós al muro de contención
Rejillas de desagüe
"En la vida he visto yo esto", decía una anciana, vecina de Atotxa, que no daba crédito al destrozo. En su trayectoria r ío arriba, el agua rompió parte del muro de contención, levantado rejillas de desagüe que corren paralelas al Paseo de Francia. "Recuerdo que cuando éramos crías saltaban las olas, pero desastre de esta naturaleza no he conocido en la vida. La fuerza esta vez venía como por debajo del mar", describía Emelia Gutiérrez, de 76 años, vecina de la calle Miracruz. Junto a ella, su compañera María Zabaleta asentía sin perder de vista el agua.
El mar también se empleó con fuerza en el puente de Mundaiz, donde llamaba la atención que el muro de contención de un enclave tan alejado de la bocana saltara por los aires con tal facilidad.
Los hierros de la barandilla quedaban huérfanos, apuntando al aire, desprovistos de roca. Una agente municipal reconocía su sorpresa por lo ocurrido. "Ha sido increíble, cuando he llegado, el puente se movía hacía arriba y abajo. Nunca había visto algo semejante", decía la agente. En cierto modo, el fenómeno tiene su explicación. Inaugurado en 1999, el de Mundaiz fue el primer puente construido sin apoyos en el cauce del Urumea.
Siguiendo el curso del río, y ya a casi dos kilómetros de la bocana, sorprendía sobremanera observar la magnitud del destrozo en el puente de Lehendakari Aguirre, con cristales reventados y tablones de tarima destrozados.
Los paseantes y curiosos no se cansaban de sacar fotos. A todo el mundo sorprendía que el mar también se hubiera ensañado con tal virulencia con este puente inaugurado en 2010, cuya estructura se apoya en ambos márgenes del río Urumea. La base de este puente arco de planta y alzado asimétrico sufrió importantes desperfectos por el fuerte oleaje.