Donostia. En la vecindad donde residía era un anciano respetado, de buenas maneras y educado. Estaba totalmente integrado en la comunidad desde que se instaló en el barrio donostiarra de Amara en 1976. Antes había vivido en otro piso de la capital guipuzcoana, donde se instaló en 1964 procedente de Bolivia.

Se trataba de Paul Van Aerschodt, su verdadero nombre, aunque por estos lares se hacía llamar Juan Pablo Simons, denominación que le permitió recorrer medio mundo tras huir en 1946 de una condena a muerte en su país de origen, Bélgica, por colaboracionista de los nazis. Tenía entonces 24 años. El jueves de la pasada semana falleció a los 88 años en Donostia. Pocos sabían de su pasado.

Sin embargo, el diario belga La Dernière Heure dio con su paradero y consiguió entrevistarlo a principios de este mismo año en su propio piso donostiarra. Van Aerschodt, que "hizo reinar el terror en la región del centro", según ese rotativo, fue apodado por los ciudadanos como GBR, Grand Blond avec son Revolver (El alto rubio del revolver).

Los periodistas que dieron con su paradero tenían motivos para informar sobre su persona. En el denominado proceso de Werbestelle, en marzo y abril de 1946, Van Aerschodt fue el primero de los 26 inculpados juzgados por 2.000 deportaciones y la muerte de una veintena de patriotas belgas.

paso en falso Durante la conversación con los reporteros, el anciano residente en Donostia no reflejó ningún remordimiento. Él definió aquellos hechos como "un paso en falso", pero no reniega del paso que dio. "Sí, yo era un colaborador, ¡Y qué! No hacía ningún mal a nadie. Me hacía buena falta hacer algo. No iba a ponerme a vender zapatos", expresó en la entrevista este hombre, que trabajó a sueldo para los alemanes durante la práctica totalidad de la ocupación nazi de Bélgica, desde septiembre de 1940 a agosto de 1944. Su oficina se encontraba en un primer piso de la localidad de La Louvière.

Durante la conversación no discutió el hecho de que hiciese deportar a 2.000 jóvenes, aunque minimizó su papel dentro del entramado nazi. "Era un simple eslabón administrativo sin poder ejecutivo. Daba informaciones falsas a los alemanes, hurgaba en los dossiers. Este sabotaje evitó deportaciones, salvó a personas, mucha gente…Me siento orgulloso", resaltó en aquel cara a cara con los periodistas belgas.

Sin embargo, estas afirmaciones desafinan al recordar otro de sus apodos en aquella época: El Terror de La Louvière. Van Aerschodt confirmó a los reporteros que era conocido con ese inquietante sobrenombre. "Es cierto, tenía esa fama. Pero ese me lo pusieron después. Durante la guerra, no me daba cuenta de que las personas me tuviesen tanto miedo. ¿Y por qué? Al contrario, yo les salvaba", expuso el octogenario para sorpresa del periodista y el fotógrafo.

Y respecto a su otro apodo, GBR, lo niega. "No estaba armado, salvo los últimos días", señaló.

En todo caso, no parecía que Van Aerschodt trabajase en un oasis de paz. La historia dice que un grupo de la Gestapo, comandado por Edgar Duquesne, castigaba con dureza en La Louvière, en paralelo a la actividad del colaboracionista. "¿Duquesne? No lo conozco de nada, nunca lo vi, no teníamos ningún contacto", manifestó.

consejo de guerra Lo que en ningún caso podía negar es su temprana devoción por las ideas nazis. El consejo de Guerra que le condenó a muerte le acusó de denunciar "al enemigo de forma cruel al señor Mathieu".

Se trataba de uno de sus profesores en Saint-Luc, un instituto profesional y de Bellas Artes en La Louvière. El anciano fue contundente al expresar sus recuerdos. "Toda la clase comprobó que era un profesor con opiniones. Esto significa que, en lugar de dar clases, hablaba mucho de cine, de fútbol y de política". Es decir, aquel docente era poco amigo de los ideales y determinaciones de Adolf Hitler.

Con frialdad, el prófugo de la justicia belga agregó: "Como yo era el único de clase que hablaba alemán, los demás delegaron en mí que fuese a denunciarlo".

Y, efectivamente, acudió a la comandancia de Mons. Entonces, según recordó en la entrevista, los alemanes convocaron a su profesor, que recibió una advertencia y después regresó a clase. Van Aerschodt reafirmó que su profesor volvió y que no fue deportado. No obstante, jamás volvió a verlo ni tuvo más noticias. Tampoco mostró señal de arrepentimiento por este hecho.

Después de esta denuncia, Van Aerschodt se presentó en las oficinas pronazis de La Louvière, donde tomó la costumbre de usar el nombre de su madre, Simona, y que utilizó hasta sus últimos días: Pablo Simons.