Donostia. "Isidro (Uzkudun) fue un hombre normal, que no quiere decir mediocre. Aunque la expresión parezca contradictoria, fue un hombre corriente y al mismo tiempo extraordinario", relata el misionero y periodista Josetxu Canibe, autor de Un atardecer de junio. Isidro Uzkudun, entrega hasta la muerte, que recoge la vida del misionero pasaitarra asesinado hace casi once años en Ruanda, donde pasó más de la mitad de su vida, primero en Kayenzi y luego en Mugina, en la diócesis de Kabgayi. Entre las muchas labores, Uzkudun se dedicó especialmente a la educación de los adolescentes y de la juventud. "Él decía que la cultura haría libre a los ruandeses". Canibe conoció personalmente a Isidro Uzkudun. Le visitó varias veces en Ruanda, además de estar presente en su funeral. Para llevar a buen término Un atardecer en junio volvió a recorrer aquellos lugares, compulsando la realidad del país y recogiendo testimonios directos de quienes compartieron con él su vida y su trabajo.
A lo largo de las páginas nos cuenta cómo la gran pasión del misionero de Pasaia fue la formación de la juventud, siendo educador en los Seminarios de Jaca, Guadalajara y Saturraran. En Mugina construyó el Colegio San Ignacio, "su obra", poco tiempo antes de desatarse la tragedia de 1994, que segó la vida de casi un millón de ruandeses ante la pasividad de la comunidad internacional que no hizo nada por detener el genocidio de los hutu sobre la minoría tutsi.
Antes de ser asesinado, solía comentar: "Matarnos, no nos matarán. Dirán que nos vayamos. Nos darán un ultimátum y nos obligarán a abandonar el país como personas no gratas. Pero matarnos, no". La guerra y su posguerra marcaron definitivamente su vida. Siempre trabajó por los más desfavorecidos. Se posicionó claramente en favor de los oprimidos por las fuerzas gubernamentales, a pesar del peligro que dicha postura conllevaba para su integridad física. El 10 de junio de 2000 irrumpieron en su despacho dos hombres jóvenes armados. Y al atardecer, un disparo en la cabeza terminó con su vida.
"Isidro no quería morir en Ruanda, no quería ser ningún mártir. Lo que deseaba era jubilarse y disfrutar de la vida en Donostia". Ciertamente, añade Josetxu Canibe, no se sentía llamado a alcanzar las cumbres de la heroicidad, aunque, después, las consiguiera.
La vida de Isidro fue un mentís rotundo de la frase de actor británico, Hugh Laurie: "Las personas virtuosas son falsas y aburridas". Josetxu Canibe narra las vivencias del misionero vasco, y nos traslada a una visión de Ruanda desconocida. Sobre este pequeño país centroafricano existe una grave desinformación. Tras el genocidio se ha venido presentando al nuevo régimen político en plaza -el de Paul Kagamé- como modelo de desarrollo para África. La mayoría de los periodistas pasan de largo de los lugares donde vive y sufre el pueblo humilde. Con un lenguaje sencillo y llano y, sin levantar la voz, Josetxu Canibe, "como un periodista que se limita a decir lo que ve con palabras ordinarias, como quien no hace más que lo que debe, dice las cosas que es urgente decir sobre la Ruanda actual, y que parece que otros no ven". Como, por ejemplo, el caldo de cultivo que se está generando para que se pueda repetir una masacre como la producida en 1994.
modelo de buen samaritano A través de las páginas del libro se va conociendo el entorno de la vida de Isidro, que vivió 35 años en el país de las mil colinas. "Me he extendido suficientemente en describir la situación turbulenta de Ruanda y de la República Democrática del Congo, especialmente los últimos 20 años", reconoce Canibe.
Rara es la familia que no cuenta entre los suyos con varios muertos, desaparecidos, encarcelados, huidos. Ruanda es modelo (o ha sido) de lo que no debe ser. Ningún otro país ha registrado tantas muertes en tan corto espacio de tiempo. Ni ha tenido que protagonizar unos éxodos tan masivos dentro y fuera de sus fronteras. "Ruanda se convirtió en la vanguardia de la atrocidad y del horror".
"Isidro fue un promotor de la paz, de la reconciliación y un luchador por la justicia contra los abusos y encarcelamientos. Sin pretenderlo, se adelantó al II Sínodo africano, celebrado en 2009". A pesar de todo, muchos de los sueños de Isidro, sobre todo, referentes a la juventud se quedaron en eso, en sueños.
Aunque el Gobierno quiere presentar al mundo una cara maquillada, un rostro democrático, no se puede tapar el que un millón de tutsi -frente a más de siete millones de hutu- controle todo el poder económico, informativo, judicial, militar. Así que los siete millones de vencidos siguen en la vía dolorosa, acompañados de unos pocos "cirineos", que intentan como pueden y de vez en cuando, aliviarles del peso de sus cruces.
Uno de los "cirineos" fue Isidro, quien consagró los últimos años de su vida, además de al colegio, a acoger a los venidos de los campos de refugiados, a atender a las viudas y a los huérfanos, a paliar el hambre, a la traída de agua a Mugina, a fortalecer las cooperativas.
Nuestra sociedad, nuestra Iglesia necesita de personas referentes, imitadoras del buen samaritano. Porque los viejos misioneros (y los nuevos) se han ganado el respeto de la opinión pública, Isidro gustaba de visitar los caseríos, los poblados dispersos por las colinas dialogando sin prisas con sus habitantes. Entablaba conversación con los numerosos transeúntes.
La Delegación de Misiones le había prometido el dinero para comprar un coche nuevo para la parroquia, ya que el anterior estaba ya destartalado. Prueba de ello es que los agresores, que le habían pedido las llaves antes de asesinarle, al intentar ponerlo en marcha para huir, no consiguieron que arrancase. Tres días antes de ser asesinado, Isidro envió a la Delegación de Misiones de Donostia el siguiente fax. "...he pensado ante la grave situación en que está la gran parte de Mugina y que se irá agravando la situación de verdadera hambre y sin posibilidad de sembrar... Por eso, a título personal, he pensado lo siguiente: que en vez de comprar un coche nuevo, que es necesario, pero menos que las alubias de cada día para cinco mil habitantes que se mueren de hambre, sería mucho mejor arreglarnos con lo que tenemos, pasando pequeñas dificultades y emplear esa suma en socorrer a los verdaderamente hambrientos".
Así era Isidro. No pecaba de autoestima excesiva. Más bien al contrario, era de los que, en el fondo se minusvaloraba. Por eso, cuando le salían bien las cosas o había intervenido acertadamente en un cuestión complicada, se piropeaba a sí mismo, se animaba a sí mismo diciendo: "Isidro ¡eres un fenómeno! Te contrato".