Donostia. A lo largo de su ponencia, Álvarez enganchó al público que tenía delante gracias a su experiencia, oratoria y cercanía. Sin duda alguna, trató un tema complejo y profundo que afecta al ser humano a lo largo de la vida y, para ello, recurrió en más de una ocasión a múltiples ejemplos procedentes del cine y a alguna situación curiosa, que hizo sonreír a más de uno.
¿Qué papel juegan las emociones ante el sufrimiento?
Las emociones nos aportan información, ya que se trata de una respuesta innata de la evolución del ser humano ante algo que nos acontece. Nos sirven para entendernos a nosotros mismos y también a los demás. Pero, además de ser una herramienta informativa, las emociones nos obligan a tomar decisiones, a decidir qué camino escoger ante algo que nos está pasando, como es el caso de pedir ayuda a otros. Son tan naturales y necesarias como el comer cuando se tiene hambre, dormir cuando se tiene sueño. Es la manera que tiene el hombre de sanar el corazón roto.
¿Qué conlleva el sufrimiento?
El sufrimiento nos bloquea, bien sea por una pérdida de un ser querido o por la soledad emotiva, esto es, la ausencia que refleja una persona al ver que aquellos que le iban a apoyar o querer le traicionan, le olvidan o le dejan sola. El bloqueo o descontrol que se produce es cuando sentimos el dolor del existir.
¿Cómo se reacciona ante ese dolor en la sociedad?
El mensaje cultural que se da ante una situación que nos trae dolor es de miedo. Hay miedo al sufrimiento, a la enfermedad, al error, al fracaso. No tienen cabida estas palabras. Se piensa que, si una persona sufre, es porque algo está haciendo mal.
¿Podría poner una situación donde se refleje esta percepción?
Por ejemplo, el niño pequeño que se cae en bici y se hace daño. Lo primero que se le dice es no llores, no pasa nada, no tengas miedo. Al niño hay que decirle vale, tienes miedo, pero qué puedes hacer con él. No hay que limitarse a negar su dolor y hacer como que no ha pasado nada, sino afrontarlo. Hay que entender que el sufrimiento forma parte de la vida y tener miedo no es malo.
¿Qué les ocurre a las personas que sufren?
Por un lado, están aquellas que tienen la necesidad de nombrar el dolor, de hacerlo propio, de liberarlo, de expresarlo. Pero se dan situaciones en las que los de alrededor no ofrecen apoyo, no posibilitan que la persona que lo está pasando mal se exprese y dialogue. En otros casos, el ser afectado no quiere expresarlo, no quiere compartirlo porque tiene miedo al miedo. De alguna manera, no sabe apaciguarse y necesita de otro para que le ayude a regularse emocionalmente. Aquí el panorama es peor porque se añade un sufrimiento mayor que es innecesario y que, sin embargo, se puede evitar.
Y ante estas situaciones, ¿cómo intervienen los profesionales?
Hay que entender que estas personas que sufren de este modo, no lo hacen porque quieren, sino que es porque no pueden. No saben gestionar el sufrimiento y la clave está en canalizarlo. Los seres humanos tenemos la habilidad de salir al paso, pero, a veces no se puede porque quedamos atrapados por el miedo y se produce el bloqueo. De ahí que sea fundamental para esas personas sentirse apoyadas y comprendidas. Ahora bien, son las personas las que tienen que decidir y tener la voluntad para salir de ese estado.
¿Qué se puede hacer con una persona que se aísla frente al dolor y no muestra sus emociones?
Es necesario indagar sobre su experiencia de vida, porque igual ha tenido una educación emocional inadecuada, una personalidad construida en un ambiente donde no ha habido ninguna posibilidad de afecto. Por ejemplo, un hombre que ha sido criado en un entorno en el que no se podían enseñar las emociones porque estaba mal visto. A lo largo de su edad adulta se va a encontrar con momentos en los que tenga una angustia existencial o una incomprensión por parte de su pareja, que le demanda más afectividad, y él no va a saber qué hacer. Aquí el profesional, en primer lugar, debe mostrar mucha empatía con esa persona y comprender ese dolor que guarda; y, en segundo lugar, ayudarle a que se comprenda y que entienda qué le está pasando y por qué le está sucediendo.
¿Cómo vivir con el sufrimiento de la pérdida de un ser querido?
Hay que intentar cerrar el ciclo, dar sentido al dolor. El sufrimiento no se quita y, en algún momento, la persona que está sumida en la desolación tiene que aceptar que el ser querido ya no va a volver y que no sirve de nada luchar contra lo inevitable. La clave está en encontrar la voluntad de sentido. Hay personas que llegan a cerrar el ciclo, pero en otros casos, se necesita mucho tiempo para poder decir adiós al ser que se ha ido. Los profesionales tenemos el deber de facilitar que la gente llegue a despedirse. Se puede llegar a recobrar la paz, pero esto trae consigo muchos obstáculos por el camino.