"Un día aparecieron en mi despacho dos mujeres. Espectaculares por su firmeza y seriedad, a pesar de lo que les había pasado".
Apenas habían pasado unos días desde la matanza de Puerto Hurraco, en Badajoz (Extremadura), cuando Elisa Sánchez, mujer de una de las víctimas, entró con su hermana en el despacho del abogado donostiarra José Manuel Recalde para pedirle que las representara en el proceso. "Les dije que era absurdo, que el juicio iba a ser en Badajoz, que tenía que colegiarme para poder ejercer allí, los viajes...". Pero insistieron. Ambas habían perdido a su madre, Elisa también a su marido y tenía un hijo de seis años con una herida grave en la cabeza. Vivían en Donostia, necesitaban un abogado, no conocían a ninguno en Badajoz y les habían hablado bien de Recalde. "Cómo va uno a decir que no a eso, es imposible", recuerda él.
Desde el terrible suceso han pasado 20 años. Todo ocurrió un 26 de agosto, en torno a las 22.00 horas, cuando los dos hermanos Izquierdo la emprendieron a tiros en plena calle con las hijas de trece y quince años de una familia rival, y con todo el que se les cruzó por delante. Tras ellos dejaron un total de nueve muertos y seis heridos, algunos de ellos de gravedad.
La matanza consternó a la opinión pública. La pequeña localidad extremeña, de poco más de cien habitantes, se convirtió en escenario de programas de televisión y de las páginas de sucesos. Eran las fiestas del pueblo, en pleno agosto, y eso había atraído a la localidad a mucha gente de fuera, entre otros, a la familia donostiarra Ojeda Sánchez. Ella, Elisa Sánchez, era de Puerto Hurraco, pero llevaba años viviendo en la capital guipuzcoana con su marido y sus hijos. Uno de los niños, de seis años, salió del bar con su padre al escuchar los tiros que, segundos antes, habían acabado con su abuela, sentada a la fresca con otras mujeres del pueblo junto a la puerta de casa. Otro de los cartuchos de los Izquierdo mató a su padre y uno más hirió en la cabeza al chaval de seis años. Fueron su madre y su tía las dos mujeres que acudieron a Recalde días después en busca de ayuda.
la matanza
Odios de 30 años antes
El abogado se desplazó a Badajoz para la reconstrucción de los hechos, un viaje al que siguieron después otros tantos en los más de tres años que transcurrieron hasta que se celebró el juicio: "Todo venía de odios anteriores". Unos 30 años antes hubo un problema de lindes entre dos familias, los Izquierdo y los Cabanillas. Jerónimo Izquierdo, el hermano mayor, apuñaló a un Cabanillas y fue encarcelado. Años después, en 1984, la madre de los Izquierdo murió en el incendio de su casa que, en opinión de sus hijos, fue provocado por los Cabanillas. "No había ninguna prueba de que fuera así, pero para sí mismos, ellos representaban lo justo, la verdad", apunta Recalde. A partir de ahí, los cuatro hermanos Izquierdo que seguían vivos (Ángela, Luciana, Emilio y Antonio) proclamaron que todo el pueblo estaba contra ellos y quería perjudicarlos, hasta el punto de que fueron a vivir a otra localidad cercana.
"Movidos por un ánimo de venganza, Emilio y Antonio Izquierdo deciden pasar a la acción", recoge la sentencia. El 26 de agosto de 1990 las dos mujeres, a quienes se señaló como instigadoras del crimen, dejaron el pueblo para ir a comprar unas gafas, según su testimonio. Sus dos hermanos, por la mañana, se vistieron de cazadores y cargaron sus escopetas con gran cantidad de munición (unos 200 cartuchos). Aparcaron a la entrada de Puerto Hurraco y se ocultaron hasta que entrara la noche. Era verano, hacía calor y hasta el anochecer no había apenas gente en la calle. "Y Emilio testificó que querían que su acción fuera llamativa", recuerda Recalde.
Sobre las 22.00 horas vieron en la plaza a las hijas de la familia enemiga, los Cabanillas, y les dispararon en el pecho a bocajarro. Salieron corriendo, se encontraron a unas mujeres sentadas en la acera y también les dispararon, igual que a la gente que, al escuchar los tiros, salió a la calle en ese momento. Dispararon contra el conductor de un coche que entraba en el pueblo y contra una patrulla con una pareja de guardias civiles. El balance fueron nueve muertos y seis heridos graves.
Entre las víctimas, además de las Cabanillas y los donostiarras Ojeda Sánchez, había también otro hombre de Zarautz que se cruzó en el objetivo de las escopetas.
el juicio
"Son fríos y no parecen tontos"
Cuatro años después, en enero de 1994, llegó el esperado juicio. "Los zapatos negros, nuevos, que brillaban, y los calcetines blancos, impolutos, casi fosforescentes, eran la única nota de inocencia de los acusados. El resto estaba atravesado por un hilo invisible de maldad, por la escalofriante seguridad que evidenciaban de hallarse en el lado de la verdad y la justicia. De su verdad y su justicia. Estos dos representantes de la España más negra y áspera (...), son fríos y no parecen tontos", describía Maruja Torres, enviada especial al juicio de Badajoz para el diario El País.
"Vestidos con trajes pasados de moda... Ni una vez miraron al público, que abarrotaba la sala de 28 metros de largo por cinco de ancho hasta no dejar sitio ni para el aire, ni a la cincuentena de periodistas que ocupaban los primeros bancos", continuaba la crónica de Torres.
Y es que la expectación mediática que despertó el proceso a nivel estatal fue mayúscula, bastante mayor que el reciente caso de la irundarra Nagore Laffage. "Salía en todas las televisiones, había cámaras en la sala", recuerda Recalde, quien esos días tenía que atender llamadas de decenas de radios, televisiones y periódicos continuamente.
"Se veía que estaba ganado el juicio, era cuestión de dos días", señala. Emilio Izquierdo había confesado y de Antonio (apodado El Tuerto), aunque declaró que sólo había disparado al aire, había pruebas y huellas incuestionables: "Él también disparó". La única duda era la enajenación mental que alegaba la defensa, aunque el juez la desestimó. "Jurídicamente era muy sencillo, aunque humanamente horroroso", añade.
"No estaban locos, fue una burrada. Pero el mayor no era nada tonto", incide el abogado en referencia a Emilio. "Los ojillos astutos, bajo las cejas a lo Carrero Blanco, de Emilio Izquierdo, desmentían sus palabras llenas de buena voluntad, su victimismo casi rastrero", escribía Torres el 18 de enero. "¡Puerto Hurraco es un pueblo malo!", había gritado el acusado durante la sesión.
cárcel y psiquiátrico
Ya no queda nadie
Al día siguiente quedó visto para sentencia, y el juez la dictó sólo seis días después. Las dos hermanas, Luciana y Ángela, fueron absueltas, aunque las internaron en el Hospital Psiquiátrico de Mérida por padecer un trastorno paranoide compartido, y allí fallecieron en 2005. A Emilio y Antonio los condenó a 27 años de cárcel por cada asesinato y 17 por cada intento de asesinato, hasta un total de 344 años. Ninguno de los dos llegaron a cumplir la pena: Emilio murió de un infarto en 2006 y Antonio se ahorcó en su celda la semana pasada, cuando tenía 72 años.
A Recalde no ha llegado a sorprenderle el suicidio: "El hermano pequeño era un acólito del mayor, y no le quedaba nadie fuera de la cárcel". Con su muerte, 20 años después, desaparecen de Puerto Hurraco todos los Izquierdo. Aunque allí persisten las huellas de su matanza, igual que en dos hogares guipuzcoanos, el de Zarautz y el de Elisa Sánchez. "Me gustaría saber cómo está ahora el chaval", se pregunta Recalde, ya jubilado.