La alimentación está estrechamente vinculada con la salud. Los alimentos que consumimos en nuestro día a día pueden ser beneficiosos o nocivos para nuestro organismo, por lo que debemos tratar de comer con conocimiento.

En los últimos años, las bebidas energéticas han dejado de ser un producto dirigido exclusivamente a adultos en contextos deportivos o laborales, para convertirse en un consumo habitual entre adolescentes e incluso niños. Esta tendencia preocupa cada vez más a expertos en salud pública, educadores y familias, ya que aunque aparenta ser una bebida inofensiva es, en realidad, un cóctel de sustancias que altera el equilibrio fisiológico y que puede tener consecuencias muy negativas a corto y largo plazo.

Un exceso de azúcar en cada lata

Uno de los principales problemas de estas bebidas es su elevadísimo contenido en azúcares añadidos. De media, contienen entre 12 y 15 gramos de azúcar por cada 100 mililitros. Una lata de bebida energética oscila entre los 330 y los 500 mililitros, por lo que cada unidad aporta entre 50 y 75 gramos de azúcar, lo que vienen a ser unos 10 azucarillos.

Para ponerlo en perspectiva, la Organización Mundial de la Salud recomienda que el consumo diario de azúcares libres no supere los 25 gramos, y una sola lata triplica esta cantidad.

Este exceso de azúcar no solo favorece la obesidad y el desarrollo de caries, sino que también está estrechamente relacionado con enfermedades metabólicas como la diabetes tipo 2. Además, el consumo habitual de productos azucarados aumenta el riesgo de sufrir problemas cardiovasculares en la edad adulta y contribuye a generar una preferencia por alimentos ultraprocesados, alterando los hábitos alimentarios desde la infancia.

Lata de una bebida energética Freepik

Estimulantes que alteran el sistema nervioso

Pero el problema no acaba en el azúcar. A diferencia de los refrescos convencionales, las bebidas energéticas contienen una combinación de compuestos estimulantes como la cafeína, el guaraná o el ginseng. Estos ingredientes actúan directamente sobre el sistema nervioso central, provocando una activación artificial del organismo. En menores, este tipo de estimulación puede generar ansiedad, nerviosismo, irritabilidad e insomnio.

La cafeína, por ejemplo, es una sustancia que en dosis moderadas puede tener efectos adversos incluso en adultos. En adolescentes y niños, cuyas estructuras cerebrales y sistemas metabólicos aún están en desarrollo, sus efectos pueden ser más intensos y dañinos. Además, el consumo de cafeína en combinación con altas dosis de azúcar y aditivos puede favorecer episodios de taquicardias, hipertensión y trastornos del sueño.

El riesgo de una normalización peligrosa

La comercialización agresiva de estas bebidas, con diseños llamativos, sabores afrutados y campañas dirigidas a jóvenes, ha contribuido a que los menores las perciban como una alternativa divertida y aceptable para combatir el cansancio o mejorar el rendimiento académico o deportivo. Sin embargo, esta percepción es errónea y peligrosa.

Cada vez más estudios alertan de los riesgos de normalizar el consumo de bebidas energéticas entre la población infantil. Además de los efectos fisiológicos inmediatos, existe el riesgo de que este tipo de productos actúen como puerta de entrada a otras sustancias estimulantes o hábitos alimenticios poco saludables.