Los vecinos están que ni se lo creen, aunque a fuer de sinceros reconocen que la titulación se la han ganado a pulso. Puentedey ha logrado un reconocimiento merecido, fruto de un trabajo llevado a cabo durante muchos años. Sus cincuenta habitantes en invierno se multiplican en verano con la incorporación de numerosos veraneantes que buscan aquí amabilidad, sosiego y belleza natural.
Félix Rodríguez de la Fuente fue uno de los grandes divulgadores de esta zona situada en la comarca de Las Merindades, al norte de la provincia de Burgos, por la presencia de buitres leonados, alimoches, águilas reales, corzos y jabalíes, que pueblan una sucesión de crestas y cañones que conforman el entorno de Peña Dulla.
Peña Dulla, con sus 1.136 metros de altura, es una de las cimas más apreciadas por los montañeros. En realidad constituye un abigarrado conjunto de profundos cañones que forman un auténtico laberinto paisajístico salpicado por una multitud de elementos morfológicos originados por un intenso modelado kárstico. Créanme que su ascensión, de relativa facilidad, merece la pena y proporciona sorpresas como la de encontrar en pleno bosque la técnica del carboneo.
Una carbonera, que recuerda una tradición ya en desuso.
Tasio, en Puentedey
Tal y como Montxo Armendáriz lo contaba en el cortometraje Carboneros de Navarra y más tarde en el popular largo Tasio, la práctica tradicional del carboneo ha caído en desuso con la implantación de las nuevas fuentes de energía. Sin embargo, su actividad fue muy importante en algunos lugares. Y Puentedey se sirvió del carbón de madera.
El carboneo consiste en la obtención de carbón vegetal a partir de la combustión de madera, especialmente de encina, roble, quejigo o haya. Para ello se acumulan ramas y troncos y se cubren con barro y piedras produciendo una lenta combustión. Tras varios días ardiendo se formará el carbón vegetal. Su uso masivo dejó una amplia huella en los bosques. Largos períodos de utilización de sus leñas los transformó en densas arboledas formadas por brotes de cepa y raíz.
En las inmediaciones de Dulla se descubren también dos de los más singulares y vistosos fenómenos de la naturaleza burgalesa: el barranco de La Mea, un alargado y estrecho cañón cubierto por un magnífico bosque de quejigos que guarda en su interior la llamativa cascada de La Mea, y el gran puente natural excavado por el río Nela en Puentedey.
Me separan pocos metros hasta el pie de la enorme roca en la que la erosión del agua ha obrado el milagro. Claro que para crear esta boca han tenido que pasar muchos litros de río durante millones de años. “Esto es obra de Dios”, comenta un lugareño justificando el nombre del pueblo. En verano baja un caudal que permite cruzar el río a pie, pero lo lógico es utilizar un pequeño puente desde cuya barandilla se contempla un espectáculo impresionante.
Las dos bocas del puente natural son de diferente amplitud, correspondiendo la mayor a la zona frontal del pueblo. Las paredes muestran miles de agujeros donde anidan las aves. El suelo es arenoso con piedras. A partir de la boca trasera el paisaje se torna más salvaje. El espectáculo cobra mayor esplendor si cabe en invierno, cuando se ve nevar desde el interior de la concavidad. Las blancas cortinas que cierran los dos accesos al túnel proporcionan una visión inolvidable.
Interior del túnel excavado por el río Nela.
Pesca del cangrejo
“Una de las prácticas más populares en Puentedey es la pesca del cangrejo, si bien ahora está muy regulada. ¿Qué chaval del pueblo no ha salido alguna vez a coger cangrejos? El caudal que lleva el río a veces permite incluso verlos sin necesidad de redes”, me dice mi interlocutor. He preguntado por ellos intencionadamente porque su degustación en este pueblo ha sido siempre una tradición, como en el caso del lechazo.
El pueblo primitivo surgió sobre el puente, donde está la iglesia de San Pelayo, templo de una nave que tiene una impresionante portada en la que se ve la figura de un caballero medieval luchando con espada y escudo contra una especie de reptil en el mejor estilo de San Jorge y el dragón de otros lugares. Su presencia aquí ha sido motivo de numerosas discusiones sin aclaración alguna.
También en la cima del puente, y dominando la zona, está el Palacio de los Brizuela, un caserón fortificado fechado en los siglos XV o XVI. Este apellido ha tenido siempre notable estima no solo en la zona, sino también en los reales. Se dice que el mismísimo Fray Martín de Porres, el famoso Fray Escoba, estuvo relacionado con esta familia.
A partir de estos dos edificios, las estrechas calles de Puentedey proporcionan al visitante un agradable paisaje urbano en el que se puede admirar una atractiva arquitectura popular con callejuelas de notable pendiente reflejadas en trabajos de numerosos pintores.
Aún hay más: el olor a pueblo cargado de historia, aunque en la actualidad nada queda de sus murallas medievales. Pero también huele a pan y a morcillas recién fritas. Es ese tufillo que abre el apetito y que te va llegando a medida que vas bajando la cuesta y saludando a los vecinos.
'El ventanón' es un gran arco natural de unos 20 metros de altura.
Recuperaciones
Me enseñan el antiguo horno de pan del que se surtía el pueblo y en el que se preparaban los mejores bollos preñaos de la comarca. Los cursis los llaman hoy choripán. No es difícil ver caras raras en quienes los hacen cuando se los piden de esta forma. “Venían desde muy lejos a por ellos”, dice una vecina, cansada ya de hacerlos. El horno, al quedar obsoleto, ha sido reparado y se muestra como una reliquia de nuestros abuelos. También el edificio del viejo molino vuelve a mostrar con orgullo un pasado en el que utilizó un sistema de pesadísimas piedras circulares para pulverizar los cereales.
Los vecinos de Puentedey han recuperado el potro de herrar, un curioso sistema para sujetar a caballos e incluso vacas mientras les calzaban las herraduras o se procedía a alguna operación sanitaria. Posiblemente sea la obra ante la que más curiosos se paran.
El deporte por excelencia en la localidad ha sido el de los bolos, un juego que ya era popular en la época dorada de los griegos y los romanos. ¡Cuántas apuestas se habrán hecho en la bolera a orillas del río! Y tras los partidos venía el regadío, que podía ser en el río o en el bar del pueblo. A alguien se le ocurrió recuperar el material que se iba heredando de generación en generación y con él se ha montado un museo que hace las delicias de los aficionados. ¡No vean la cantidad de comentarios que suscitan las viejas piezas que se exhiben! Poco importa si las hazañas que se narran ocurrieron realmente, pero aquí, como el tiempo no corre, son motivo de amigable charla con un porrón circulante de buen clarete.
¡Cuántas historias se habrán contado en el bar de Vitorino! Temas del pueblo y de fuera de él, porque allí lo mismo se citaban los cazadores a tomar un sol y sombra antes de iniciar la batida que las vecinas a remediar cualquier necesidad que se les había presentado a última hora. Era una especie de club social, el punto de información donde cada uno era libre de soltar unas cuantas exageraciones de partidas anteriores. “No hay mentirosos más grandes que los cazadores y los pescadores”, leí en algún lugar.
Una de las cosas que más me llama la atención en este pueblo es el cuidado que se ha tenido a la hora de desviar la circulación rodada por el interior, procurando que se aparque fuera del entorno, como también la creación de una zona para utilización exclusiva de caravanas. Otra es la limpieza y, si me apuran más, la oportunidad de utilizar la enorme red de sendas, perfectamente señalizadas, que permiten conocer -“a pie, como debe ser”, apunta un montañero- los magníficos enclaves naturales del entorno kárstico en el que nos encontramos.
La ventana de burgos
Una de las sendas favoritas de los caminantes es la que lleva a El Ventanón, otro milagro de la naturaleza al que se puede acceder desde Puentedey. Advierto que es monte arriba y que el lugar donde se encuentra tiene 848 metros de altura. No es difícil acceder al paraje y merece la pena porque, si se sigue mi consejo, se va a encontrar con otro puente natural al que los nativos siempre han llamado La ventana de Burgos, en atención a la panorámica que desde allí se divisa.
Por fuerza, un lugar como este está rodeado de leyendas que perduran generación tras generación. Siempre se ha dicho, por ejemplo, que si te pilla una tormenta en El Ventanón debes poner atención porque desde allí se pueden escuchar los lamentos de las brujas que quedaron atrapadas en las entrañas de Ojo Guareña.
El protagonismo que este año alcanza Puentedey entiendo que es merecido, porque como dijo alguien, nunca tan pocos han hecho tanto. El esfuerzo conjunto de medio centenar de vecinos ha sido públicamente reconocido.