Inolvidable. Por mucho que lo imagines, que lo hayas visualizado mil veces en los días previos, cuando se alcanza una gesta de tanto calibre las sensaciones siempre superan las expectativas. Una cosa prevaleció por encima de todo en una jornada que, si por momentos ofreció esa sensación de encontrarse perdida, en el tiempo, como desfasada y fue la exquisita deportividad que imperó entre ambos equipos. Al margen de la lógica rivalidad y de lo mucho que había en juego, si algo salió fortalecido después de la noche de La Cartuja fue sin duda el inigualable espíritu del derbi vasco. Tanto en los ganadores como en los perdedores. Señorial e impecable en la derrota el Athletic, que desde que Estrada Fernández señaló el final del encuentro, con mención especial para su capitán, Iker Muniain, y sobre todo, a un Iñigo Martínez quien, a pesar del disgusto por haber sido el triste protagonista de la jugada clave, subió al palco, saludó a todos los directivos realistas, le dio un cariñoso y sincero abrazo a Jokin Aperribay y bajó al campo para felicitar uno a uno a todos los futbolistas de la Real. Especialmente bonito fue su encuentro con Asier Illarramendi, su compañero de tantas fatigas. Y digna de destacar la solidaridad txuri-urdin, ya que en lugar de enfatizar que se habían impuesto a su eterno rival, lo único que pusieron en valor fue que se habían proclamado campeones de Copa. En resumen, un ejemplo para cualquier club de fútbol y cualquier rivalidad ancestral que se digne. Y que siga.

En el campo ya se dejaron escuchar en varios momentos los pocos aficionados de ambos colores que tuvieron el privilegio de vivir in situ la final más larga y callada de la historia. Incluso por momentos se cruzaron los añorados gritos de guerra "Real" y "Athletic". Según fueron pasando los minutos, cada vez se escuchó más a los blanquiazules, que, dicho sea de paso, se encontraban en minoría. Los afortunados fueron trabajadores del club, algunos familiares y los sponsors de la Federación que, como era de esperar, cedieron invitaciones a hinchas de los clubes vascos. Incluso se escucharon gritos de apoyo desde las habitaciones del hotel del estadio. Al margen del palco presidencial, los otros presentes fueron los muchos periodistas de ambos bandos y estatales, que convivieron mezclados sin que se produjese el más mínimo roce. De la tensión acumulada durante estos meses emergió una educación y un saber comportarse exquisitas.

La locura se inició con el final del encuentro. Como ya sucedió con las mujeres en Granada, fue sobrecogedora la reacción individual de los blanquiazules. Alguno se lanzó al suelo, otro como Oyarzabal se pusieron de rodillas a lo Iniesta en la final del Mundial, otros corrían como pollos sin cabeza hasta que terminaron fundidos en una piña en la que se sucedieron los cánticos y los bailes. No tardaron en aparecer los suplentes, que, con Luca Sangalli como auténtico jefe, se han convertido en las nuevas gradas de animación. En mitad de la deriva incontrolable de emociones y lágrimas, Oyarzabal, siempre con esa claridad y criterio con la que decide partidos, se acercó a Illarramendi y le colocó el brazalete de capitán cumpliendo con su palabra en uno de esos gestos conmovedores que hacen de este vestuario un lugar tan agradable que provoca que todos quieren venir. No había más que ver la alegría de Silva, que parecía que festejaba su primer título, o el impresionante llanto desconsolado de Monreal. Imanol optó por abrazar a su cuerpo técnico y buscar a su gente en la grada.

Illarra se marcó un Xabi Prieto para recoger la Copa. Como recordarán, el donostiarra se dobló el tobillo el día del ascenso y tuvo que festejarlo con muletas. En eso esta Real también es un club diferente, sin duda. Acompañado de un fisio, a su ritmo, mientras sus compañeros se colocaban en el atril levantado para que celebrara el campeón, Illarra llegó donde el Rey e hizo llorar a toda la parroquia txuri-urdin alzando la Copa al cielo al mismo tiempo que el resto del plantel saltaba y bailaba sin control. También a su velocidad lenta obligada, el mutrikuarra descendió los escalones y cuando llegó al pódium le entregó la Copa a Oyarzabal para levantarla los dos juntos. Todo esto con los integrantes del Athletic presentes, cabizbajos, pero sin dejar de aplaudir a los vencedores.

Aunque la Federación trató de que se respetasen las burbujas, lo cierto es que era bastante complicado mantener separados a todos en plena euforia. Oyarzabal no pudo reprimir las lágrimas de emoción cuando atendió a Ricardo Reyes y cuando le invitaron a lanzar un mensaje a la afición le salió un "os queremos mucho" que nos llegó a todos al alma. Jokin Aperribay no dejaba de abrazar a todos los integrantes de su expedición, incluidos a periodistas, con los que tuvo un comportamiento excepcional. Ayudando, mostrándose muy accesible y, lo que es más importante, haciéndoles copartícipes de la gesta. Los jugadores no dejaron de entonar los cánticos de cualquier tarde de la grada Zabaleta y no tardaron en matear a Imanol que, en ese momento sí, se encontraba en el paraíso. Se vino tan arriba, que dejó una imagen para cerrar su rueda de prensa que empequeñeció el eterno "no se desunan" de Martín Lasarte. Cuando estemos tristes, cuando vengan mal dadas, en la derrota y en la fatalidad, no habrá mejor aspirina que volver a ver esas imágenes y la forma con la que grita Erreala ale, con lo puñeteras que son las erres para el oriotarra.

Oyarzabal organizó, además, una fotografía de todos los canteranos (salvo Illarra y con Zurutuza) con el trofeo conquistado.

Una larga fiesta

En el hotel, como es lógico, la cosa se desmadró más. Gran papel protagonista de Gorka Otxoa, que era uno de los hombres más felices al poder compartir con los integrantes de su amada Real esta gran victoria. Fiel a su personalidad canallesca y a que es un cachondo, se paseaba por el hall con la red de la portería en la que había marcado el gol Oyarzabal, que había cortado al estilo de los jugadores de baloncesto con las canastas cuando logran un gran triunfo. Aperribay tuvo el detalle de salir al recibidor junto a Olabe, Imanol, Illarra y Oyarzabal para saludar y comentar las sensaciones vividas. Lo sucedido de puertas hacia dentro, en el salón habilitado para la celebración, se conocerá con cuentagotas. Lo que pasó en Sevilla, se queda en Sevilla. Cuentan que Aperribay fue mesa por mesa, con los jugadores aún vestidos de corto, con un detalle precioso y un mensaje sentido. Y que los reyes de la fiesta fueron Luca Sangalli, que dirigió hasta la Marcha de San Sebastián; Aritz, que no tardó en coger el micrófono y, como gran revelación de la fiesta, Aihen y su pareja, que cautivaron a los presentes.

La noche se hizo corta para los campeones, hasta el punto de que Imanol decidió cancelar el entrenamiento que había previsto al llegar a Zubieta. No hace falta imaginarse los motivos, con ver las caras de los realistas cuando salieron del hotel al mediodía bastaba. A Gorosabel se le pegaron las sábanas, seguro que soñando con los excepcionales centros que envió al área. Aperribay e Imanol volvieron a mostrarse muy cercanos con los aficionados, en su mayoría andaluces, que se acercaron a homenajear a sus ídolos. Ya en Gipuzkoa, los capitanes Illarra, Oyarzabal y Aritz se fueron a comer al restaurante Rekondo.

Qué noche la de aquel día. La espera mereció la pena. O no, porque fue demasiado tiempo. Lo que sí estuvo a la altura de las expectativas fue la divertida e improvisada celebración de una Real que, por fin, reverdeció viejos laureles hasta el punto de modernizarlos. Le hacía falta un subidón de semejante altura tanto a este club, uno de los más grandes de la Liga, como, sobre todo, a su afición, que desde el sábado borró de un plumazo a la Generación Perdida al hacerle campeona. Cómo no te voy a querer, si me hiciste campeón de Copa por tercera vez...