Al principio de El Gran Gatsby, Nick Carraway, el protagonista, cuenta que su padre le dijo que cuando sintiera ganas de criticar a alguien pensara que no todo el mundo ha tenido las mismas ventajas que él. Y es una idea que deberíamos implementar en todas nuestras relaciones humanas. No todo el mundo parte de la misma base ni tiene las mismas oportunidades. Es muy fácil despotricar contra alguien por hacer algo que se considera moralmente reprochable, pero si no se tiene en cuenta lo anterior acabamos por caer en una falsa superioridad. Algunos tienden a creer que lo que son hoy en día es casi por mandato divino o porque simplemente son mejores que los demás. Por supuesto, ellos son ángeles mientras que los demás, especialmente si son de algún colectivo que desprecian, son demonios de nacimiento. Ya un bebé parece estar predestinado a ser malvado, antes incluso de que pueda pensar, en ocasiones por nacer dentro de unas fronteras concretas. Y, claro, bajo esa premisa de la maldad en los genes o en la raza es más fácil justificar genocidios contra niños o palizas a personas extranjeras. Ellos son el hombre blanco civilizado y los otros bárbaros que amenazan su hegemonía. Si ser civilizado es estar a favor de que caigan bombas sobre inocentes, yo me declaro salvaje.