han pasado muchos años desde la Copa que se ganó en Zaragoza. Pocas veces he pasado tanto calor como aquella noche en la que, como colaborador del diario Deia, debía recoger la opinión de la gente guapa del palco. Es decir, politiqueo, artisteo, faranduleo y demás habitantes de las butacas con funda que en esas citas suelen abarrotarse. La transmisión de Radio Popular la llevaron Josean Alkorta y Tito Irazusta. De vez en cuando hacía algún comentario, sobre todo en los decisivos penaltis. Estaba sentado en las escaleras de la zona de emisoras, porque mi localidad estaba en prensa escrita y distaban bastante. Trataba de adivinar hacia qué lado iban a lanzar los jugadores rojiblancos. Acerté la mayoría. Un entrenador del fútbol guipuzcoano del que aprendí muchísimo, Javier Alcántara, defendía una idea. Todos los jugadores, por comodidad en el golpeo, cruzaban los disparos. Es decir, un zurdo a la izquierda del portero y un diestro a la derecha. El golpeo interior con la pierna buena suponía, y supone, un poco más de peligro. Los guardametas pueden adivinar la intención de modo más fácil por la posición del jugador. Ahora, con las nuevas tecnologías, los informes y los cambios de reglamento, las cosas son bastante diferentes. Los buenos peloteros varían mucho y engañan, pero los desgarramantas, como el que relata, punterazo y a correr.

Acabamos a las cinco mil de la madrugada entre una cosa y otra. Se agotó todo lo agotable.

Pasadas las dos de la mañana tratamos de cenar, ¡ingenuos! Terminamos en una cafetería-pastelería del paseo de la Independencia, muy cerca del Coso. No les quedaba nada. Un café con leche y un pedazo de tarta. No había más. Compartimos mesa con José Manuel Otxotorena, actual preparador de porteros del Valencia, que entonces defendía, creo recordar, la portería del Real Madrid. Llegué al hotel empapado en sudor. Ducha recuperadora y a dormir pocas horas.

A la mañana siguiente, misa en El Pilar, y salir zumbando hasta Molinao para llegar a la final del Campeonato de España de Aficionados entre el Trintxerpe y el Real Unión. El mismo calor, más humedad, y celebración. Era 28 de junio, día en el que se iniciaban las fiestas de Irun.

La siguiente final fue en Madrid. No le voy a dedicar muchas líneas, entre otras cosas porque la seguí por televisión. Debía coordinar la transmisión desde estudios, porque ya entonces el formato había cambiado y se invitaba a gente a comentar lo que sucedía. Se perdió y que cada cual cuente la historia a su manera.

En mayo de hace casi dos años, Onda Vasca, me pidió un favor. Pese a estar jubilado, acepté transmitir la final de Copa de féminas. La Real no era favorita, pero se llevó al Atlético de Madrid por delante. Fue todo distinto, pero igual de emocionante. Gonzalo Arconada y sus jugadoras escribieron una hermosa página en la historia de la entidad y es una obligación otorgarle el valor y reconocimiento que merece aquella gesta. Disfruté mucho. Era una experiencia que no había vivido y no me arrepiento de haber llevado a la feligresía txuri-urdin la alegría por las ondas de la emisora que apostó por transmitir aquel encuentro.

Ahora estamos ante otra oportunidad. Más complicada que ninguna por todo lo que afecta a la sociedad y nos rodea. Es muy meritorio llegar al partido decisivo. Un montón de equipos envidian vivir ese momento y aprovechar la oportunidad.

Antes, aunque quede muy lejano en el tiempo, se superaron eliminatorias. Ninguna fácil. Ni siquiera la de Becerril de Campos (su bandera también debería estar junto a la de todos los municipios). Allí se portaron como caballeros y ganamos amigos para siempre. Este encuentro que ahora nos ocupa debería haberse jugado cuando tocaba.

Ahora, es un partido muerto, sin glamour, porque dentro de quince días se juega otra final idéntica, pero actual y con el hilo conductor del momento. El nuestro se perdió en el camino. Se argumentó que la ausencia de público era suficiente causa para el aplazamiento. La competición de Liga se reanudó. Concluyó la pasada temporada con un campeón, con descensos y con puestos europeos. Nuestro partido siguió esperando a que Sansón bajara el dedo o a que la pedrada de David llegara a la frente de Goliat.

Y ahí seguimos.

Cuando escribo estas líneas no puedo confirmar que en Sevilla, en la plaza de toros de La Maestranza, se celebre la corrida del Domingo de Resurrección. Hay cartel para ese día y para la Feria de Abril. ¡Con público! ¿Os imagináis que acuden miles de aficionados a la fiesta del olé taurino y a muy pocos kilómetros no permitan a nadie acceder a una final de Copa, siquiera para decir ¡Uy! Será algo esperpéntico si sucede.

Todo se pone en contra del vestuario txuri-urdin porque hay gente que disfruta provocando. Venga globos sonda para tratar de desequilibrar a un equipo que, por encima de todo, merece respeto y credibilidad. Luego, las lesiones, los estados de forma, las convocatorias internacionales de los jugadores. ¿Quién fue el lumbreras que dispuso esta fecha para jugar una final entre dos equipos a los que les han faltado jugadores en los días precedentes? Sinceramente, vamos de desastre en desastre. Un año largo para terminar decidiendo semejante chapuza. Y se quedan tan anchos, sacando pecho y de rositas. Dos finales en quince días, sin aficionados que jaleen la fiesta. ¿Se puede ser más lerdo? Como en los tiros antiguos del penalti, punterazo y a correr.

En el campo podrá pasar cualquier cosa, incluso que el árbitro que nos caiga en suerte, al paso que llevamos con el VAR, remate de cabeza un córner y den por bueno el gol. ¡Cosas veredes, amigo Sancho!

Más allá del resultado, de lo que suceda, a este grupo debemos darle las gracias por habernos traído hasta aquí. No hay lugar para las celebraciones, pero sí para expresar sentimientos de fidelidad. Los jugadores saben que su gente está detrás empujando como en Zaragoza, Manchester o Vigo. Han agotado las camisetas conmemorativas del partido. Las banderas están saliendo de los arcones con olor a naftalina para atiborrar los balcones y las ventanas de miles de casas guipuzcoanas. Será una fotografía sonora aunque imperen los silencios. La incapacidad de los santones que deciden en las altas esferas deja al equipo huérfano, abandonado a su suerte, perdido en la estación del tiempo, pero que nadie olvide que es imposible acabar con el futuro del pasado.

El equipo lo dio todo para protagonizar una historia. Nadie le regaló nada en las eliminatorias precedentes. Las fue pasando, una tras otra. Soñaba con el partido decisivo y con la posibilidad de disfrutar con todos, por ahora, de la última final. La más larga de la historia del fútbol que acaba en tropelía.

Una especie de vodevil, burlesque o sainete, en el que los personajes se han empeñado en disparatar a lo grande. No cabe una decisión peor, un mayor desastre que jugar el día que han decidido los pensantes y los oráculos. Con un montón de jugadores perdidos por el mundo con las selecciones, sin tiempo para preparar nada en condiciones. Más de un año para elegir una fecha y un escenario, para abrir o cerrar las puertas. Como la margarita, gente sí, gente no. Notas, declaraciones comunicados, bajadas de pantaletas. No se sostiene y es una vergüenza.

¿Qué intereses han defendido? Ni siquiera los económicos. Para no recaudar en Sevilla y dejar con el culo al aire a todo pichichi y a todas las tesorerías, no hacía falta semejante demostración de inutilidad. ¡Sueña la margarita con ser romero!