A Segunda preparados para todo
Un gol de penalti de Gibelalde en la segunda parte de la prórroga acaba con la agonía y sella un ascenso inolvidable a la categoría de plata
Decían los más habituales del Sanse de esta temporada que no tenía nada que ver el equipo con los mayores. Que era una maravilla verles jugar y disfrutar de la forma con la que competía. Los que se apuntaran a la última cita de la temporada, en la que consiguieron el tercer ascenso de su historia, seguro que se habrán acordado de todas sus familias. Qué manera de sufrir. No ha habido un encuentro en toda la temporada en el que lo hayamos pasado peor en todo el club, porque en 90 minutos muy duros, en los que le supieron jugar y controlar, los potrillos vieron cómo se esfumaba su ventaja de dos goles. Y la cosa pintaba fatal. En un partido planteado por el técnico visitante para hacerse largo y que no pasara apenas nada, una aparición individual espectacular y eléctrica de Orobengoa, que fue el que cambió un poco el encuentro con sus peinadas y su trabajo por la banda derecha, acabó en un centro que remató Marchal y un defensa lo interceptó con la mano. El penalti lo convirtió Gibelalde, un consumado especialista en estas lides, y la cosa se tranquilizó mientras fueron pasando los minutos para acabar con el 1-2 que les daba el billete.
Sin sufrir no hay gloria, y en la ida la verdad es que los realistas salieron vivos sin pasar excesivos agobios. Muy poco para una final para el ascenso. Han sufrido en sus carnes lo que significa pasar al fútbol profesional, a la categoría de plata. El mayor aval para un entrenador como Sergio Francisco, que ha disputado su segundo play-off en una trayectoria antológica. La mejor cantera de la Liga. El único filial que compite en una piscina de piratas como es la categoría de plata. Y la mayoría de casa. Guipuzcoanos. Más mérito imposible. La Real es un mar de gloria. Si el primer equipo no da la talla, siempre hay una sorpresa a la vuelta de la esquina que nos hace felices. Honor y gloria para el partido colosal que firmó un Mikel Rodríguez estratosférico, el jugador que más ha evolucionado esta temporada y que refleja como nadie el salto de calidad que ha dado este equipo. Imposible sentirse más orgulloso de los chavales y de este club, que no es ganador, pero que es una caja de agradables sorpresas
Presión
El Sanse no había vivido una semana sencilla. De no tener la presión de ganar y ascender había pasado a contar con una ventaja que le situaba en una situación tensa por el mero hecho de poder perder lo que ya había ganado en el 1-3 de Tarragona. Un B que ha completado un año excepcional y que, sin quererlo ni beberlo, se ha encontrado con un aluvión de críticas por ser un filial al que acusaban de robar gloria a ciudades y poblaciones más grandes. Pero se equivocan, hay que diferenciar entre las categorías inferiores de los grandes, que son auténticas ONUs con crisoles de diferentes nacionalidades, y el plantel de este Sanse, que ayer salió con ocho guipuzcoanos al campo, un bilbaino, un navarro y un catalán.
No es justo que hayan tenido que escuchar unos ataques que no vienen a cuento y que deberían estar dirigidos para los organizadores y responsables de las competiciones antes de que comiencen y no en el mes de junio. En fin, al que le pique, que se rasque. Porque su mérito es incuestionable.
Arana (Zarautz), Rupérez (Navarra), Beitia (Elgoibar), Peru (Antzuola), Balda (Anoeta), Carbonell (Barcelona), Mikel Rodríguez (Getaria), Eder García (Errenteria), Astiazaran (Lasarte-Oria), Goti (Bizkaia) y Arkaitz Mariezkurrena (Astigarraga) fueron los elegidos por Iosu Rivas. Se esperaba un Nàstic atrevido y valiente, pero fue todo lo contrario; su plan fue esperar atrás y esperar las contras y los envíos en largo a Pablo. Lo que se denomina jugar al fallo.
El Sanse no estuvo cómodo en la primera parte. Lo intentó, pero sin éxito, y no encontró a Goti entre líneas. Sus únicas ocasiones fueron un cabezazo de Peru en un córner, una volea alta de Mikel Rodríguez y y un remate de Astiazaran en boca de gol que se le escapó en posición inmejorable. Lo malo es que el plan le salió redondo a los catalanes, que, en la única que tuvieron, se pusieron por delante en un centro-chut de Jardí que sorprendió a Arana después del amague de despeje de Peru. Una pena y un peligro por lo que estaba por venir, porque el filial debía demostrar de nuevo esa madurez de la que tanto alardean sus orgullosos técnicos.
El panorama cambió por completo en la reanudación. El Nàstic se vino arriba y en los primeros minutos dispuso de dos buenas ocasiones. Goti también remató un balón de cabeza, pero sin demasiado peligro. Los minutos fueron pasando y los catalanes tenían completamente controlados a los locales, sin dejarles crear espacios y defendiendo el área de manera muy ordenada y competente. Esperando a que llegara su oportunidad, que se presentó en el minuto 76 en un penalti bastante dudoso de Arana, que se equivocó al ir al suelo por segunda vez tras una buena salida. Oriol hizo el empate y el drama comenzó a planear por Zubieta. Poco después incluso Fernández pudo hacer el tercero con un chut cruzado. El Sanse era incapaz de generar ninguna oportunidad y así era imposible, de manera que se llegó a una prórroga angustiosa. Y la afición local y sus jugadores completamente atenazados.
Final agónico
La prórroga fue una agonía. Una tortura. Con el Sanse muerto pero defendiendo con tesón y orgullo. La primera parte se consumió sin ocasiones reseñables. La referencia era el pase con uno menos ante el Mérida, también en un tiempo extra agobiante. Lástima que la Real siguiera sin ser capaz de disparar a puerta, al menos para asustar.
En la segunda parte, Orobengoa se fue como un rayo por la derecha y su centro acabó en el penalti que convirtió Gibelalde. El tanto desató el éxtasis y la euforia de una grada que no lo estaba pasando bien y que estaba viendo sufrir a sus chavales.
Pocos podrán discutir que no fuese justo, ni que no se lo merecieran, ni que sufriendo al final sabe mejor. El futuro en el fútbol está para los que se lo curran y ayer hubo muchos potrillos que confirmaron que están listos para todo lo que les venga. Que son los mejores de lunes a viernes y que encima han logrado un ascenso probablemente impensable e inesperado, con el que no contaban ni en el propio club. La Real es un grande del fútbol de la Liga. Con su primer equipo codeándose con los mejores y con su filial tocando la gloria y maquillando una temporada que por momentos estaba siendo decepcionante. De un año para olvidar, a un año inolvidable. Héroes. Chavales que de la noche a la mañana se convierten en hombres. Y en futbolistas profesionales. Algunos de elite y otros que tienen una estrella en el pecho que dice que devolvió al Sanse a Segunda solo cuatro cursos después. Qué locura. Qué club. Esto solo tiene un nombre y es grandeza.