Luego dicen de los periodistas… Al parecer, en todas las profesiones cuecen habas. Tras hacer saltar todas las alarmas con un inesperado (o no tanto) cambio de dígito de la decena en la caprichosa y egoísta báscula, uno decidió recurrir a los servicios de una especialista para, me encanta como suena ahora, “cambiar de hábitos alimenticios”. Vamos, lo que se ha llamado toda la vida adelgazar para intentar no parecer el muñeco de Michelín de camino ni el Olentzero en estas fechas tan señaladas. Aunque no lo parezca, el mismo al que me refiero, el que firma, tiene bastante fuerza de voluntad, hasta el punto de que la cosa marchaba bastante bien, con sacrificios, pero sin exageraciones, más o menos controlados. Sin embargo, como era lógico dado el inicio de los mencionados cambios de hábito, se cruzaron en nuestro camino las fiestas de Navidad, con todo lo que ello implica, a lo que había que añadir vacaciones y la visita anual de un colega que es como Atila, por donde pasa no crece la hierba. El caso es que tan mal lo ha tenido que ver la nutricionista que, sorprendentemente para mí, ha lanzado la campaña más agresiva para mantener lo que ella había conquistado con tanto esfuerzo en forma de una supuesta gastroenteritis aguda que me está llevando por el camino de la amargura desde el año pasado.

Eso sí, puedo estar muy feliz y orgulloso de decir que muchos de mis pantalones parecen los auténticos de Don Pimpón y que, por increíble que parezca, he alcanzado otro dígito en la amiga pesa, que creía que se trataba de una cota inalcanzable para el resto de mi vida. Si no fuese porque he descubierto la verdadera razón de que muchos le llamen el trono (puedo asegurar que nadie en el mundo se ha sentado o se ha pasado más tiempo que yo contemplando su particular y modesto reino de cuatro paredes en este 2025), no tuviese estas ojeras y no estuviese amarillento (me refiero a la cara eh), era un plan de adelgazamiento sin fisuras. Eso sí, no tengo ningún interés en mantener mi actual récord planetario, que conste en acta y al osado que crea sentir algo de envidia por mi éxito colateral, solo dejarle claro que no le recomiendo esta fórmula. Se lo garantizo, de corazón. 

Convalecencia

En todo este tiempo de convalecencia, por momentos casi catatónicos, he tragado bastante televisión. Por supuesto, como me prescribió el médico, no he faltado a mi cita anual con Love Actually, y he recuperado de mi baúl de los recuerdos una de las películas que más me ha sobrecogido en la vida como fue Descubriendo Nunca Jamás, la historia basada en hechos reales del creador de Peter Pan. Mi cuento preferido de niño y, uno ya no sabe si le conviene, de mayor. Porque en la semana en la que he subido un nuevo piso, en este sí que inevitable cambio de dígito, sigo sintiendo muy vivo al niño que llevo dentro de este cuerpo maduro. Lo digo con total conocimiento de causa de que hay un síndrome médico con esa denominación, y me puedo identificar con varios de sus síntomas. He dicho bien solo algunos…

La auténtica historia de James Matthew Barrie es muy bonita y entrañable, porque, aunque parece que está contando el cuento de Peter, uno de los hermanos que conoce una tarde en un parque, en realidad del que está hablando y el verdadero protagonista de su inmortal publicación, es él. Y en esto, como salta a la vista y muchos a los que respeto no aprueban en artículos de opinión en un periódico, sí que me siento muy identificado a la hora de escribir

Pocas cosas me han hecho más feliz que la Real durante mi existencia. Por eso me hacen un poco de gracia los diagnósticos exagerados y dramáticos de la actual situación del equipo. No se precipiten los más exaltados, no paso de puntillas por la circunstancia de que la plantilla actual txuri-urdin es una de las mejores de su historia como lo demuestra el actual y desorbitado presupuesto del club, pero, después de todo lo que hemos pasado este mismo siglo cuando recuerdo el drama que era ir a Anoeta cada 14 días, no puedo más que esbozar una irónica sonrisa. Me lo comentaba un emblemático exjugador con el que suelo coincidir en la ikastola de mi hija: “Cuando ya estábamos en Primera y sufríamos una derrota inesperada, de esas que hacen daño, en el vestuario yo siempre decía lo mismo: Vamos a ver, con las situaciones que hemos sufrido, la presión que teníamos, no podemos volvernos locos ahora. Los jugadores de hoy no han conocido aún lo que es competir por sobrevivir. Eso sí que es duro. La gente siempre se acostumbra rápido a lo bueno”.

El calendario

Uno es plenamente consciente de que el calendario es un ser más vivo aún que el mercado, como suele repetir Olabe. Es lógico que, como a la guerra con la báscula, le afecten todo tipo de condicionantes a lo largo de una larga temporada en la que apenas hay descansos. Entendemos la inevitable carga de partidos que afecta a todos por igual, pero una cosa es que nos tomen por el pito del sereno y otra, muy distinta, que se ceben y nos consideren gilipollas. Después de mucho tiempo de evidencias, hemos llegado a aceptar, a pesar de que nos damos perfectamente cuenta, que en tramos clave de la temporada la Real siempre es la más perjudicada. Sin ir más lejos, la campaña pasada, en la semana clave, le hicieron jugar en Barcelona, ante el Valencia y en el Villamarín con el mismo descanso entre encuentros que en esta que empieza. Insisto, no somos tontos, sabemos lo que estáis haciendo. Pero lo que han perpetrado ahora ha traspasado todos los límites. En un enfrentamiento de Copa a partido único, a vida o muerte, entre dos Primeras, uno de ellos va a disponer de tres días más de descanso. Algo inaudito y sin precedentes. Y lo que clama al cielo es que, cuando en alguna ocasión se ha producido un desfalco similar en días de asueto, lo normal es que el beneficiado fuese el equipo europeo.

Llegados a este punto, cuando las decisiones son reincidentes en el tiempo y cuando se cruzan límites insospechados, y a pesar de aquellos que parecen sentar cátedra desde su privilegiado púlpito, desconfía. Desconfía mucho y acertarás, como lo hicimos en el escándalo sin ningún recorrido que ha vuelto a sacar a la luz Joan Gaspart. La teoría conspirativa de la venganza de LaLiga por la entrada del Madrid en su Comisión Ejecutiva gracias al voto txuri-urdin y de la Federación Española por el recurso a la justicia ordinaria por el horario del Jove (¡es que solo hace un mes que en un parón nos dejaron únicamente un día para preparar con la plantilla completa todo un derbi!) no es una paranoya periodística, es un sentir real que te reconocen hasta en el mismo club. Por mucho que no lo manifiesten en público.

Un asunto inmoral

El tema es tan inmoral y exagerado que hasta parece una frivolidad relacionarlo con el hecho de que nos dejan sin la cena de la víspera de San Sebastián, lo cual solo debería ser una denuncia enrabietada twitera de un periodista frustrado porque su trabajo, además de cosas muy buenas, tiene bastantes malas. Mi autoestima y mi tranquilidad mental se han visto compensadas al comunicarme ayer como original regalo de Reyes que mi infierno tiene nombre y apellidos: positivo en parásito giardia. Al menos, en mi regreso al País del Nunca Jamás desde mi recién estrenado quinto piso ya tengo un compañero de viaje que me ha cogido cariño. Aunque sea tan puñetero como Tebas. ¡A por ellos!