La Real está viva. Esa es la conclusión que puedo sacar de la Junta de Accionistas a pesar de que este Consejo no cuenta con ninguna oposición. Algo que es malo en cualquier entidad, ya que siempre te exige mantener los pies en el suelo, no sentirse intocable, no abusar del poder y entender que no siempre puedes acertar en tus decisiones. Por la salud de las cañerías, este club que mueve tantos sentimientos en Gipuzkoa debería tener una oposición responsable, bien formada, con personas de peso y con una actitud conciliadora y constructiva. Seguro que nos harían mejores a todos, hasta a Aperribay. Con esto estoy muy lejos de defender que se signifiquen dos bandos enfrentados, porque tampoco creo que, visto lo que mueve el fútbol, fuese muy recomendable la alternancia en el poder con los egos que promoverían y la inevitable crispación que engendraría el Juego de Tronos.

En un mes cumplo 40 años como socio de la Real y soy accionista. Por mucho que mi Real sea una sociedad anónima deportiva, que no admite ninguna discusión que lo es, a mí siempre me ha importado mucho más su masa social. Los 38.000 abonados son el Santo Grial de la Real. Su prioridad y su flotador para no hundirse cuando vengan mal dadas. En las convencionales juntas de accionistas muchas veces observo con disgusto que se deja en un segundo plano al aficionado de a pie, el mismo que siempre está con el equipo, lo que le convierte en el patrimonio más importante para la institución.

Por eso, al contrario que en anteriores Juntas demasiado frías y con poca cercanía y atención hacia la masa social del club, en las que parecía que se cumplía el trámite con una aplastante mayoría lo que provocaba que no perdiesen el tiempo en problemas menores de socios para ellos quejicas y protestones, en esta ocasión los asistentes demostraron que la Real está muy viva porque lograron que el evento circulara en torno a Amaya Zabarte, la aficionada herida en la previa del duelo ante el PSG. No solo la magnífica intervención de su marido Joseba, que ha tenido que aprender a dominar el escenario de los micrófonos a la fuerza al ser la única manera que tenía para ayudar a su esposa y denunciar el atropello que estaban sufriendo después de haber rozado la muerte tras recibir un pelotazo a bocajarro y una patada de propina en el suelo cuando yacía herida por parte de un ertzaina, tal y como desvelan con nitidez las imágenes. La gran mayoría de los accionistas que tomaron la palabra solicitaron que se esclareciera lo sucedido a un presidente que reaccionó bien y estuvo a la altura de las circunstancias confirmando la versión de la familia Novoa Zabarte y señalando la actuación de la policía: “Hemos pedido explicaciones a la Ertzaintza”. Joseba y Amaya, aunque el medio más influyente y pudiente os deje de lado y haya una jueza que siga sin muchas ganas de investigar el caso, solo ella sabrá por qué, la Real y su gente están con vosotros en esta cruzada en la que solo exigimos que se haga justicia con una madre de familia que pasó de ir a ver un partido con su marido y su hijo a Anoeta, a una gélida sala de la UCI. La gente ha entendido perfectamente lo que os sucedió, a pesar de los palos en las ruedas que os han puesto para intentar frenaros, y es plenamente consciente de que le podía pasar a cualquiera. Eso sí, el resto que lo tenga muy claro, si no le conviene o te enfrentas a poderes fácticos, el medio afín a la Real te dejará de lado. Y, por increíble que parezca y como sí hizo Aperribay en una ciaboga que le honra, no reculará ni aunque la junta se centre sobre la persona de Amaya y lo que le ha sucedido. Para ellos siempre será mejor acercarse al fuego que más calienta…

Viene el Dinamo de Kiev

Bueno, a lo que estamos. Toca partido y un duelo de la Real en Europa es suficiente motivo como para ilusionarnos y dedicarle todos los sentidos a lograr una victoria convincente. Viene el gran Dinamo de Kiev. Una de las mejores anécdotas que conozco de Luis Aragonés sucedió en 1986, en los días previos a la inolvidable final de la Recopa disputada en el estadio de Gerland en Lyon. Era una época distinta y los preparadores podían acercarse incluso a seguir los entrenamientos de los rivales salvo normalmente el último. Hasta allí acudieron Luis Aragonés y su brazo derecho Jesús Paredes. Los jugadores ucranios se encontraban calentando entre bromas hasta que de repente bajó del coche su técnico, el mítico e impertérrito Valeri Lobanovski, y al acceder al campo dio una palmada y sus jugadores se alinearon en dos filas organizadas a la perfección. Cada vez que daba otra palmada sus pupilos realizaban todo tipo de acciones perfectamente alineados y simétricos. Luis aguantó 10 minutos: “Vámonos, no tenemos nada que hacer”. Perdieron 3-0.

Mi primer día de trabajo, un periodista de estos chapados a la antigua me dijo que un periodista tenía que ser “un trasnochador, un borracho y un putero”. No recuerdo nada más de lo que me dijo, porque desde ese momento solo pensaba en llamar a mi madre, feminista de pro y de las de antaño, para contárselo. Cosa que hice nada más salir del despacho tras pedirle que me dejaran hacer una llamada al no poder aguantarme el conocer su reacción. El periodismo ha cambiado mucho. Yo puedo decir que conocí la explicación a los motivos por los que a la prensa se le conoce como la canallesca, a pesar de sus orígenes políticos, yo me centro más en la acepción de golfos y canallas. 

Kiev en tiempos de paz

Yo conocí Kiev en paz. Era una ciudad muy acogedora y atractiva. Aquel viaje a Ucrania fue una auténtica locura. Yo nunca he sido muy de salir, pero ya el paso por el hall del hotel te impresionaba al estar plagado de prostitutas. Fuimos a una discoteca en la que llamaban la atención las mujeres altas, rubias, con gafas de sol en la oscuridad que estaban bailando. Me hice amigo de un nativo que nos llevó a otra discoteca en la que nos cachearon en la entrada y en la que solo había ucranianos, por lo que casi se paró la música cuando pasamos a su interior: “Tenéis claro que no vamos a salir vivos de aquí, ¿no?”, recuerdo que me dijo mi amigo Javier Gascón, de MD. Bueno, sobrevivimos y, yo, obligado, porque solo quería meterme en mi cama, acabamos en otra discoteca que estaba en un barco anclado en el puerto. Un fotógrafo, del que no desvelaré su nombre ni el medio, me vino encantado porque había ligado con una chica muy mona bielorrusa. A mí me chocó, porque tenía la impresión de que apuntaba muy alto y que era de otra liga. Pero bueno, en plena noche kieveña, tampoco le di demasiadas vueltas. Recuerdo la tragedia de llegar de día al hotel, con los de Radio Marca ya en su tertulia matinal y con la susodicha hablando bastante más con Gascón y conmigo, que éramos bastante más jóvenes y cercanos a su edad, que con el que se suponía que había ligado. Lo siguiente que recuerdo es que me despertó a las pocas horas para que le dejara dinero y le acompañase al mercado para comprar caviar beluga a su familia: “Porque se había dejado todo el dinero que tenía en...”. Se veía venir. Con el resacón que llevábamos, ese día tuvo muchas más anécdotas delirantes que no me da tiempo a contar. Como despachó Aperribay a los que le dedicaron su tiempo en los ruegos y preguntas: “Los que no se sientan respondidos (hombre, obvio, cuando no les ha respondido) se pueden poner en contacto conmigo en privado y les contestaré gustosamente”.

Un gigante venido a menos

No es fácil competir en la elite en plena guerra. Sobre todo porque el primero que puede, como es lógico, no duda en perseguir sus sueños cruzando fronteras. Hace tiempo hablé con un entrenador del norte y me comentaba que estaban preocupados porque estas nuevas generaciones de futbolistas no han pasado hambre, no han sufrido lo que es no tener garantizado el pan para el día siguiente. Él mismo me comentaba que en el sur todavía había chavales que llegaban con esa sensación de no dar un balón por perdido porque les iba la vida en ello. Porque de hecho, les iba la vida en ello ya que su futuro no es nada halagüeño en el entorno en el que crecen y se mueven. Tampoco es extraño que las diferentes selecciones españolas se encuentren llenas de hijos de emigrantes que lo han pasado realmente mal y cuyas familias ven una salida en el fútbol. De ahí tanta frustración cuando se dan de bruces con la realidad de que solo llegan unos pocos elegidos.

El Dinamo de Kiev no es el que era. Hablamos de un gigante venido a menos que se encuentra en horas bajas, pero los ucranianos siempre han jugado bien. Como demostró Lobanoski, son un pueblo ejemplar para trabajar en equipo, con una organización, una solidaridad y una capacidad reseñables. Y además, Ucrania siempre ha sido una fábrica de talento como lo demuestran Blokhin, el primer Balón de Oro de un jugador de campo soviético, o los más cercanos Shevchenko y Rebrov. Ahora quizá el ejército del Dinamo ha perdido fuerza grupal, algo indiscutible como lo demuestra su fatal trayectoria en la Europa League, pero sus jugadores se toman los partidos como una oportunidad única para reivindicarse, presentarse en sociedad en un escenario grandioso para ellos como es un estadio de la Liga y poder salir de su país para dejar atrás las miserias de la guerra. Esto les convierte en mucho más peligrosos. Para la Real y su gente todos los partidos europeos tienen su miga y las victorias las disfrutamos o deberíamos hacerlo siempre. Espero la palmada de Imanol para ponerles rectos a todos y recordarles que este equipo quiere exprimir hasta el final la ola buena que ha cogido y que, una vez adquirido el hábito de ganar, que es sin duda lo más complicado de lograr, solo piensa en seguir sumando de tres en tres para acabar el año muy vivo en las tres competiciones. Porque la Real va muy bien y, como hemos repetido estos últimos años, lo mejor está por venir… ¡A por ellos!