La Real Sociedad se clasificó en mayo para la Champions League porque llevaba unos cuantos años haciendo las cosas muy bien, pero tampoco respondió a la casualidad que el premio gordo llegase justo tras una campaña así. ¿Tras una campaña cómo? Pues tras una campaña en la que quizás escasearon los partidos brillantes y sobresalientes a ojos del aficionado de a pie, pero en la que la regularidad firmando actuaciones de notable alto marcó la diferencia respecto a otros rivales directos. Es posible que, en temporadas anteriores, el techo alcanzado por el equipo fuera más elevado, con encuentros más espectaculares. Sin embargo, el secreto de la cuarta plaza residió en que, para lograrla, el suelo de la escuadra txuri-urdin ascendió hasta lo desconocido. Los picos de juego no parecieron excesivamente puntiagudos, circunstancia compensada, con creces además, por lo muy poco profundos que resultaron los valles, generándose así una meseta de estable y magnífica competitividad.

NÚMEROS. Las cifras hablan por sí solas. La Real 2022-23 encajó únicamente 35 goles, un guarismo defensivo que no se daba desde la campaña 1989-90 (quinta plaza), con Marco Antonio Boronat como entrenador. Hallar una estadística mejor, mientras, exigiría ya rebobinar dos años más, hasta las solo 33 dianas recibidas por la escuadra subcampeona de Toshack en el curso 1987-88. Resulta clara la evolución del equipo hacia registros más seguros, en un viaje que ilustran casos de mayor vigencia y proximidad en el tiempo. Ahí están, ya en este siglo, los dos últimos billetes de Champions que había logrado el club, en 2003 viendo la portería perforada en 45 ocasiones y en 2013 haciéndole los adversarios 49 tantos, números que aquellas plantillas corrigieron marcando 71 y 70 goles respectivamente. La del pasado curso se quedó en 51.

UNA NUEVA RECETA. La primera campaña completa de Imanol en el banquillo del primer equipo, esa en la que los fichajes de Odegaard, Isak y Portu nos introdujeron en una nueva dimensión futbolística, se saldó con sexta plaza, 56 dianas realizadas y 48 encajadas. La Real llegó a jugar de forma brillante y divertida, y se ganó con merecimiento la etiqueta de “equipo bonito de ver”. Lo que pasa es que semejante cartel se mantiene ahora a ojos del gran público pese a la mencionada y evidente evolución que ha protagonizado la escuadra txuri-urdin durante este período. Tres años después de aquella Liga de la pandemia, el Metropolitano volvía a ser, hace solo cuatro meses, escenario de celebración europea, en esta ocasión con cinco goles menos a favor y trece menos en contra. Significativo. Dicen que el tiempo deforma los recuerdos en clave positiva, eliminando lo menos bueno y conservando solo lo mejor, un cuento que puede aplicarse a la versión blanquiazul que nos devolvió a la Liga de Campeones. Perdura en nuestra memoria una escuadra estética y arrolladora en lo ofensivo que, con David Silva a los mandos, sometía a sus rivales, pero esto solo sucedía a veces. Las claves de la receta residieron, más bien, en ingredientes como duelos ganados, robos en campo rival y fiabilidad casi permanente como bloque.

INQUIETUD INICIAL. Empezó a percibirse cierto nerviosismo cuando la actual Real encadenó tres empates en las tres primeras jornadas de Liga, aunque quien más quien menos sostenía también aquello de que “es normal que el equipo esté lejos de su mejor nivel”. Sí, claro que resultaba normal, pero, tal y como se encargó de subrayar el propio entrenador, los partidos contra Girona, Celta y Las Palmas tuvieron igualmente fases de buen juego. Que los de Imanol no hubiesen alcanzado entonces su techo competitivo atendía a la más pura de las lógicas. Sí podía preocupar un poquito más, mientras, que su suelo pareciera algo más bajo que el de la campaña anterior, porque gallegos y canarios superaron por momentos a los nuestros como rara vez había hecho nadie durante la campaña 2022-23. Después se le ganó 5-3 al Granada, pasamos página y nos fuimos al primer parón confiando en que los asteriscos de la pretemporada transoceánica y del estado físico de algunos futbolistas explicaran esos momentos de bajo rendimiento. Además, al fin y al cabo, el exitoso curso previo también había arrancado con partidos similares ante Cádiz o Elche (victorias 0-1), quizás sin minutos de tan marcada inferioridad pero con sufrimiento y falta de energía final para sostener las ventajas.

INCÓGNITAS DISIPADAS. Llegamos así al exigente maratón de septiembre y principios de octubre, una especie de prueba del algodón. ¿Dónde estaba y está el techo del equipo? ¿Dónde podíamos colocarle el suelo? Parece claro, visto lo visto, que no debemos preocuparnos en exceso respecto a su tope, porque 45 minutos frente al Real Madrid en el Santiago Bernabéu, 80 en Anoeta contra el Inter y otros 45 en Salzburgo ante el Red Bull elevaron el fútbol txuri-urdin hasta la estratosfera, igualando y muy posiblemente mejorando las fases más brillantes de la temporada anterior. Sucede sin embargo que, como ya hemos dicho, el resultado final de la campaña no atenderá tanto a la capacidad blanquiazul para enamorar en los días buenos como al callo necesario para competir en los días complicados. En este último sentido, afortunadamente, toca también tirar de optimismo y disipar las dudas del arranque, pues todo lo que padeció la Real para ganar luego a Getafe y Valencia respondió a circunstancias más puntuales. 

LAS ÁREAS. En Mestalla faltaron finura técnica para explotar determinadas superioridades y, sobre todo, fuerzas para estirar al equipo en el tramo final, ya que las tarjetas habían condicionado los cambios y obligado a los tres puntas a jugar los 90 minutos. Ante el propio Getafe, mientras, dejó mucho que desear la defensa del área, un déficit muy concreto del que hemos visto chispazos posteriores, que toca corregir a futuro y que contrasta con la mejoría experimentada en el otro extremo del campo. Frente a la portería contraria, el equipo se está mostrando últimamente mucho más certero y letal, y esta es una noticia sumamente positiva, pues eleva las prestaciones de las dos Reales. Las de la Real de máximos. Y las de la Real de mínimos, la más importante, el termómetro más significativo. Llegó a calentarse un pelín en agosto, pero tiene pinta de que aquello no era fiebre, solo los calores propios del verano.