Fue bonito mientras duró. Tan apasionado, intenso e inolvidable como un amor de verano en la adolescencia. La Real nos sedujo como nunca tras una primera parte primorosa que acabó en ventaja después de perdonarle incluso la vida al todopoderoso líder de la competición, pero todo lo bueno que hizo se desvaneció como un castillo de naipes en el primer minuto de la reanudación con un flecha envenenada de Valverde. Es lo que conlleva jugar en el Santiago Bernabéu. Siempre parece más importante lo que tienes y te queda por hacer que lo que ya has hecho. Por muy bueno que haya sido. Otro gol blanco a la hora de partido nos rompió el corazón definitivamente.

Aunque lo intentó hasta el último momento, una Real poco oxigenada por su entrenador, que demostró una vez más tener muy poca confianza en su banquillo a pesar de que el miércoles se estrena en la Champions, se quedó sin el premio extraordinario que hubiese supuesto un empate. Ancelotti no tuvo ningún problema para volver a sus raíces y plantear un intento de remontada a la italiana. Con su equipo mucho más replegado y sometido con las posesiones largas para intentar robar y salir como rayos a la contra. Y frenando a Kubo a base de patadas, porque al jugador más en forma de la Liga no le para a estas alturas ni la mejor versión de Maldini, el que tantos éxitos cosechó junto al técnico blanco. 

El once de Imanol no deparó sorpresas. Los internacionales salieron indemnes del virus FIFA y Barrenetxea superó las molestias musculares que le habían impedido entrenar con el grupo en varias sesiones de la semana. El técnico repitió la misma alineación que contra el Granada, la que a día de hoy es la titular, con Oyarzabal como delantero centro. Es decir, con dos 9 en el banquillo, Sadiq y Carlos Fernández, y con André Silva en su nueva casa de Donostia. Todo ello pocos minutos después de que Sorloth derrotara con el Villarreal al Almería con un gol de cabeza de los que nunca marcaba en Anoeta. Hechos irrefutables y secuelas aún vigentes de la tardía planificación. 

Dicho esto, la Real firmó una primera parte espectacular en el Santiago Bernabéu. Con una personalidad y una madurez extraordinarias, sin que el majestuoso escenario coartara su fútbol, más bien todo lo contrario. Saltó decidida a dar la campanada de la jornada y a demostrar que es el club de moda del campeonato en el último lustro. Que su ambición y su crecimiento no encuentran límites. No es que los blanquiazules traten a los gigantes de tú a tú, es que, como comprobamos antes del descanso, la mayoría de veces que se enfrenta a ellos, sea en Anoeta o como visitante, les supera ampliamente con el balón.

Por encima de todo y de todos, un Take Kubo estelar, que dejó claro desde el primer minuto que se sentía como en el jardín de su casa y que está en un estado de forma tan elevado que se atreve con todo y no le para nadie. Los donostiarras se adelantaron en su primer ataque. Tierney arrancó en su campo, se apoyó en Brais, este metió en largo con celeridad a Kubo, quien tuvo tiempo para pensar y sacarse una rosca mágica que Barrenetxea no pudo convertir en gol a la primera, por la parada milagrosa de Kepa, pero a la segunda y en semifallo por fin pudo introducir en la portería la pelota, que entró llorando al tocarla de nuevo el meta.

El tanto le hizo daño al Madrid y espoleó a la Real, que pocos minutos después logró el segundo tras una diagonal y un disparo junto a la base del palo antológico de Kubo. El problema es que para encontrar espacio Oyarzabal rompió en largo y se quedó en tierra de nadie y en fuera de juego con tan mala suerte que se paró en plena trayectoria del balón que incluso llegó a rozar. Lo que parecía en primera instancia que era un tanto como una catedral, lo anuló Soto Grado, que no tardó en descubrir posteriormente que lo tuvo que hacer encantado porque no se puede arbitrar de forma tan cobarde en el Bernabéu y favorecer en todo momento y descaradamente al poderoso. Nada nuevo bajo el sol. “Me sorprende que te sorprenda”, como diría el exentrenador de ambos equipos, John Toshack.

Un disparo de Brais, casi idéntico al de Kubo, se fue lamiendo la cepa del palo, justo antes de que el Madrid iniciara uno de esos arreones en su campo que aterrorizan hasta a los más grandes. Una mala salida de Remiro acabó en una internada de Carvajal, cuyo centro lo remató al larguero Joselu, y el segundo servicio del lateral no logró convertirlo en gol Rodrygo en posición acrobática. El propio brasileño aprovechó el único despiste de Zubeldia y su carrera la culminó con un fuerte chut que repelió a la heroica el de Cascante. Bellingham, magnífico futbolista, también puso a prueba a Remiro, antes de que volviera a salir en escena y acaparara todo el protagonismo Kubo. El nipón selló la mejor jugada de la noche con una carrera esplendorosa, plena de inteligencia para buscarse el espacio y de talento para romper en velocidad con la pelota cosida al pie antes de que su disparo lo sacara Kepa, y Barrenetxea no aprovechó el rechace. Sólo tres minutos después, con la zaga blanca sometida y traumatizada con el nipón, un centro con música suyo lo cabeceó Merino, pero el de Ondarroa obró otro milagro con una parada asombrosa. El meta fue el mejor de su equipo, lo cual dice mucho del partido de la Real.

Al entreacto nos fuimos con esa peligrosa sensación de haber perdonado mucho en un duelo de ida y vuelta del que es complicado salir vivo en el Bernabéu. Que se lo pregunten a todos esos equipos europeos que han caído en eliminatorias pasmosas cuando se sentían muy superiores. Y es justo lo que sucedió en la reanudación. Al minuto del juego, Fran García rompió por la banda derecha doblando a Rodrygo y su pase de la muerte lo envió con violencia a la red Valverde en una definición inapelable. El plan del Madrid ya era claramente a la italiana, con su defensa replegada muchos metros para no dejar espacios y buscando el robar para salir como rayos a la contra. Sin que pasara nada reseñable más que los realistas tocaban y tocaban sin perderla, con la paciencia que les ordenó su entrenador para calmar el ritmo del duelo, en el minuto 60, Joselu anotó el segundo en un certero cabezazo que cazó muy arriba y en otro centro desde la derecha de Fran García. Los blanquiazules solo fueron capaces de generar una ocasión, en un balón de oro que Barrenetxea no pudo convertir en gol ante la salida, cómo no, de Kepa y que Oyarzabal acabó enviando a las nubes. Imanol tardó con los cambios cuando varios de sus jugadores parecían solicitarlo a gritos y, en el reparto de golpes final, Aihen salvó el tercero ante Valverde, Cho intentó un gol imposible tras un buen servicio de Zakharyan y Remiro hizo otra parada prodigiosa a cabezazo de Bellingham.

Y esto es todo. Para ganar en todo un Santiago Bernabéu no vale con jugar una primera parte con la que enamoras a todos y luego caer en una trampa tan vieja. Y esto también sirve de lección para la Champions, que se inicia el miércoles con el Inter. La única fórmula es jugar bien y acertar tanto en tu área como en la del rival. Y la Real acabó fallando en las dos facetas. Por lo que estaba condenada al fracaso. Aunque jamás olvidaremos lo mucho y bien que nos hizo sentir en esos 45 minutos antológicos.