Tuvo todo el sentido del mundo la reflexión de Imanol sobre las celebraciones de su hijo y sobre el sufrimiento de parte de la afición ante la posibilidad de perder la cuarta plaza. Si uno toma un poco de perspectiva y analiza con frialdad el momento que atraviesa la Real Sociedad, como equipo, como club y como proyecto, no parece muy lógico mirar a este tramo final de Liga desde la preocupación, atendiendo más al retrovisor que al precioso objetivo que tenemos delante. Sin embargo, y aunque comparto al 100% la teoría expuesta por el míster, reconozco sin tapujos que a mí me cuesta ponerla en práctica luego. Al fin y al cabo, estamos hablando de algo que trasciende el fútbol y el deporte, y que atiende simplemente a la psicología humana: cuando alguien siente que tiene algo muy valioso entre manos, el miedo a perderlo suele imponerse a la posibilidad de disfrutarlo. Nos pasa con nuestro equipo. Y a muchos les sucede igualmente con la familia, con el trabajo o, en líneas generales, con su calidad de vida. Aquello de que no apreciamos realmente todas las cosas buenas que nos pasan significa una verdad como un templo.

El balance del curso

Resumiendo. La Real es cuarta en la clasificación a falta de solo seis jornadas y tiene cinco puntos de renta sobre su perseguidor más inmediato, el Villarreal. “¿Y si nos terminan trincando?” Si en cambio los txuri-urdin marcharan quintos y siguieran muy de cerca al rival de turno, el sentimiento generalizado sería de ilusión por alcanzarle, desde una situación que resultaría, objetivamente, mucho peor que la que vivimos ahora. Así funcionan nuestras cabezas y yo tampoco le daría muchas más vueltas al asunto, subrayando, eso sí, que la actitud con la que pasemos este próximo mes, optimistas o pesimistas, ilusionados o asustados, disfrutando o sufriendo, no deberá condicionar a posteriori el balance que hagamos de la temporada. El equipo está completando un curso de sobresaliente y ahora opta a la matrícula de honor, soy un firme convencido de ello, de ahí que mi gran preocupación no resida en si la hinchada lo pasa bien, mal o regular, sino en los análisis que se puedan hacer en junio al calor de una hipotética frustración. Entonces sí, conocido ya el desenlace liguero, tocará desprenderse de las agonías y llamar a las cosas por su nombre. Y lo cierto es que el equipo está completando “una locura” de campaña, que diría el técnico oriotarra.

Un recordatorio

El viernes, a las nueve de la noche, Alguacil atravesó el túnel de vestuarios de El Sadar, salió al campo y saludó con efusividad a Jagoba Arrasate, quien podría impartir un Máster sobre los temores que expongo en el párrafo anterior. Su Real 2013-14 le ganó al Athletic en enero y se situó quinta a un punto de los rojiblancos. Después, sin embargo, fue decayendo poco a poco hasta firmar una séptima plaza final que dolió, pero ante la que tampoco debió formarse la que se formó. Aquel descontento enrareció un ambiente que se envenenó aún más en Krasnodar y que, convertido ya en irrespirable, desembocó en una crisis de resultados saldada con el cese del entrenador y con el fichaje de David Moyes. Poca broma. Se trata de una lección importante que espero hayamos aprendido y ante la que nuestro actual técnico debería despreocuparse de la atmósfera actual. No se trata tanto de lo que sufra (o no) el entorno en mayo como de lo que piense y exprese cuando la temporada cierre la persiana. ¿Seríamos capaces de darle la vuelta a una decepción puntual para valorar como se merece una buena trayectoria general? Ojalá. Y ojalá también no tengamos que experimentar esa mencionada decepción. Resultará sinónimo de Champions.

Cambio de dinámica

La cosa pinta muy bien después de la victoria del viernes en El Sadar y después, sobre todo, de los siete puntos de oro que ha conquistado la Real en menos de una semana. Venía el equipo de un par de meses raros, en los que se había perdido un algo de juego y otro mucho de resultados. Pero de repente tal tendencia parece haber variado de forma drástica. ¿Cómo lo han conseguido los de Imanol? De dos maneras. La primera, insistiendo e insistiendo, haciendo bien muchas de esas cosas con las que nunca se dejó de acertar. Y la segunda, alejada esta de circunstancias técnico-tácticas, forzando por méritos propios uno de esos puntos de inflexión que por sí solos cambian dinámicas enteras. El sábado 22 de abril, a las ocho menos cuarto de la tarde, el Rayo ganaba 0-1 en Anoeta a un rival txuri-urdin anclado en los 51 puntos. Solo seis días después, los guipuzcoanos sumaban ya 58, con tres éxitos adicionales en la mochila: una remontada ante los vallecanos, un buen empate en el Villamarín y el crucial triunfo de Pamplona. Ganaron en tierras navarras gracias a una actuación seria, brillante por momentos cuando el partido lo permitió, y sufrida luego durante esas inevitables fases en las que la escuadra de Jagoba te encierra en tu campo. Para mi gusto, y aún teniendo en cuenta las virtudes del adversario, esos minutos de repliegue fueron demasiados, quizás porque la presencia de Silva en primera línea resta algo de vigor a la presión en bloque medio-alto. Sin embargo, terminó de reaparecer esa versión blanquiazul sólida como una roca en área propia. La perdimos en gran parte a lo largo de febrero y marzo, y la tenemos de vuelta en la primavera, ahora que cada centro, cada balón dividido y cada despeje huelen a trascendencia. Buenísima noticia.