Un par de semanas sin beaterio, a veces, me produce un vacío que trato de rellenar. Cuando sales de las rutinas y obligaciones, vas un poco perdido. Pareces un jardín sin flores o un niño sin suspensos. Dos jornadas después del partido contra el Elche, tocaba Villarreal. En el interregno de ambos, la nada. Bueno, la nada no. Asistimos al pim, pam, pum del nuevo seleccionador Luis de la Fuente al que le esperaban sin disimulo, con bayoneta calada. Excursión pagada a Glasgow en la que los escoceses se levantaron la faldita, enseñaron el pompis y soplaron la Highland Bagpipe (la gaita).

Los bordones, fuelles, tubos y soplillos se llevaron también por delante a unos cuantos jugadores. Por ejemplo, a Mikel Oyarzabal al que consideraron desaparecido en una noche de drama colectivo. No vi un minuto del partido, porque a la misma hora jugaba el Bidasoa en Lisboa un encuentro que me apetecía bastante más. Ese día llegué a casa, mediada la tarde. Venía de una pequeña turné navarro-riojana. Disfruto salseando en tiendas y mercadillos.

Coincidí con uno en la villa en la que hice la primera parada. No es Nueva York, pero costaba aparcar como si fuera la Quinta Avenida. Lo peor es que estaba a punto de pixarraquearme encima. Medio logré un espacio, dificultando la salida de un garaje. Hacía un día estupendo. La calle colindante, más amplia, estaba cortada al tráfico y sobre las aceras y calzada, los bares sacaron sus mesas. Todo lleno. Entré en el primer sitio que pillé buscando un baño. Había un gentío enorme. Un follón terrible y una cola de no te menees. Salí tan rápido como entré. Enfrente, otro local que anunciaba cervezas y bocadillos. Un señor navarro tomándose un tintorro. Otra persona jugaba en una máquina y la dependienta tras la barra. Le pregunté si había agua con gas. Respuesta negativa. Como debía conducir, botellín natural.

Busqué el aseo y lo encontré. Una puerta corrediza con un pestillo de cuando Napoleón era cornetín. Limpio y sin que en las paredes se encontrase un “tonto el que lo lea” o un corazón con flecha y los nombres de Fermina y Fabián. Lo que hice fue recordar un libro de Álvaro de Laiglesia, cuyo expresivo título no deja lugar a dudas Una larga y cálida meada. Lavadas las manos, al salir puse mis ojos en la vitrina de bocadillos. Elegí uno de tortilla de chorizo. La señora rubia que atendía, con acento inconfundible de un país del este, lo metió en el microondas muy pocos segundos y lo puso junto al botellín.

No me lo esperaba, pero aquello estaba sublime. Gloria bendita. No sé si era por el hambre, pero no me arrepentí lo más mínimo. En un santiamén había solucionado dos necesidades. Es un bar pequeño y sencillo. La decoración estribaba en billetes de las antiguas pesetas, alguno extranjero también, y otros recuerdos por el estilo. Además de mogollón de marcas de cerveza. Busqué banderines de equipos de fútbol, pero no encontré ninguno.

Pagué muy baratito, sin recibo ni factura, y acudí a los puestos del mercadillo. Paré en uno de caballeros y allí, en primera fila, varios calzoncillos de la talla que uso. ¡Milagro! Cogí tres y me cobraron nueve euros, a tres la unidad. Allí no hay tiques y esas cosas de la modernidad. Le di un billete de diez euros y recogí el euro de cambio. Pensó que podían interesarme unos calcetines que estaban al lado, pero desoí la propuesta.

Seguí pateando. En una plaza colindante, sólo había puestos de verduras y frutas. Espectaculares. Debí coger tique como en las carnicerías y pescaderías porque se concentraba un montón de gente. Cargué con alcachofas, setas de cardo, los primeros espárragos, acelgas y borrajas, pimientos verdes… más contento que las castañuelas de Lucero Tena. Al coche, pitando. A dejar las bolsas y acudir a una conservera antes de que cerraran. Otro cargamento, pero con envases de cristal o metálicos.

Os relato todo esto, porque disfruto como un cosaco cuando existe la opción de perderte por el mundo. No encuentras a nadie conocido que te pregunte por el equipo, por los fichajes, por el interés en éste o aquél, por el partido de la Nueva Cerámica, por las opciones europeas, por el estado de forma de algunos, por los contratos de Zubimendi, Merino, Zubeldia… por el golazo de Szoboszlai y el runrún de su contratación el pasado verano. Los que me provocan muchos días, para tocarme la gaita, le denominan Pagozelai. Llegaba el momento de ponerse las pilas y comprobar cuál era el estado de la nación txuri-urdin después de este tiempo de ausencia y holganza y hasta dónde daba de sí el equipo.

La respuesta no fue la que esperaba y, si os cuento estas historias, es por no incendiar. Hay otras que son para no dormir. Puedes perder de dos, que uno entre desde el penalti, que acaben con diez, que sumes tarjetas, pero… En el primer tiempo se intuía que no andábamos finolis. Cuando mejoras tras el descanso, se abre un claro, pero llegó el tanto desde el punto fatídico y el belén se vino abajo. Ciertamente, creí que el equipo iba a tocar otro son, pero fue bastante despropósito casi desde el comienzo. Atrás se dieron más facilidades que en las entidades bancarias. Adelante, se falló más que una vetusta escopeta de feria. En medio, carburamos poco. ¡Depresión! En resumen, decepción por todo lo alto. A esta hora, las filas están más prietas, los castellonenses ganan el gol-average y la sensación no es de echar cohetes. La Cuaresma no les está sentando bien.