En ocasiones tengo miedo. Se habla mucho del síndrome del folio en blanco pero a los que nos sobra la cuerda, nos suele acechar otra gran amenaza: la repetición. Lo reconozco, a veces me invade la sensación de que escribo tanto que me repito más que el ajo y hay muchas mañanas de partido que me entra pavor de que aparezca alguien por cualquier canal de comunicación para espetarme: “Qué pesado el Recalde, si eso lo ha contado ya mil veces” (los cachondos que quieran hacer sangre con mi trauma, absténganse de hacer la gracia en fechas venideras o no serán atendidos en esta ventanilla porque pesado solo me llama, con el agravante de asiduidad además, mi querida amatxo).

La historia la contó Jorge Valdano, otro que seguro no carecerá jamás de fluidez verbal. En algún momento en la historia del fútbol, la selección argentina, entonces dirigida por César Luis Menotti (1974-1982) presenció desde la grada un entrenamiento de Alemania. Uno de sus miembros narró que se quedaron sorprendidos con la potencia física de aquellos atletas rubios. “El fútbol europeo nos intimidaba por su velocidad y fortaleza física, y Alemania, desde la misma presencia, confirmaba esa leyenda”, recuerda el exmadridista en el libro Los 11 poderes del líder.

“Ninguno decía nada, pero mirábamos ese espectáculo físico con cierto complejo de inferioridad”. Uno de los jugadores más jóvenes se atrevió a comentar al seleccionador: “César, los alemanes son fortísimos”. Entonces, como Menotti, con su habitual pausa y serenidad y, me imagino por supuesto, su inseparable cigarro en mano, no tardó en replicarle con plena convicción: “¿Fuertes? No digas bobadas, si a cualquiera de esos rubios lo llevamos a la casa donde usted creció, a los tres días lo sacan en camilla. Fuerte es usted que sobrevivió a toda esa pobreza y juega al fútbol diez mil veces mejor que esos tipos”.

Recuerdo cuando aterrizó Alexander Isak en Donostia. El día que se cerró su fichaje, en una entrevista en Radio Marca, su excompañero en el Willem II Fran Sol no dudó en comentar que “es otro nivel que Borja Mayoral”, el otro delantero que tenía en la agenda la dirección deportiva, lo que multiplicó mis expectativas. Nada más iniciarse la pretemporada me marché de vacaciones y casi un mes después, a mi regreso, pregunté por el sueco. Las respuestas, incluso de compañeros, fueron desalentadoras: “No sé si mejora lo que hay”. “En los primeros entrenamientos se le vio muy nervioso”. Todo cambió en el amistoso frente al Eibar en Tolosa, la primera vez que le vi jugar en directo. Robó un balón en su campo, se recorrió 50 metros sacando incluso distancia a sus perseguidores y cruzó su disparo a la red con su pierna menos hábil. Cuando volví a preguntar por él, ya nadie albergaba ninguna duda. El resto de la historia ya la conocen, nos dio una Copa y tres clasificaciones seguidas para Europa antes de marcharse por 70 millones, de los que 50 siguen en la hucha de Aperribay. Cuántas veces habrá pensado Isak, con lo liviano que sería de niño, “estos son fortísimos” para después no tardar en sacarles los colores. Fuertes como su amigo Sorloth. Aunque se esté saliendo el noruego, yo sigo echando mucho de menos al sueco, quien, por cierto, un día debió pegar un estirón de cuidado y una de sus grandes virtudes siempre será lo coordinado que es a pesar de su altura.

Con Momo Cho me sucede algo parecido. Recuerdo que el primer amistoso de pretemporada ya hubo muchos aficionados que no le dejaban ni el beneficio de la duda. Yo ni lo estaba siguiendo, lo reconozco; siempre he defendido que asistir a partidos de pretemporada por vicio perjudica seriamente la salud. Con lo bien que lo cuentan los periodistas...

Desde el primer encuentro que le vi me pareció que tenía unas cualidades físicas portentosas y una capacidad para desequilibrar extraordinaria. Ya se nos ha olvidado, pero su actuación ante el Atlético fue simplemente prodigiosa, impropia de un futbolista recién llegado a un equipo de otro campeonato, ante una de las mejores defensas de la Liga y con solo 18 años. Para la historia queda su centro en plena carrera con la zurda para el primer gol de Sadiq, pero ya no nos acordamos de que por momentos pareció imparable.

Yo siempre le doy importancia a lo que dicen sus compañeros que comparten tantos entrenamientos juntos. A Barrenetxea se le cambió la cara cuando le pregunté por Cho y le medio entró la risa: “Este va a ser una moto. Tiene unas condiciones el tío...”. Mucho más serio contestó Sorloth, que lo tiene muy claro: “Puede ser un jugador top. Ha tenido mala suerte con las lesiones. Nunca es fácil cuando eres joven y tienes esa velocidad. Es muy habitual sufrir lesiones musculares, pero cuando tenga todo en orden en su cuerpo, será un futbolista top”.

Sinceramente, entiendo que las continuas lesiones y el hecho de que casi hayamos normalizado comparecer a las citas con una lista de bajas cercana a la decena (yo ya tengo el piloto de alarma encendido para la visita a Roma) provoca una negatividad y, por qué no decirlo, un histerismo basado en la impotencia que nos hace ponernos siempre en lo peor con los lesionados. Y estoy de acuerdo, no es normal que un chaval que hace poco que acaba de convertirse en mayor de edad se haya perdido ya 22 partidos por contratiempos físicos en lo que llevamos de temporada. Se mire por donde se mire. Nos agarramos a la doctrina Barrenetxea, que siempre cuenta que tuvo que aprender a escuchar a su cuerpo para evitar roturas musculares como clavo ardiendo, aunque tampoco nos convenza su primer esguince de tobillo que se produjo chutando a puerta y que en principio “no iba a ser gran cosa”, según Imanol. Fue en ese momento de eterna espera sin demasiada información cuando bromeamos en El Tercer Cohete de One Club con el ¿qué pasa con Cho?, lema con el que pensaban hacer una camiseta los muy cachondos. Cierto es que la mala suerte se cebó cuando estaba a punto de volver y un choque con un compañero le lastimó el otro tobillo sin fecha de recuperación. Una pena, porque su ausencia le está obligando a forzar mucho la máquina a Kubo y le necesitamos a pleno rendimiento para la vuelta a Europa.

Pero tampoco podemos ser injustos con un galo que está pasando un auténtico calvario por no poder mostrar todo su potencial. Un jugador al que los chavales de Zubieta le ven como los argentinos a los alemanes, con unas cualidades “fortísimas”. “Es que tiene tres años menos que yo”, reconocía con sonrisa pícara el bueno de Ander: “Me hace gracia cuando dicen que suben del filial un compañero joven y tal y yo me quedo pensando… ¡pero si son de mi edad o un año menos!”. ¿Qué pasa con Cho? Que es muy bueno, que lo tiene todo para triunfar y que tiene contrato hasta 2027. Anda que no queda tiempo para callar bocas y seguir la estela de Isak. Al tiempo. Como dije con el sueco, cuando se marche lo va a hacer por otra cantidad desorbitada cercana a su cláusula. Esa es mi convencida y ambiciosa apuesta. Por ahora en Zubieta no me la coge nadie. ¡A por ellos!