Tiene gracia o no deja de ser paradójico que sea una iniciativa que ha surgido en Catalunya. Beers&Songs se autodefine como “un grupo de jóvenes que se dedica a hacer el hooligan y a animar a un equipo aleatorio del fútbol catalán, sin que los jugadores lo sepan. Este equipo, que suele ser de los últimos de la tabla, no es consciente de que en ese partido tendrá la mejor afición del mundo”. O lo que es lo mismo, convertir un duelo intrascendente y que iba a pasar inadvertido a la categoría de final, con todo lo que ello conlleva de excitación en la grada.

Su alma mater, Albert Grabulosa, lo inventó con la idea de “celebrar su cumpleaños con amigos en un campo de fútbol modesto de un equipo humilde”. Nació en 2015 y fueron 36 personas y en este 2022 la cifra pasó al récord absoluto de 120. Lo único que les dijeron a los participantes en esta última edición es que tenían que ir de amarillo. Cuando ya les comunicaron que se iban a Banyoles (Girona) para animar al Palautordera no tardaron en componer canciones con su nombre. Imaginamos que de los denominados cantos franquicia, que suenan casi igual en la mayoría de estadios de nuestras ligas. La única premisa es ir con ganas de cachondeo y de pasarlo bien. Visualicen su llegada al pueblo, cruzando sus calles mientras la policía local asiste entre estupefacta y preocupada a su desfile. Al llegar al campo con bengalas y todo tipo de instrumentos sonoros, las caras de las tres decenas de asistentes habituales que están en la grada y de los propios jugadores no tienen desperdicio. Lo mejor de todo es que les animan por sus nombres: “Siempre hay partido, si juega Carles Font” o “Rubén Justicia, dios del fútbol, marca un gol”. Y, como relatan en Panenka, este anota y corre a la grada a señalar a unos extraños que no ha visto en su vida. El relato acaba así: “Cuando el 7 llega al vestuario va en calzoncillos: ha regalado camiseta y pantalones. Guardaré estas fotos durante años, dice. Justo después le regaña una persona del club: si no recupera la camiseta, no podrá jugar la semana siguiente”.

Esta especie de cuento, que bien podría haber inspirado a mi admirado Roberto Fontanarrosa, es una metáfora de en lo que se ha convertido el fútbol. Cada vez hay más aficionados que huyen del negocio en el que se ha transformado su deporte favorito para adentrarse en su esencia y tratar de recuperar las sensaciones perdidas. Como esos olores o esos sentimientos que viviste en tu infancia y te pasas la vida tratando de volver a rescatarlos. Yo suelo decir que cuando ganamos la Copa y analicé en frío todas mis vivencias en Sevilla, me quedé un poco decepcionado porque no llegué a evocar lo que disfruté con doce años cuando ganamos en los penaltis al Atlético en La Romareda. Igual simplemente es cosa mía, que me he hecho mayor y ya no es lo mismo. O tampoco es descartable que el hecho de que no hubiera afición mediatizó y enfrió todo.

No estuve en Zaragoza, no me dejaron ir a pesar de que les puedo garantizar que batí el récord del mundo de dar la chapa en casa para que me llevaran, pero, en cambio, sí que sufrí en la grada del Bernabéu en la maldita final del año siguiente. Aparte de la escandalosa cacicada de la Policía Nacional, recuerdo que el estadio estaba dividido en dos, como suele ser habitual. En la parte txuri-urdin había más hinchas de los 26.000 que entraban, muy apretados eso sí, en su propio estadio de Atocha. Con diferencia, la movilización y el desplazamiento más grande de nuestra historia. La zona azulgrana se encontraba medio vacía. Daba pena verla. Es cierto que era una campaña muy mala, con el Motín del Hesperia incluido, pero es que cuando se pusieron en ventaja, cada vez que el balón caía en su fondo, se metían corriendo en los vomitorios perseguidos por los animales policiales para perder tiempo. No lo olvidaré jamás. Aquel dolor y la posterior inconsolable llorera los llevo dentro de mí para siempre. Como el triunfo ante el Athletic, con la diferencia de que esta me produce el efecto de no querer volver a enfrentarme a ellos en un duelo decisivo nunca jamás, y en cambio aquella espina clavada siempre me generará ansias de venganza (sabemos lo que pasó antes y después...).

Cuando han pasado unos pocos meses del mayor ridículo que se ha visto en los últimos años de un club de semejante calibre, con la eliminación del Barcelona, en su estadio, teñido de blanco por la invasión de los aficionados del Eintracht al que triplicaba en presupuesto, tienen la osadía de recordarnos que los seguidores realistas no podrán entrar con distintivos de su equipo fuera de la zona visitante. Hay que recordar que no es un tema circunstancial que solo lo aplican con la Real, sino que se trata, siempre según su versión, de un tema de seguridad, como ya hicieron, por ejemplo, con aficionados del Sabadell que pretendían asistir en familia a un encuentro ante el filial azulgrana. Simplemente lamentable. ¿Acaso todavía no se han dado cuenta de que no son todos iguales? ¿De que no se puede tratar a todos por igual? ¿De que la afición txuri-urdin es modélica antes, durante y después de los encuentros, tanto si gana como si pierde? Son muchos los hinchas azulgrana que se preguntan sorprendidos por lo mucho que ha cambiado el ambiente en Anoeta cuando viene su equipo. Claro, les debe sorprender que ya han quitado la alfombra roja, y lo que pretenden ahora los osados anfitriones es ganarles. Que los niños que lucían el 10 de Messi ahora llevan orgullosos el 10 de Oyarzabal, al que le sienten más suyo. Y que los responsables de este cambio son, por supuesto, los héroes de leyenda txuri-urdin, pero también, los feos acumulados por parte de los azulgrana en los duelos de Copa, donde históricamente son nuestra bestia negra. Y no, por mucho que insistan, no tiene nada que ver con sus conspiraciones paranoicas porque la hostilidad hacia el Madrid es la misma. Lo siento, no entramos en los absurdos juegos de tronos de los gigantes y sus efectos colaterales con los equipos terrenales, quienes, al parecer, les deben rendir pleitesía. Aquí nos dedicamos única y exclusivamente a derrotarles en cuanto podemos.

¿Saben lo mejor de todo? Que aunque puede que aún nos falte un poco para discutirles la Liga, como en los inicios de los años 80, en un duelo a vida o muerte notamos que estamos preparados y capacitados para imponer nuestra ley en cualquier estadio del mundo, por muy grande que sea y por mucho que imponga. Ya no tenemos miedo ni nos sentimos más pequeños que nadie, a pesar de que nos persiga el fantasma de una racha terrorífica en el Camp Nou. Simplemente porque ahora ya somos muy conscientes de que la vamos a romper más pronto que tarde. Entre otras cosas, porque contamos en nuestro banquillo con el hombre récord de las nueve victorias seguidas y el título de Copa 34 años después, que nos ha hecho eliminar todos los complejos y que ha ido acabando con los fantasmas en forma de rachas o maldiciones que nos perseguían en muchos destinos.

No, no estoy de acuerdo con que a la afición del Barcelona haya que hacerle lo mismo, por el mero hecho de que aquí entendemos el deporte de otra manera. Y no comprendemos que intenten convencernos de que el fútbol ha dejado de ser una fiesta a pesar de la rivalidad en el campo. En la Real, equipo y afición irán siempre de la mano para todo y no queremos que Anoeta deje de ser un oasis de buen gusto, respeto y felicidad. Por los jabatos que se van a helar en la penosa zona visitante, por los que llevarán su escudo en el corazón sin poder lucirlo repartidos por la grada y por los que no van a poder viajar en esta ocasión, Real, hazlo otra vez. Repite la gesta del Bernabéu. Ya vemos la Copa a la vuelta de la esquina. Estamos enloquecidos y engorilados con vosotros, como nunca se ha vivido en el club, y ha llegado la hora de firmar otra grandiosa gesta. Pase lo que pase y juegue quien juegue, seguiremos igual de orgullosos porque no todos somos iguales ni pretendemos serlo. Vamos a por todas, hay que creer. Se lo merecen. Gora Real! ¡A por ellos!