Ya pocos se acuerdan, porque la mancha la borró Imanol, pero hubo un tiempo no muy lejano en el que hubiéramos pensado que el nuevo modelo de Copa estaba hecho para vacilarnos y provocarnos con el más difícil todavía, que te pueda eliminar un Preferente. Con toda mi consideración hacia nuestros adversarios amateurs, se llegó a un punto de putrefacción e intoxicación que este equipo hubiese sido capaz de caer ante un grupo de carpinteros, panaderos y demás profesiones que merecen todos mis respetos por el sacrificio que exige compaginarlo con el fútbol. Lo digo y lo recuerdo, aunque estas cosas no le gusten a nuestro técnico como le demostró a mi apreciado Txema Oliden cuando le preguntó a Brais por el 0-4 del United en Turín, porque debería ser siempre nuestro punto de partida en la competición del KO. Saber de dónde venimos, ser conscientes de lo que hicimos, recordar y tratar siempre de compensar a toda una Generación Pérdida y tener más que prohibido frivolizar o arriesgar demasiado en el torneo en el que más accesible o más cerca nos encontramos de alcanzar un título. Como sucedió con la Copa para siempre 34 años después y, desgraciadamente, como estuvimos de nuevo a punto de lograr la pasada campaña cuando con todo a favor encajamos la derrota más dolorosa, para mí con diferencia, de la era Imanol.

Entiendo que en la Copa hay un condicionante distinto al de la Liga que es la suerte. Soy de los que se niega a aceptar en la derrota ese factor, porque simplemente me parecen argumentos de perdedores. Pero en esta competición, y más aún desde que se juega bajo esta configuración a partido único, es una cuestión a tener muy en cuenta. Aunque somos uno de los clubes más cenizos del mundo en los sorteos, de ahí que era vital acabar primeros y pasar directamente a octavos de la Europa League, no se puede discutir que el año pasado, dentro de lo que cabe, nos acompañó la suerte con ese emparejamiento a partido único frente a un rival directo en Anoeta, de donde pensábamos que no salía vivo a partido único ni el Ajax de la década de los 70 tras tumbar a los de Simeone. Ay, la importancia de la Diosa Fortuna, si no que se lo pregunten a mi futbolista alemán de cabecera, don Marco Reus, al que una nueva lesión le ha dejado sin opción de entrar en la lista del Mundial. El problema, o el dato, es que los contratiempos físicos le impidieron también acudir al Mundial de 2014, que por cierto se llevaron sus compañeros, y las Eurocopas de 2016 y 2020. No hay derecho, pobrecillo. Qué mala suerte...

Pase lo que pase, esté la Bundelisga como esté y brillen más o menos sus resplandecientes estrellas, todo el mundo sabe que cuando juegas contra Alemania te espera enfrente un duro hueso de roer y 90 minutos de perros. Y quiero pensar que ya tanto en la Copa como en Europa, los adversarios a los que toca en suerte la Real, más que respetarle, que por supuesto también, incluso comienzan a temerle. Y es una condición que solo se puede alcanzar mediante méritos adquiridos en el fragor de la batalla. Ahora bien, ¿de verdad piensan que podemos catalogar a los nuestros como un equipo copero? Lo siento, pero creo que todavía seguimos a años luz de semejante consideración. Y a los hechos me remito. Reconozco que yo en Atotxa me sentía casi imbatible. No tenía ni el más mínimo complejo en la Copa, fuese quien fuese el enemigo que nos hubiese tocado en suerte. Siempre pensaba que íbamos a pasar. En ese sentido, me sentía un optimista empedernido como suele defender ser Aperribay: “Siempre pienso que va a ganar la Real”. Ahí mantengo en mi retina la legendaria y emocionante Copa del curso 1987-88, con las eliminaciones consecutivas de Atlético y Real Madrid. O el 0-1 en San Mamés de la triunfal edición anterior, en la que los blanquiazules se presentaron a la cita sin ningún tipo de trastorno por la abismal diferencia en el palmarés copero. No me olvido de los dos coitus interruptus de la última campaña en Atotxa, con las sendas remontadas abortadas por el camino ante el Vitoria de Guimaraes, que nos había vencido 3-0 y cayó 2-0 (el segundo llegó en el minuto 23), y el 4-1 al Madrid, tras el 4-0 de la ida, la noche en la que definitivamente el campo estuvo a punto de no aguantar más las emociones y derrumbarse con todos sus socios dentro.

Es cierto que era otra época, pero si en su día consideré que había una Generación Perdida que no conocía lo que era realmente el aroma de un buen encuentro de Copa, también considero que hay otra que se puede considerar como la Asociación de Damnificados, que es la que tuvo que sufrir y soportar el via crucis de una de las manchas más dolorosas y humillantes que ha vivido este club.

Todos tenemos claro que Imanol ha puesto freno a una hemorragia humillante. Y lo ha hecho con una receta basada en la lógica: si apuestas con suplentes poco acostumbrados a jugar y a hacerlo juntos en un club como el nuestro, estás demasiado expuesto al fracaso. Así que siempre mantiene un cinturón de seguridad con titulares de guardia que garantizan unos mínimos para evitar sobresaltos ridículos. Pero también es verdad que los números no engañan y los registros en las eliminatorias se encuentran lejos de ser los despampanantes de la Liga, si no contamos con el inmaculado camino el año del título en el que venció todos sus encuentros. Ningún duelo a vida o muerte superado en Europa y en la Copa, al margen de la citada trayectoria hacia la gloria, solo podemos destacar el triunfo frente al Atlético también en Anoeta antes del sonado tropezón frente al Betis de la temporada anterior.

Pero no podemos restar ningún mérito al preparador de la casa que, en vez de perderse en excusas, como hizo algún otro aludiendo al hecho de que la lista de fracasados en este torneo es demasiado larga, cogió al toro por los cuernos y le puso solución. Nunca jamás se quejó de un sorteo y, como solía hacer el discutido Luis Enrique cuando entrenaba al Barça, siempre piensa en lo desafortunados que son los rivales a los que les ha tocado la Real.

No entiendo cuándo y cómo pudimos perder la vitola de equipo copero. Pero de lo único que estoy seguro es de que cuenta con todos los mimbres para hacer un gran papel en este torneo. Es ganador, competitivo, intimida en casa y fuera, donde ha ganado ocho de los diez encuentros que ha disputado hasta la fecha, muerde, siente y adora su camiseta, no da ningún balón por perdido, dispone de una plantilla larga a pesar de las lesiones y tiene nivel para plantar cara al que sea. Sin perder el respeto a nadie, lo que garantiza su esperable clasificación de esta tarde es que se siente con la suficiente fortaleza para soñar en grande. Y si vuelve a firmar la hazaña de lograr algo importante, saldará otra parte de las deudas que acumularon sus antecesores con la generación perdida y la asociación de damnificados (si no lo ha hecho ya con su victoria para siempre, que con los segundos, entre los que me incluyo, aún lo dudo).

Son los propios jugadores los que suelen referirse a aspirar a todo en la Copa cuando se les pregunta por sus objetivos de la temporada en verano. Empezamos en Talavera un calendario en el que queremos ir tachando fechas hasta celebrar otra final. Confiamos en vosotros. Estamos en las mejores manos, las vuestras, las que más nos gustan y reconfortan. Creemos y soñamos. Queremos. ¡A por ellos!