Uno de los jugadores queridos por la afición de la Real Sociedad tomó una decisión al poco de retirarse. Alquiló una casa en Chipre, se llevó a la familia hasta esa isla, apagó el móvil y durante un trimestre se retiró del mundanal ruido. Posiblemente, necesitaba encontrarse consigo mismo, pensar en futuro y contestar a la eterna pregunta que lleva instalada en la sociedad desde que existe la cultura: ¿Qué va a ser de mí?

Regresó, decidió retomar los estudios de ingeniería, que abandonó cuando el balón se pegó al borceguí de su pierna derecha, y vive en su geografía. Suelo verle en Anoeta, lugar de encuentro de muchos ex que han prolongado hasta aquí la relación inquebrantable del vestuario. Supongo que anoche se sentó ante el televisor para comprobar que la hoja de ruta del equipo actual no dispone de espacio para grandes sobresaltos, pese a la trascendencia de las bajas.

Supongo también que, en esa misma posición, se alinearon los aficionados animosos que acudieron a Chipre, ese país de embeleso, partido en dos, con dos idiomas, dos sociedades, dos culturas, dos religiones, un mar de azul intenso, unas playas de ensueño y muchos más equipos de fútbol. A los puertos de Lárnaca y Limassol llegan los cruceros de turistas. Van llenos de gente que patea las calles en calma de las ciudades que cautivan, de los pueblos que atesoran muchos monumentos, museos, mucha música, muchos viejos recuerdos, templos y santuarios de las civilizaciones que pasaron por allí. Lejos de mirarse al espejo, no han hecho ascos a la modernidad y la renta per cápita del país es digna de tener en cuenta, sin perder de vista los encantos naturales y la peculiar gastronomía. No me preguntéis qué, pero, desde la distancia, parece claro que hay algo que conquista.

En el fútbol se transforman. Es cuando aparece la pasión mediterránea, la defensa heroica de los colores que les representan. Nada que no os suene. Todos los años cumplen en Eurovisión, cantando en griego o inglés, con canciones pegadizas que rondan el éxito. A ese escenario plural y coqueto llegó la Real para tratar de ganar un partido que apuntalase más la posición idílica del grupo en el que compite. Más allá de lo que significa la clasificación, la suma de puntos conlleva unos ingresos monumentales que vienen muy bien a las arcas y al proyecto. Asustan las cifras, sobre todo si te pegas un batacazo de tomo y lomo como los de la noche del miércoles en Champions.

A Imanol se le puso malo Sorloth y probablemente buena parte del plan previsto, porque a media tarde saltaron las alarmas que salpicaban a un grupo mayor de futbolistas, al parecer con los mismos síntomas. Como ahora, al enemigo no se le concede un puntito de pista, nos quedamos como estábamos. En plan margari, puede que sí, puede que no. Por estas u otras razones, decidió una alineación inédita, sin rombo, con la presencia en el equipo titular de la dupla del Baztan. Más allá del triunfo final, debió haber fiesta anoche en Elbetea entre sus conciudadanos. Pacheco y Karrikaburu, juntos por primera vez desde el inicio. Con ellos, Robert Navarro, cuyo cabezazo enjaezó el deslumbrante centro, caramelo de malvavisco, de Asier Illarramendi. Era la guinda necesaria al final del primer periodo, después de mucho desgaste, tanto para presionar al rival como para librarse de la que los chipriotas ejercían.

Ignoro si a estos les gusta el pulpo, pero les sirvieron pronto una ración. Brais volvió a enganchar un balón que subió al marcador para ampliar la ventaja, poner tierra de por medio y evitarse sobresaltos. Ciertamente los hubo, en un par de jugadas que el VAR europeo mandó al limbo pese a que los locales solicitaban falta máxima. Arambarri, Pablo Marín y el debutante Magunazelaia se incorporaron al partido para seguir manteniendo el nivel competitivo del equipo, porque no hubo ni un minuto de relajo, ni atisbo de bajar la guardia. La Real cumplía con el objetivo de ganar, asegurado el pase a la siguiente ronda. Llegará como líder al partido decisivo frente al Manchester United del próximo jueves en Anoeta con el primer puesto como reto. Encuentro de altos vuelos, sin duda. No sé si también de embeleso. Como cuando Sarita Montiel entonaba Nena, “deja que ponga con embeleso, junto a tus labios, la llama divina de un beso”. Tras la victoria ante el Omonia, el escudo dejará de echar en falta esos u otros besos.