Esta vez no voy a hablar ni de marisco, ni de empanada, ni de xoubas, ni del mercado de la Piedra, ni de El Mosquito, ni de las ostras, ni de comer en La Retranca, ni nada de nada, de nada. No es por falta de ganas, sino porque había diseñado un plan que se ha ido al traste en un santiamén. El Real Unión jugaba ayer en Murcia. Viajó en autobús, saliendo el sábado antes de las ocho de la mañana. Carretera y manta. Regresó después del partido y no sé si habrán llegado para esta hora del desayuno.

Mañana vuelven a coger el autobús para desplazarse a Galicia. El miércoles les espera el Arenteiro en la semifinal de la Copa RFEF. Si los irundarras ganan, accederán a la final. No está fácil el panorama, dada la cantidad de bajas que asola el plantel de Zulaika desde hace semanas. Una vez que termine el partido, otro paseíto por las autonomías hispanas y a preparar el derbi del fin de semana. Un Willy Fog al uso.

¿Cuál era mi plan? Coger un tren que tarda una barbaridad, pero que atraviesa lugares extraordinariamente hermosos, o montarme en el utilitario camino de Vigo, acudir a Balaídos para el partido de ayer. Como se jugaba a la hora del mosto y calamares, daba tiempo de viajar hasta el Barco de Valdeorras y darle una sorpresa a un futbolista que anduvo por estos lares, estudiante de psicología, buen delantero y mejor persona. Asistir a un Barco-Viveiro no se paga con dinero. El proyecto era perfecto. Pensaba quedarme unos días por las tierras de la muñeira y llegar hasta O’Carballiño, el miércoles, para ver la semifinal de los unionistas.

En los días previos de asueto, lunes y martes, soñaba con visitar la catedral de Santiago en año jubilar, homenajearme con decoro y saludar a otras gentes que hace años no veo. Estaba pizpireto, relamiéndome, hasta que pase la hoja de la agenda para ver cómo venía la semana que hoy empieza. Encontré, escrito en rojo, el Real Sociedad-Mallorca que nos espera el miércoles. A tomar por riau el plan, por no escribir pompis en plan finolis. Caca, culo, pis. Ni percebes, ni camarones, ni abrazos al santo de Compostela, ni…¡La madre que les parió! Tanto clásico y tanta lerdez. Desde ayer por la mañana, estoy sumido en depresión. Más aún por perderme in situ la aguerrida victoria ante los celestes.

Abrió la lata Illarra, otro Willy Fog, al que le gusta viajar mucho por lugares recónditos del mundo. Normal que festejara el gol después de todo lo que ha sufrido en los últimos años. Imanol vio, estoy seguro, el Barça-Celta del pasado fin de semana. Analizó el comportamiento del rival y decidió un plan. Guardó en la recámara parte de la artillería, porque creyó que las castañas se iban a jugar al final. El gol del empate vigués, suelen pasar esas cosas, llegó pronto y fácil, pero el equipo no le perdió la cara al encuentro en ningún momento. Los dos técnicos debieron decir a sus hombres que no racanearan, que era vital hacerse con el control del balón. Los primeros minutos fueron de acoso y derribo, de vendas, tiritas y mamporrazos. Una pena que Aihen se lesionara, porque el resto del proyecto salió redondo y sirvió, tras el gol de Zubeldia, para enlazar otra victoria seguida y continuar haciendo camino. Al de Azkoitia también le menearon la sudurra en el primer tiempo, pero no perdió el olfato y olió que el balón de Brais desde la esquina llevaba premio. Caramelito, cabezazo a la jaula y se merece el premio de una cajita de dulces macarrones de Presalde. Tres puntos divinos.

El reparto de tiempos y esfuerzos respondió al plan preconcebido. Hasta el bueno de Ander Barrenetxea jugó sus minutos y le dio tiempo a recibir una de las siete tarjetas que se llevó el equipo. Por cierto, ¿desde cuándo no se daba semejante cantidad? El trencilla que llegaba desde Mallorca se soltó el moño y no paró de desenfundar. Como Billy el Niño, aquel vaquero americano que nada tuvo que ver con Willy Fog pero que pasó a la historia por cargarse más de dos decenas de personas. Había perdido el vértigo que es lo que no debe hacer la Real en estos dos próximos encuentros ante Mallorca y Valladolid.

Apunte con brillantina: Más allá de la antxoa de Vigo, la renovación de Martín Zubimendi es una buena noticia para todos. Es un chico amueblado y sin delirios de grandeza. Le han mejorado el contrato y le han mantenido la cláusula. Eso dicen. El día que se quiera ir, se irá. Y si se quiere quedar de por vida, se quedará. Hay palancas que matan y, como se estropee el muelle, saltan todos por los aires, cantando La llorona. Mientras tanto otras gentes se quejaban del VAR, rajada incluida. ¿Os suena? Ver venir.