Insisto, porque para mí es importante: aunque no pretendamos serlo, en muchas cosas seguimos siendo muy distintos. Para muchos pasó inadvertido y se quedaron solo con el ya de por sí bonito detalle de que Mikel Oyarzabal se presentó en la localidad del malogrado Txomin Landa, un socio que falleció días después de sentirse indispuesto en la grada durante el partido frente al Espanyol, para depositar un ramo de flores y darle el pésame a su destrozada familia (desgarrador ver la tristeza imagino que de su nieto). Al margen de que lo del capitán eibartarra no es ni medio normal al prestarse a todo lo que piden con una amabilidad y una naturalidad que engrandece su categoría humana (les garantizo que no es habitual hoy en día en el desgarbado y superficial mundo del fútbol), lo que me llamó la atención es que, en una grada repleta de familias y de chavales, y en los prolegómenos de un partido de máxima expectación, no vi que se le acercara nadie para pedirle un autógrafo o una fotografía. Era un momento de máximo respeto que los adultos, como es lógico, entendemos, pero no resulta fácil contener a los más jóvenes cuando tienen a su lado a Oyarzabal. Y a los hechos me remito precisamente en esa grada, cuando en un duelo ante el Granada el 10 se retiró sustituido y al pasar por delante parecía el flautista de Hamelin con los niños bajando a todo correr por las escaleras de los vomitorios para saludarle o intentar que simplemente les sonriera y les chocara la mano. Para comprender lo que asumo que a muchos no les parecerá tan relevante o destacable, es importante ser conscientes de la importancia de Oyarzabal y todo lo que representa su figura para el realismo.

A día de hoy, Anoeta es un mundo feliz. Un nuevo país de Nunca Jamás. La gente va al estadio a disfrutar, porque lo hace de verdad, con una comunión con su equipo sin parangón en el campeonato que permite que los disgustos duren muy poco y se lleven mejor. Porque todos somos conscientes de que los de Imanol no tardarán en volver a compensarnos con otra alegría. Es el estadio de la sonrisa, de la algarabía y de la fiesta. Y eso que entiendo a voces como la de mi amigo Mauri Idiakez, al que no le gusta el baile de la celebración del gol porque la afición jamás debería darle la espalda al equipo. Una teoría que no me parece descabellada, es más, su coherencia es indiscutible. Pero desde mi posición, arriba de la Tribuna Central, tengo una mirada privilegiada y puedes llegar a emocionarte viendo a familias enteras amarradas entre ellas por sus brazos disfrutando en plena apoteosis por la llegada del gol. Abuelos, padres e hijos, generaciones juntas. Eso sin entrar a valorar el impresionante efecto visual del festejo de la marea txuri-urdin en la grada Aitor Zabaleta, convertida ya en uno de los grandes patrimonios de la entidad.

Y es saludable destacar, en los tiempos que corren, todo lo bueno que está sucediendo en Anoeta. No podemos olvidar que hay hombres de negro malos que quieren hacer saltar por los aires el establishment de nuestro fútbol, cuya jerarquía tanto nos ha gustado discutir en el campo y que nuestros descendientes se pueden perder si sigue su curso su perverso y egoísta plan. Les remito a las palabras del presidente del Madrid en su asamblea: “Los datos no admiten discusión. El fútbol está perdiendo claramente la batalla global del entretenimiento frente a otros deportes y frente a otras plataformas. Es el único deporte global, una ventaja que no estamos sabiendo aprovechar. El diagnóstico de la enfermedad es evidente: necesitamos una gestión profesional, moderna y transparente, que tenga en cuenta los retos globales del mundo actual y que no esté basada en viejas estructuras diseñadas en el siglo pasado”.

Como él es así, fue más allá y se atrevió con un símil de tenis: “Nadal y Federer han jugado en 40 ocasiones, Nadal y Djokovic en 59, ¿acaso esto es aburrido? Esto ha impulsado al tenis y a todos los jugadores porque el tenis sale reforzado. Contra el Liverpool, en 67 años, solo hemos jugado nueve veces, contra el Chelsea, cuatro. ¿Qué sentido tiene privar a los aficionados de todo el mundo de estos partidos? Solo potenciando el fútbol como deporte global podremos proteger a todos los clubes y para ello es imprescindible ofrecer partidos de máxima calidad e interés”.

Lo que más llama la atención es que ningunee la competición doméstica cuando en los últimos quince años ha ganado los cinco mismos títulos de Liga que de su discutida Champions y, además, lo ha logrado jugando a la carta, con una protección desmedida por parte de Mortadelo y Filemón, gestores de Federación y Liga, y con una diferencia de ingresos desproporcionada que convierte en hazañas superlativas los triunfos de los equipos terrenales. Pero ellos siempre van a querer todos los trozos del pastel.

Cuentan que los abonados a las plataformas que emiten el fútbol han descendido de forma dramática. Quizá deberían mirarse más al ombligo para erradicar el tumor y, unos, bajar los precios, y los otros, no abusar tanto de los pobres. Qué quieren que les diga, nosotros vamos a enfrentarnos por 76ª vez a Madrid, Barcelona y Athletic y tenemos las mismas ganas de derrotarles que la primera. Para todo lo demás, es decir otras competiciones, que impere la meritocracia. Como toda la vida.

Al contrario de lo que, al menos dicen, está sucediendo en nuestro fútbol, en Anoeta se vive justo el efecto contrario. Récord de socios, lista de espera, el campo se ha quedado hasta pequeño y, en su justa medida en los tiempos que corren, invasión txuri-urdin a destinos con precios asequibles.

No es más que la enésima demostración del estado de felicidad alcanzado y proclamado por Imanol Alguacil y sus soldados. Muchos tildan de milagroso que, con su paupérrimo bagaje de goles a favor del curso anterior, la Real lograra por tercer año consecutivo pasaporte para Europa. No es casualidad que sellaran y sigan consiguiendo tantos triunfos por la mínima. Aparte de por la máxima concentración de los jugadores, evidentemente, Anoeta les da alas. Lo decía Aritz: “Hay momentos en los que estamos sufriendo y la afición nos da ese plus para sentirnos más fortalecidos y que no nos metan gol”. Siempre lo comento, Atotxa era una olla a presión los días importantes, pero no empujaba tanto cuando los visitantes eran de clase media o menor.

Esta semana he visto un resumen de un partido ante el Barça en el que De Pedro firmaba un doblete y atravesaba las pistas para celebrar con la grada. ¡Lo que hubiese disfrutado en este estadio, con su permanente atmósfera de agitación y su locura total en el gol! A lo que habría que sumar, sin duda, el tercer título de Liga, el de 2003, que no se hubiera escapado en la vida bajo al abrasador calor de una grada entregada a un sentimiento y a unos colores. No es que dé gusto ir, es que contamos los minutos para regresar cuando acaba cada partido. Hoy también estamos de enhorabuena, juega la Real en Anoeta. Otra vez en Europa. ¡A por ellos!