Lord Byron la bautizó como la Sirena del océano, pero la mayoría le conocemos como la Tacita de Plata. Cádiz es una ciudad que enamora. Siempre supera cualquier expectativa que te hayas hecho antes de ir. Con dos cosas que sobreviven a todo cambio o marea, su inigualable Carnaval y su equipo de fútbol, que es imposible que te caiga mal. Para caer en sus redes solo necesitas disfrutar unas horas de su sol y su luz y asistir a un encuentro de fútbol en el Ramón de Carranza (sé que no se llama así). Desgraciadamente, nunca he estado, pero cuentan que si vas al Carnaval, el idilio ya será de por vida. Yo lo disfruté en mis propias carnes. Me mandaron a cubrir el estreno liguero del Madrid en una de las vueltas a Primera de los amarillos. Fue el famoso y sonado debut de Robinho y el “de qué planeta viniste” con el que le recibió la prensa madrileña creyendo que era el nuevo Pelé. Creo que mis compañeros lamentaron profundamente que fuese el elegido a acudir a dicho encuentro, porque me pasé muchos meses cantando las canciones de la afición gaditana. Todas las tardes, sin excepción. Ya podía estar de bueno, mediano o mal humor, en algún momento entonaba parte de su repertorio. Esa misma temporada, ya de vuelta en Donostia, fui con NOTICIAS DE GIPUZKOA para informar de un partido dramático por la salvación y es cierto que, como es lógico, presa de la presión y los nervios, la verdad es que me hicieron menos gracia. En 2010, si hubiéramos tenido que elegir un destino para lograr el triunfo clave, la mayoría habríamos elegido que fuese en la soleada capital andaluza. Fue inolvidable.

La verdad es que siempre me atrajo el Cádiz. Me alegraba cada año de sus salvaciones milagrosas, con todas esas situaciones rocambolescas de las que salía adelante con el mismo arte que demuestra su gente en la calle y en la vida diaria. Como plasma a la perfección Raúl Ruiz en un reportaje que aconsejo ver en Movistar titulado: Ese Cádiz, oé (mítico estribillo del Carranza), ese club tiene algo especial, consecuencia de un concepto del fútbol y de la vida distinto al que se estila en el resto del mundo. En el mismo, sus protagonistas coinciden en que “en ese vestuario nunca vi un llanto, solo anécdotas y gracias”. Incluso cuenta la leyenda que en uno de sus ascensos más inesperados, ganaron en la última jornada a un Elche al que le valía el empate en su estadio abarrotado y lo hicieron después de llegar tarde y de que, con los nervios y las prisas, muchos de ellos jugaran con botas confundidas e incluso con números distintos en cada pie. Lo dicho, Ese Cádiz oé.

No deja de ser curioso que pocas personas hayan encajado mejor en la ciudad con un carácter tan distinto al salero y la alegría gaditana que Álvaro Cervera (“aquí el único antipático soy yo”, llegó a decir). Tras su despedida, el Gafa, como le conocen allí, ha contado que al poco de ser despedido le llamó un ilustre gaditano y le contó que “su éxito en la ciudad no era haber entrenado al equipo, es haber vivido Cádiz, saber comprender a su gente y haber querido a la ciudad con sus pros y sus contras”.

Como él mismo declaró en Líbero, de su etapa amarilla se lleva “el ver la vida y disfrutarla de otra manera. Amanece un día con unas duras circunstancias sociales y saben que mañana amanecerá con las mismas circunstancias. Se siguen riendo igual. Alguien dijo en el Carnaval que la gente de Cádiz trabaja para saber cómo salir adelante. Y eso ya conlleva mucho trabajo. No es vagancia, es necesidad. Es una paradoja que te da que pensar”.

Muy alejado del paradigma artístico de la corriente de Mágico González (que merecería muchos capítulos aparte), Mejías o el bailaor Dieguito, hubo un día en el que se plantó y sentenció que iba a morir con sus ideas: “En un partido en Jaén dije, hasta ahora no había sido yo. A Jugamos un play-offen los que solo encajamos un gol y eso a la gente le caló. Sigo diciendo que los buenos equipos son los que defienden bien”. Este es el Cádiz que nos espera, que no tiene nada que ver con el que se presentaba en el barro de Atotxa y perdía siempre...

Aquí siempre lo hemos tenido claro. Ahora nos hemos pasado bastantes años obnubilados por esa corriente de influencia con tufillo blaugrana, pero la Real siempre ha sido un equipo que se ha vestido por los pies. Es decir que ha crecido y competido a partir de levantar unos pilares muy sólidos atrás. Y no hay ningún problema en reconocerlo, Gorriz y Gajate no eran Baresi y Cannavaro, pero su trabajo lo hacían a la perfección al sentir tanto el escudo que les daba alas. No fallaban casi nunca. La mejor demostración es que esta semana Toshack ha contado una anécdota buenísima en una entrevista en Marca, al recordar un entrenamiento mítico, cuando puso a jugar a toda la plantilla contra Arconada, Gorriz, Larrañaga y Gajate para demostrar que, estando bien organizados, no les harían ni un gol: “Y así fue. No les marcaron en todo el entrenamiento”.

Ese trío es leyenda, pero luego ha habido otras defensas con menos nombre que siempre han respondido, como la compuesta por los canteranos Fuentes, Loren, Pikabea y Aranzabal. A lo que quiero llegar es que a este club siempre le ha costado mucho más abrir la puerta del rival que proteger la suya, eso lo lleva en los genes. Al igual que esta temporada, en la que su técnico ha tratado de perfeccionar su versión desde la retaguardia. Como siempre.

Cervera me recordaba a Imanol en muchas cosas. Se ganó a la gente, todos iban a muerte con él y, a pesar de que, como en todos lados, siempre había algunos que se enfadaban por una decisión o un planteamiento que creían equivocado, lo cierto es que en el fondo la mayoría pensaba que no iban a estar mejor sin él (Sergio les tiene fuera de descenso, también lo sé). El fútbol desgasta muchísimo y al final, cuando las cosas no salen como pretendías o querías, la impotencia y la frustración no solo consume al protagonista, sino también a la confianza que se deposita en ti. De ahí que, por ese lado, entiendo que se hayan multiplicado e intensificado las voces discrepantes con Imanol.

Dicen que el gaditano nace donde quiere. Cuando lo haces en Orio, aunque coincidan los colores, lo normal es que seas de la Real. Imanol cuenta con ese plus que le diferencia de los demás entrenadores, nadie siente el club como él. Es gracioso que sus mayores detractores le ataquen aludiendo al buen trato que tiene con la prensa. Ni nos deja entrar en Zubieta, ni nos filtra absolutamente nada, ni da ruedas de prensa demasiado jugosas o con titulares (normalmente), ni nos concede entrevistas personales. Pocas cosas pueden molestar más a los periodistas. Pero la gran mayoría somos conscientes de que es el mejor entrenador posible para la Real como lo confirma que se encuentra a un paso de certificar su tercer pasaporte europeo seguido. Ahí es nada. Antes solo Ormaetxea con la Generación de oro.

Un día Álvaro se enfadó con un jugador porque no asistió a la charla previa en el hotel, le dejó fuera y perdió. En la rueda de prensa declaró: “Con los futbolistas lo mejor es negociarlo todo, menos la lucha”. Su gente se lo tomó como un eslogan y él lo reivindicó hasta el punto de que lleva tatuado en el brazo LLNSN (la lucha no se negocia). Cuando volvía a su hogar, todos los días pasaba por una casa que había pintado el lema y el escudo del Cádiz en su pared al lado de la puerta. Un día le comentó a sus hijos que si lograban el ascenso, se iban a parar a saludarle. Dicho y hecho: “Papá, es Álvaro Cervera”, le espetó el hijo del de la casa cuando llamó a la puerta, como si fuese el vecino de siempre. Este no pudo dejar de llorar de la emoción cuando le vio.

En la elite solo conozco a un entrenador tan preparado tácticamente o mejor que él capaz de hacer eso sin una cámara delante. Y es uno de los nuestros. Con todo lo que hemos vivido, Imanol ya está a un paso del ansiado objetivo. Su reloj tiene cuerda para rato. ¡A por ellos! l