Con la misma música que repite hasta la saciedad la Zabaleta y todos tarareamos al día siguiente en nuestros puestos de trabajo, en lugar de "otra vez en Europa voy a ver a la Real", la nueva letra tras lo visto ayer sería "algo pasa en Europa cuando juega la Real". El equipo no es el mismo. No vale con recurrir al comodín del buen juego como hizo Imanol para justificar que sus pupilos no bajan su rendimiento en el Viejo Continente. Con eso ya no basta. Cuando algo se repite una y otra vez y no solo en una temporada, sino en dos ya, resulta prohibitivo argumentar que ha sido una cuestión de mala suerte. Porque es evidente que la Real pudo y debió marcar un saco de goles, pero no lo hizo y se conformó con otro empate que a día de hoy le sirve para muy poco. Como le sucedió contra el AZ Alkmaar y el Rijeka el curso pasado. O en la misma ida disputada en Graz. La única realidad tangible es que la Real solo ha ganado un partido en Europa en casa en estas dos últimas participaciones (1-0 ante el AZ). Durante mucho tiempo lo hemos explicado por la ausencia de su afición, pero es que ayer estaba el 100% del aforo. Conclusión, lo de anoche no tiene perdón.

La pifia es grande, no solo porque complica sobremanera la clasificación antes de disputar los dos últimos encuentros frente a los dos gallitos del grupo, sino porque el esfuerzo hasta el límite de las fuerzas en un terreno de juego muy pesado condicionará sin ninguna duda la visita a Osasuna del domingo. Uno se podía imaginar a los osasunistas frotándose las manos viendo a los realistas sufrir con el marcador en contra y con el diluvio que cayó en el descanso que hacía presagiar lo peor (aunque su cuerpo técnico empujara en los últimos minutos para que los blanquiazules remontaran). Al menos paró y el verde aguantó para que la pelota rodara. No fue suficiente. Incluso empató pronto, por lo que tenía tiempo para darle la vuelta al luminoso, pero esta vez no pudo ser. Incluso con el dolor añadido que provocó el gol de Zubeldia en la prolongación que fue anulado por fuera de juego. Tampoco hacía falta tanta crueldad...

El partido de ayer era de los que había que solventar por la vía rápida para hacer cambios en la segunda parte y dosificar esfuerzos. Pero por una cosa o por otra, este equipo no sabe hacer eso aunque sea infinitamente superior al rival y salte a la vista desde la primera acción del duelo. Con el arsenal ofensivo que cuenta esta plantilla, cómo es posible que no golearan a los austríacos, que eran inocentes en ataque y dejaban huecos en todas las líneas del campo. Que venían de perder los últimos seis partidos oficiales de los siete que habían disputado y que se presentaban a la cita con más bajas que la propia Real. Pues eso, algo pasa en Europa, que genera un cortocircuito en los donostiarras. Serán los nervios, la presión o la inexperiencia. Pero de algún lado surge una kryptonita que bloquea a los de Imanol y les impide mostrar las credenciales que le permiten gobernar en una Primera española en la que no tendría nada que hacer su visitante de ayer. Un Segunda y de mitad de tabla. Dicho esto, con todo el respeto y destacando el mérito de su hazaña de ayer. Solo para situarnos y ser conscientes de lo que dejaron escapar los guipuzcoanos en su guarida y ante su gente.

Imanol introdujo tres cambios en su once respecto al derbi en la mejor señal de que se tomaba muy en serio el partido y que no quería ningún tipo de confianzas. Zubeldia y Aihen entraron en la zaga y Portu en la delantera. El resto fueron los mismos, con Remiro en la portería, en una decisión que se puede interpretar como lógica, sobre todo si pretendes cuidar y proteger al que es tu portero titular tras el trauma de fallar en un día y en momento claves. El oriotarra reservó a Isak después de los problemas gástricos que padeció la víspera, por lo que Sorloth volvió a ser la referencia ofensiva. La entrada de Aihen, que estuvo muy bien desde el primer minuto, por cierto, abrió otro debate y es si no era más normal que hubiese sido la apuesta en el derbi tras la temporada que viene completando en lugar de un Diego Rico que todavía pareció llegar muy verde a la cita.

Se mire por donde se mire y por muy frustrante que fuese o pareciese que no estaban lo suficientemente enchufados, que el marcador reflejase un 0-1 al descanso fue simplemente increíble. La Real generó ocho ocasiones para marcar, sin contar las jugadas en las que le faltó el último pase o sus remates se estrellaron con el muro que levantaron con sus piernas los austríacos en su área. Januzaj y Aihen eran puñales por su banda, bien lanzados por Silva y Merino, pero sus centros nunca encontraron rematadores o finalizadores. Sorloth y, sobre todo Portu, que sigue negado ante el gol, dispusieron de muy buenas oportunidades, pero no acertaron. Lo peor es que muchas veces marearon demasiado la perdiz, y esto, cuando no se va ganando, denota una alarmante falta de pegada y de contundencia. Incluso Zubeldia, Zubimendi, que estuvo muy bien dirigiendo el juego con más espacios esta vez, y Le Normand también estuvieron cerca de anotar.

El caso es que en una contra iniciada en un saque de portería, Sarkaria hizo un roto a Le Normand (como suena) y Jantscher remachó a placer. Otra vez a remolque como contra el Rijeka el curso pasado o ante el Mónaco. Pudo ser peor porque Robin se rehízo y cortó de forma milagrosa una carrera de Sarkaria solo desde el centro del campo.

En la reanudación, tras un descanso pasado por agua, la Real se lanzó al ataque y no tardó en encerrar al Sturm, que capeó el temporal como pudo. Sorloth empató a los ocho minutos y todo invitaba a pensar que más pronto que tarde llegaría el segundo. Los minutos y las ocasiones pasaban y ahí se quedó Anoeta esperando a festejar con cara de incredulidad por las continuas opciones de los suyos. El portero visitante se redimió del fallo de la ida con buenas intervenciones y sus defensas se multiplicaron para salvar disparos. De Aihen, de Sorloth, de Merino, de Zubimendi, casi a puerta vacía, de Januzaj, que no paró de servir centros con música, y hasta de Isak nada más entrar al campo tras un control sublime. No hubo manera. Y el grado de impotencia fue máximo, porque se percibía que era uno de esos encuentros en los que no se podía dejar escapar puntos, más que nada porque la superioridad de la Real era absoluta, con un porcentaje de posesión del 73% que no tenía ni el mejor Barça de Guardiola. El coitus interruptus por el tanto de Zubeldia fue la gota que colmó el vaso para una afición que, por segunda vez en cinco días, abandonó Anoeta muy decepcionada y disgustada.

Nada está perdido, pero ahora la Real tiene casi inalcanzable el primer puesto, salvo que gane en Mónaco, y es muy probable que se presente en la última jornada en la tercera posición para jugárselo todo contra el PSV. Lo normal sería que en casa certificara su clasificación, pero eso son solo suposiciones y buenos deseos, porque la realidad refleja que en Europa le cuesta siempre todo mucho más y que, por increíble que parezca, no vence en Anoeta ni arropada por uno de los mayores pulmones de toda Europa. La cosa se ha puesto muy fea...