ecuerdo estos días a muchos de los profesores de matemáticas que trataron de enseñarme, sin que por mi parte existieran demasiadas ganas de corresponder a los esfuerzos. Lo poco que sé se debe al esfuerzo de Jerónimo Corchete, Jaime Goñi, Enrique Palma, Félix Mecoleta, Luis Muguruza y alguno más que, sinceramente, se me olvida. Hablamos de cálculo y probabilidades. Llevo cuatro semanas jugando al si..., al condicional. Imanol Alguacil en un momento de ese periodo dejó clarito que el equipo necesitaba, al menos, tres triunfos para apuntalar la quinta plaza. Desde aquel día, un pleno frente al Elche y una derrota en el Metropolitano. El míster no andaba despistado.

Daba por hecho que se podía perder en Madrid, ante un equipo que se jugaba, y juega, el título de liga. Miraba más cerca. El Eibar necesitaba ganar para escapar del sitio en que se encuentra. El Betis, para crecer y ubicarse donde estamos. Si los armeros lo hacían, todos beneficiados. Como acabó en empate, más lío y más apreturas. La siguiente estación, penúltima parada, conllevaba la visita del Valladolid. Un triunfo local dejaba a los visitantes a los pies de los caballos, con el descenso en el inmediato horizonte, pero los tres puntos suponían también aferrarse a la quinta plaza con un único partido por delante para acabar el campeonato.

Estos encuentros son muy complicados de jugar, porque se necesita una sierra para cortar la tensión, porque todos saben lo que se juegan y porque casi todo depende de un matiz, de un detalle, de un acierto y del VAR. Es tan evidente lo que sucede que, por ejemplo, en las últimas cuatro jornadas, contando la de ayer, se han disputado cuarenta partidos y solo catorce (cinco de ellos ayer) han concluido con un triunfo por más de un gol. ¡Para despistarse! Las remontadas y las épicas es mejor aplazarlas para momentos menos singulares. Por eso, llegar al descanso con cuatro de diferencia se agradece en grado sumo, aunque pagues el peaje del disgusto de Illarramendi que no se merece lo que está sufriendo.

Luego, después de las matemáticas, llega la filosofía y el mundo complejo de los silogismos. El más elemental es aquel que dice, por ejemplo, si el Villarreal gana al Valladolid y no me gana a mí, yo también gano al equipo de Pucela. Eso se sostiene con poca fortaleza, porque cada partido es un mundo y más en estas circunstancias. Ni optimismo, ni pesimismo, realismo y confianza en las propias fuerzas. No le sobran a nadie. Si con el empate inicial, Remiro no salva el balón de la falta, vete a saber a estas horas de qué estábamos hablando. A la vista de la elección de futbolistas en el Metropolitano, se intuía que algunos ausentes iban a ser titulares. Bingo, porque el equipo inicial era de los que gustan. Si encima la inspiración se pone tu camiseta, bendita sea la puntería. Los dos brillantes goles de Isak, la maravillosa culminación de Silva (se puso nervioso el chico...) y el penalti que Oyarzabal regaló a Januzaj subieron al marcador en fila india, pero sentenciando. No fue peor el quinto, el de Portu, pero no subió al marcador. No es fácil jugar bien y disfrutar ante un rival que va camino del descenso, como tampoco es fácil gestionar las emociones y la ansiedad.

Por eso, el segundo periodo cayó en picado, aunque seguro que el técnico sacó conclusiones. Dispuso de suficiente margen para realizar los cambios a su antojo, repartiendo minutos y esfuerzos, con tiempo para enfadarse incluso. Seguro que no le hizo la menor gracia el gol encajado. El propio entrenador, en la previa del encuentro, seguía muy convencido de lo que el equipo necesitaba para concluir quinto. ¡Dos victorias! Una está ya en el talego. La otra, la que certifica el puesto deberá lograrse ante Osasuna en cancha navarra. Los de Arrasate lo van a dar todo. Que no quepa la menor duda. Ayer en el Metropolitano no le levantaron la liga al cuadro colchonero de milagro. Si de algo puede presumir el equipo rojillo es de ser competitivo. La mejor noticia es que el equipo sigue dependiendo de sí mismo. Es una lástima que la afición realista no pudiera despedir a su equipo como se merece. Seguro que hubiera acudido a El Sadar como en las mejores tardes, en avalancha. ¡Ya llegará septiembre!

Que el Villarreal juegue en Valdebebas y el Betis en Balaídos, casi da igual. Pese a todo, habrá que mirar de reojo, por si alguno tropieza y nos allana el camino. Queda claro que ninguna conquista llega sin esfuerzo. Lo sabe el filial, que se dejó la piel ante el equipo de Andorra, que aguantó todo y que estará hoy en el bombo que le pondrá en el horizonte la prueba de fuego para alcanzar el ascenso. Sería una locura y un motivo de orgullo, para el técnico, los jugadores y quienes les ayudan. ¡Un orgullo, la verdad! Allí, en tierras extremeñas, no harán falta las matemáticas, ni el cálculo infinitesimal.