La Real por fin divisa tierra después de un viaje a lo desconocido tan duro y largo como sufrido. Por momentos ha navegado a toda vela explotando al máximo todos sus recursos, en otros apenas ha soplado viento y ha tenido que hacer de tripas corazón para poder mantener un buen ritmo y, por último, en ocasiones, las menos, se ha visto deambulando a la deriva, expuesta a toparse con todo tipo de contratiempos y vicisitudes. Pero al final, todo parece indicar que la expedición txuri-urdin llegará a buen puerto y sellará su segundo gran objetivo de la temporada, que no es otro que acabar quinto o sexto para regresar a la Europa League en el caso de que se imponga esta tarde al Valladolid.

Nadie dijo que fuera fácil, porque no lo era. Por primera vez en su historia afrontaba una exigente campaña con cinco competiciones. No pasa nada por reconocer que antes de arrancar, sin apenas haber completado pretemporada y sin el aliento de su fiel afición, la sensación era de vértigo. Por supuesto que también de ilusión, esperanza y ambición, que si no lo digo Imanol me mata (no ha dejado de repetirlo en toda la campaña). La realidad es que el inicio fue deslumbrante, lo que nos llenó a todos de un optimismo hasta desmedido que nos desvió de la realidad. En la Liga había cuatro mejores, eso no admitía discusión. No se pudo tener peor suerte en los sorteos en Europa, donde nos llevamos otro de los subidones de la temporada, con Willian marcando el gol de Zamora como último favor a la causa de una notable hoja de servicios en el estadio Diego Armando Maradona. En los cruces regresamos a Old Trafford, ya con un rejón de muerte por la goleada encajada en una surrealista condición de local en Turín. Pero la visita a estos dos templos europeos confirma que la Real ya ha cambiado de status en el Viejo Continente, donde todo el mundo conoce lo bien que puede llegar a jugar a fútbol.

Aunque era la competición menor, el disgusto de la Supercopa fue grande porque los de Imanol superaron al Barça y solo las milagrosas manos de Ter Stegen le privaron de entrar en otra final. Quizá la decepción fue la participación en esta edición de la Copa, con una eliminación marcada por Mateu Lahoz y su incomprensible expulsión a Illarramendi, que provocó tanto enfado en la expedición realista que incluso Roberto Olabe pidió explicaciones en el mismo campo. Otra demostración del hambre de gloria voraz de este proyecto. Cualquier pena anterior se compensó con el triunfo en la madre de todas la batallas, que marca todo el año y la rivalidad Athletic-Real. El exponente definitivo de que han cambiado los vientos y la hegemonía vasca está en otro barco. El del proyecto más solvente, fiable, estable, brillante y con más futuro. Si preguntas al madridismo cuál fue la Copa de Europa que más ilusión les hizo, la gran mayoría te responderá que “como la séptima, ninguna”. La explicación es que se habían pasado 32 años sin levantar su tan querida orejona. ¿Les suena? Dos años menos de los que esperó el club txuri-urdin para levantar otra Copa. Es más, hasta la fecha, cualquier realista que se precie, por muy veterano que fuese, solo había visto a Arconada recibiendo trofeos. En esta ocasión incluimos al entrañable Illarramendi a la pata coja y subimos al Olimpo de los dioses al goleador Mikel Oyarzabal. En definitiva, nos dijeron que después de la pandemia íbamos salir mejores y lo único que de verdad ha mejorado sin discusión ha sido nuestro equipo.

Después de todo eso, que no es poco, tormentas y demás aventuras, la Real ha logrado remontar el vuelo para volver a retomar el pulso a la Liga. Con el depósito semi vacío, con una plaga de lesiones provocadas porque ninguno se quería perder la gran cita de Sevilla ante el eterno rival, los donostiarras siguen compitiendo y, en una versión menos lucida y atractiva, están muy cerca de sellar su pasaporte europeo para entrar directamente en la fase de grupos. Sinceramente, entiendo que el fútbol sea tan volátil y que impera el eres tan bueno como has jugado el pasado fin de semana, pero lo que está haciendo está plantilla es de matrícula. Con el plantel más joven de Primera, con cerca de 20 canteranos utilizados a lo largo del curso, no como actores secundarios, sino con mucho protagonismo como lo demuestra el estudio que confirma que es el segundo equipo de las cinco mejores ligas que más gente de casa utiliza en porcentaje de minutos disputados (mención especial para los once héroes del Wanda, gracias por hacernos soñar). Luego hay que respetar que cada uno tenga sus gustos y a algunos les guste Sagnan y otros se piensen que no puede estar un minuto más aquí, o a Bautista o a quién sea. ¡Si hay algunos que hasta dudan de Oyarzabal y de Imanol! Que Dios les coja confesados. En el fondo, todos sabemos lo que pasa. La explicación a ese regusto amargo y a esa sensación de insatisfacción que nos corroe es la falta del público. De su aliento. De sus cánticos que ya no tarareamos durante la semana en nuestros trabajos. De sus coreografías. De su calor. De los abrazos de gol enloquecidos con desconocidos. Lo estamos echando tanto de menos que el día que se pueda entrar, como me dijo hace unas semanas Carlos Fernández con su habitual gracia, “nos vamos a asustar”. Para el olvido quedan en un saco roto todos los tantos no celebrados en el estadio con sus consiguientes euforias apasionadas. La mejor primera piedra que se puede poner para recuperarlos es regresar a Europa y que el curso que viene lo podamos disfrutar desde la grada. Y en este proyecto en constante evolución y crecimiento, una de las mejoras para el año que viene de esta plantilla que ya ha entrado en la historia txur-urdin es emular la gesta de los robados en Hamburgo. Paso a paso, primero sellar la clasificación hoy sin más dilación. Zorionak Real por tu “temporadón”, como la definió Imanol. ¡A por ellos!