os pongamos como nos pongamos, el partido de anoche se calificaba por sí mismo como un marrón en toda regla. Se disputaba algo así como un encuentro de patio de vecinos, en el que no convive la inquina de los protagonistas pero, dadas las circunstancias, olía a pólvora quemada o a cartucho barato, o a chamusquina. Los dos equipos necesitaban sumar y sumar y quien no lo consiguiera descomponía el rictus. Si ganaba el Eibar, tres puntos para seguir albergando esperanzas de salvación. Si lo hacía la Real, tres puntos para apuntalar su ideal posición en la tabla. Si empataban, ninguno de los dos iba a mostrar una satisfacción desmedida. Contado así, ya me diréis si no era un marrón en toda regla. No cabían bajadas de guardia, conformismos, excesos de confianza y esas cosas que conducen al siniestro. La mitad de los protagonistas se iban a llevar un disgusto. El gol de Isak decidió que fueran los locales.

Si recordáis, en la pasada temporada, el mismo partido se iba a disputar en el mes de febrero pero, los riesgos de salud para los protagonistas y público, derivados del vertedero de Zaldíbar, aconsejaron el aplazamiento. La cita se retrasó casi un mes y nos fuimos hasta el 10 de marzo. Fue el último partido que pudo disputarse con relativa normalidad porque el coronavirus acechaba y se recomendó que las gradas no se ocuparan con espectadores. Aquel paisaje desolador afectó a los protagonistas, por raro, y desde entonces, salvo en casos muy puntuales, las cosas siguen parecidas. El fútbol sin la pasión de los aficionados pierde valores que le pertenecen. Ahora que tanto se habla de ellos por el affaire de la Superliga, será bueno recordar que el balompié sin la zambra del graderío es como un jardín sin flores, una tarta sin guindas o unos patines sin ruedas.

Hemos dejado de ir a las ciudades y a los campos. Miles de miles soñaban con el partido de Sevilla y nos quedamos en casa. En los años hemos ido muchas veces a Ipurua. Da igual en qué momento del camino y en qué categoría militase. El plan casi siempre era el mismo. Comida en el Chalcha o en el Artola, café largo y ¡al fútbol! Se disfrutaba con el menú y con la imaginación, cuando tratábamos de intuir qué sucedería sobre el césped. Entre los comensales siempre había uno que pedía cuajada (con sabor ahumado de hierro candente). Echaba medio kilo de azúcar sobre el plato y distribuía el postre sobre esa superficie. Lo mezclaba todo y no dejaba ni el recuerdo. Llegado el momento de los cafés, se apuntaba a un cortado ¡con sacarina! para carcajada general de la mesa. Después de meterse varias cucharadas de sacarosa, solicitaba un sobrecito de edulcorante. Quienes nos atendían tampoco ocultaban la sonrisa. Hay gente para todo.

Aquellos planes de feliz convivencia se han ido al traste. En otras ocasiones, los compis eibarreses organizaban un almuerzo en una sociedad cercana al campo de fútbol. Del patxaran a la cabina en un santiamén. No pasaba nada, las aficiones confraternizaban y luego que ganase quien lo mereciera. Desde que el Eibar ascendió a Primera, la Real no sacó los tres puntos hasta, precisamente, el partido que se disputó con la grada vacía. Como el de anoche. La ausencia de seguidores seguro que ha penalizado mucho al equipo de Mendilibar, como al de Imanol en su convento. Ese plus de adrenalina se ha volatilizado y no hay elementos que eviten la nueva rutina, salvo los árbitros, el VAR y sus gracias. Partiendo de ese principio, para la Real era un encuentro con las mismas opciones que en la jornada anterior. Es decir, ni Betis ni Villarreal sumaron lo que querían y necesitaban. Por tanto, nueva oportunidad para conquistar puntos y mejorar las diferencias en la clasificación. A lo visto, lo que viene desde ahora hasta el final, va a necesitar, además de coraza, un lote de tranquilizantes y aguantoformo. Lo de anoche fue un ensayo general. Se presentaron los dos conjuntos con sus respectivos elencos y, en el caso de Imanol, le salió un grupo más o menos pinturero, porque al final pudo maquillar la plaga de ausencias.

Se esperaba al cuadro armero, de frente y sin concesiones. Fue a buscar al rival muy arriba, presionando y dificultando la salida del balón. Lanzamientos largos y segundas jugadas como parte del repertorio. Si lograba pillar uno y ponerlo en el fondo del portal de Remiro, las cosas le iban a ir a pedir de boca. Si los realistas conseguían hilvanar juego y abrir el abanico de pases y desmarques, el asunto les ponía trabas. Hasta el gol de Isak el panorama fue uno. A partir de ahí, cambió mucho, porque el Eibar se movió entre la ansiedad y la necesidad. Quizás por ahí se entiendan las amonestaciones de este primer periodo. Los visitantes volaron a la contra, creando algunas ocasiones para sentenciar, pero ninguna de las claras jugadas de las que dispusieron subió al marcador. Con la ventaja mínima se llegó al descanso. Para la Real medio camino estaba recorrido con el santo de cara y agarrada la peana, pero nada era definitivo porque los de Ipurua iban a dejarse la piel por cambiar la dinámica que les complicaba la existencia.

Lo intentaron por todos los caminos, pero enfrente se plantó un equipo que apenas concedió y que se puso el mono de trabajo. Sabían de sobra que había que currar hasta el final para asegurar los puntos y la quinta plaza. Como se puso a llover, el balón se movía raudo y Remiro, lejos de correr riesgos, mandó lejos una falta azulgrana cerca del final. Entre angustioso y esperanzador transcurrió el lance, que contó además con un lado emotivo. Imanol decidió dar minutos, unos pocos al final, a Martín Merquelanz, para que el irundarra valorara lo que supone el esfuerzo personal por intentarlo. En ese campo cayó gravemente lesionado y en ese terreno de juego seguro que por su cabeza dieron muchas vueltas imágenes y sensaciones. Felizmente para él hubo luz al final del túnel.

La misma que debe buscar el conjunto de Mendilibar para salvarse. Creer en sus posibilidades mientras las matemáticas se las concedan. También la Real. Deberán seguir peleando hasta que las propias matemáticas y su esfuerzo les concedan el premio que merecen. El de ayer era un partido marrón, sin excesivo lustre, pero a estas alturas lo que sirven son los puntos y, en un campo muy complicado, se consiguieron tres. Mucho mérito.