olo se había jugado un minuto de partido. La realización televisiva enfocó a Imanol. Y tras él se vio a Mikel Labaka, confirmando con el oriotarra la respuesta a una duda que seguro que manejaban en la previa. "Cinco, están cinco". Se referían a la defensa del Barcelona, en la que De Jong actuó como tercer central a tiempo completo. Un zaguero con todas las de la ley. La Real demostró con su comportamiento tener estudiada tal posibilidad, y se lanzó por momentos a un uno para uno en todo el campo que implicaba retrasar a Zubimendi para echar una mano a Zubeldia y Le Normand. Pero la práctica devoró a la teoría cuando las piezas de la delantera culé comenzaron a bailar por todo el frente de ataque. Saliendo con tres atrás, Koeman atrajo a Isak, Portu y Oyarzabal. Con Busquets como ancla, le puso el cebo a Mikel Merino. Y, a partir de ahí, se dedicó el neerlandés a plantear constantes problemas a Guevara y al propio Zubimendi, quienes en inferioridad numérica no sabían por dónde les daba el aire. Por su zona se movían Pedri, Griezmann, Messi e incluso un a veces centrado Serginho Dest. Así que cuando los catalanes conseguían poder levantar la cabeza sin presión, encontraban a menudo pases verticales que batían líneas y tenían como destinatarios pies de auténticos quilates.

Durante algunos minutos, y aunque el resultado final parezca desmentirlo, el partido caminó sobre una delgadísima línea que separaba el 1-0 y el 0-1. Porque, para conseguir firmar esos envíos interiores tan letales, el Barça tuvo que abrir a la Real y arriesgar. Arriesgar mucho. Un par de robos txuri-urdin dieron paso a transiciones que, en caso de acierto, podían haber dibujado un panorama muy distinto. Pero esto resulta tan cierto como que la sensación general que transmitía el encuentro era la de una escuadra culé muy superior, con las ideas claras y una voracidad en la presión tras pérdida que también marcó la diferencia.

En cualquier caso, analizado ya el contenido táctico del partido, quizás lo más preocupante de anoche en clave blanquiazul no resida en cómo el rival superó a los nuestros desde la pizarra, que puede pasar, sino en el modo en que el equipo se vino abajo cuando recibió el primer gol. Porque cada partido es un mundo y lo que un día es negro al día siguiente se convierte en blanco, si hablamos de planteamientos, sistemas, presiones y bloques bajos o altos. Pero hay dinámicas que atienden a las cabezas, al estado anímico de un grupo, y que son mucho más difíciles de remontar. A ver si todavía va a resultar hasta positivo que Oyarzabal, Isak y compañía se vayan con las selecciones a airear un poco la mente.

Puesto a elegir, seguro que Imanol optaría por quedárselos en Zubieta. Para evitar riesgos. Y también para preparar como merece una final cuyo guion, tiene toda la pinta, habrá que retocar y matizar respecto a nuestras partituras más recurrentes. Todos convendremos en subrayar que el plan A de la Real implica peligros y oportunidades, fortalezas y debilidades, cuyo balance general nos sale claramente a ganar. Ahí están los resultados obtenidos en el tiempo jugando así. Sin embargo, resulta igual de claro que, ingredientes futbolísticos al margen, el de la confianza resulta primordial en semejante receta. ¿La tenemos? El míster debe valorarlo y decidir en consecuencia sobre la manera de encarar un partido sobre el que, en mi opinión, mucha gente se equivoca. No, el Athletic no esperará atrincherado para cazar alguna contra aislada. No, la Real no tendrá en La Cartuja el 80% de la posesión. Marcelino ha diseñado un equipo tácticamente agresivo, fuerte atrás, pero más preocupado por dañar al adversario de lo que algunos piensan. Y apostará también por venirnos a buscar, por robar a 30 metros de Remiro y no a 70.

Por cierto, que las últimas actuaciones del meta navarro ejercen de metáfora sobre el modo en que la Real se desmoronó ayer en cuanto marcó Griezmann. No comete fallos de esos que salen en los telediarios. Pero su figura casi siempre se antoja más vulnerable de lo deseable cuando uno estudia una por una las dianas recibidas. Viene ahora una final, un partido en el que todo cuenta: cada falta, cada saque de banda, cada tarjeta, cada córner... Ni qué decir cada gol.