aldini no aprende. Y como es reincidente con el tema, escuece más. Sucedió en el momento previo al lanzamiento desde los once metros. "Bueno, pues 0-1 y en Donostia estarán pensando en un hilo de esperanza, ¿por qué no?". A lo que el narrador contestó: "Los partidos hay que jugarlos". Sí, claro, y añado, los penaltis hay que meterlos. Un mensaje bastante parecido dijo en la tanda de la Supercopa, al catalogarle de "infalible" cuando el 10 iba a ejecutar el segundo penalti. Y lo falló. Imagino que alguno estará pensando que menuda tontería, ni que tuviese una incidencia directa y tangible en lo sucedido (trabajé con Maldini y sabe que lo digo en broma). Pero el fútbol es una cuestión que nos tomamos tan en serio que nos hace ver fantasmas por todos lados. Hubo algún periodista exagerado en el palco de prensa de Anoeta en una visita del Madrid que casi se volvió loco cuando un compañero, encantador y con conocimiento de causa, se atrevió a comentar inocentemente que "Zidane parece un exjugador". Cinco minutos después el galo anotó el empate. Sí, era yo. Desde ese día, jamás hago una crítica de ese tipo mientras el balón está en juego y si quiero decir algo despectivo de algún rival, espero pacientemente a que le hayan cambiado y se haya sentado en su banquillo. Por si acaso. Y, por supuesto, soy un auténtico talibán con los que profieren ese tipo de comentarios, a punto de sacar la cruz considerándoles casi como herejes a los que los realizan.

El aficionado al fútbol es supersticioso por naturaleza. Todos somos potencialmente gafes hasta que demostremos lo contrario. Hasta el menos maniático mira con recelo a algún otro hincha que tiene cerca en la grada y que considera que cuando está en el campo su equipo pierde. Lo mismo sucede con los que suelen viajar. Cuando lo haces a menudo, estás obligado a acreditar que tu estadística personal es buena, o que al menos tienes alguna gran victoria en tu currículum. Los periodistas deportivos que hemos acompañado al equipo durante muchos años estamos lógicamente más expuestos a ese tipo de etiquetas, aunque también contamos con el salvoconducto de que como has viajado mucho más, salvo casos de extrema gravedad, es cuestión de tiempo que con un club como la Real hayas disfrutado de al menos alguna gesta destacable. Mala fama la de ser gafe. En mis tiempos de Madrid había un periodista al que llamaban El innombrable. Los que conocían más sus facultades apocalípticas se volvían locos cuando le citabas en su presencia. Pobrecillo.

Como era de esperar, el silencio de los estadios vacíos ha motivado que salgan a la luz secretos desconocidos. Las siempre atentas cámaras de El Día Después descubrieron una especialmente graciosa y pintoresca. Cuando varios jugadores iban a lanzar penaltis, uno de sus rivales mencionaba la palabra Kirikocho. Debe ser una cuestión bastante conocida y extendida, porque se repetía en bastantes campos con jugadores de distintas camisetas.

La curiosa explicación la ofreció un periodista argentino y tiene su origen en, como muchas otras cuestiones supersticiosas, el campeón del otro fútbol, Bilardo. Cuando entrenaba a Estudiantes, había un aficionado que se llamaba Kirikocho, y cuenta la leyenda que cada vez que iba a ver ejercitarse a su equipo se lesionaba alguno de sus futbolistas. El narigudo decidió utilizar sus misteriosos poderes y le encargó que fuese a recibir a todos sus rivales cuando aterrizasen en La Plata. Ese año solo faltó para recibir a Boca y fue el único partido que perdieron los pincharratas. Seguro que Rulli contó la divertida fábula al vestuario txuri-urdin.

A uno, que se acordó especialmente de un gafe así cuando Oyarzabal mandó fuera su lanzamiento en Old Trafford, le encantaría contar con un arma letal de ese calibre.

Lo cierto es que me pasaría el día entero invocando a su espíritu para que no le marcaran un gol a la Real. Solo así, bajo los efectos de algo sobrenatural que normalmente se manifestaba vestido de negro, se puede explicar lo que le ha sucedido en demasiadas ocasiones a los blanquiazules cuando han pisado el Bernabéu.

Todos guardamos en la retina más de cinco ejemplos de jugadas extrañas que no tienen ninguna explicación tangible. Sin ir más lejos, cómo es posible que un 30 de diciembre la Real saliera más valiente y decidida que nunca a tomar el templo blanco y se marchara con una derrota 3-1, con dos penaltis inventados por el abrazafarolas que supervisa desde el VAR la mayoría de sus encuentros ahora, tres no pitados a su favor y, lo que es peor, dos jugadores lesionados de gravedad como Agirretxe, que al final se tuvo que retirar, y el ya casi innombrable Canales, que se rompió la rodilla.

Si hubiese conocido antes la leyenda de Kiricocho no me imagino cuántas veces hubiese podido mencionar su nombre en el cuarto de hora final del 3-4 del año pasado en la Copa, probablemente el peor rato que he pasado en un campo de fútbol.

Lo digo así casi de pasada, pero lo repito para que quede muy claro, cada vez que regrese al Bernabéu podré decir por fin que yo estuve allí aquel día. Lo dicho, es lo que tiene acompañar al equipo durante mucho tiempo, que tienes muchas más balas para salir adelante. La Real regresa a Madrid, aunque se estrena en Valdebebas, la ciudad deportiva blanca. Sin presión ambiental ni, en teoría durante 90 minutos, mediática.

Lo mejor de todo es que ya tenemos claro que para asaltar el trono blanco no necesitamos gafes, poderes ni Kiricochos. Con jugar bien al fútbol, tener las ideas claras y ser muy competitivos sabemos que puede ser suficiente. Me hubiese gustado estar en la grada de nuevo, porque pocas victorias saben tan bien como las pequeñas venganzas por las afrentas históricas en otras décadas que siempre rememoramos cuando tumbamos al coloso blanco. ¡A por ellos!