ace una semana, en esta misma sección, proponía diversos escenarios para la disputa del partido europeo del próximo jueves. Fíjate si era una propuesta plural y llena de alternativas, rica en matices, almibarada en los entornos. Ni puñetero caso. Nos mandan a Turín, que es el campo de la Juve, en donde juega la estrella portuguesa que atiende por Cristiano Ronaldo, casualmente jugador que defendió la camiseta del Manchester United que tantos buenos recuerdos le trae al jugador luso. O sea que ni eso tendremos a favor. Añadamos que la vuelta, por esas cosas de la sinrazón, se jugará en Old Trafford y entenderemos, sin que nos lo explique nadie, que hemos tenido que tragar de narices. Solo nos queda aferrarnos a las palabras de Roberto Olabe, que estima que la Real puede eliminar a los ingleses y confiar en que su visión no sea espuria.

Para entrar en calor, es un decir, en el día de los enamorados, el caprichoso calendario nos mandó a Getafe, sitio ideal para arrumacos, carantoñas, caricias, mimos y cucamonas. La prensa local, o de los cercanos alrededores, dejó entrever que, si el equipo azulón no ganaba, el técnico se marchaba a casa por la vía del cese. Así que era posible que en el entorno del equipo hubiera más tensión de la habitual. La Real tiró por la calle del medio. Se dejó en el autobús los dibujos animados, el fútbol de galantería, y se armó de paciencia y más cosas para afrontar un partido que terminó ganando por un gol de Isak, defendiendo como casi nunca, al modo de lebreles, con las piernas estiradas, lomo recto y hocico recio. No eran liebres lo que buscaban sino puntos. Tres, para que no haya dudas. Los lograron con todo merecimiento y sin un solo pero que poner.

Los consiguieron sin encajar un gol, sin que les hicieran media ocasión, controlando casi todos los valores de un partido que en ese campo nunca es fácil mantener. Para ganar, debió llegar un estupendo centro de Zaldua, un remate de Oyarzabal al travesaño y un cabezazo del delantero sueco, que sigue de dulce, para llevar alegría al territorio. Tanta como el hojaldre que elegí de postre al mediodía. En las pastelerías, coincidiendo con la festividad de San Valentín, acostumbran a elaborar unos hojaldres, cubiertos de nata, con forma de corazón, y con unas fresitas de adorno en la superficie. Llegó el momento de meter cuchillo, pringarme y disfrutar. Tanto como en el gol de Alex. Cuando marca ni se inmuta y cuando le toca responder a preguntas al concluir el partido, tampoco.

Competir a las dos de la tarde es una puñetada para los futbolistas y sus seguidores. Si comes antes, puedes claudicar en el sofá. Si lo haces después, estás más cerca de merendar. He probado las dos cosas (me falta el descanso). Ayer opté por lo primero. Me mantuve incólume hasta el intermedio. Fue cuando cambié de canal, ¡oh perdición!, decidiendo seguir con la voz queda del comentarista de turno la etapa final del Tour de la Provenza. No sé cuánto duré despierto, pero caí como Sansón ante los filisteos. Sornada monumental, roncada gloriosa y despertar con un amplio abanico de contracturas. Miré al reloj, las cuatro menos diez. Solté un taco y recuperé la conexión del partido. Casualidad absoluta, pero coincidió el momento con la exhibición, por doquier, de tarjetas rojas en el banquillo madrileño. ¡Lo que me estaba perdiendo! Como las tecnologías permiten rebobinar, retrocedí la imagen marcha atrás unos cuantos minutos para ver si había sucedido algo. Despierto y en condiciones, llegué hasta el final, hasta las palabras de los protagonistas y hasta la comprobación de la victoria. Con calma, de nuevo, volver a la retaguardia, cuarenta y cinco minutos sabiendo el resultado final, sin sobresaltos, ni tensiones añadidas. Así disponía de una más exacta composición de lugar.

Imanol decidió una alineación de primer nivel, sin especular con nada. Los puntos de la liga son vitales para el objetivo que se persigue desde el principio. Todos saben que en las segundas vueltas, es mucho más difícil ganar, porque los equipos se aferran a sus objetivos. El Getafe, también. El equipo dio la cara sin remilgos. No hizo ni puñetero caso a los cantos de sirena, no se guardó nada en la recámara. El jueves será otro día, otro escenario y otro rival. No es malo que, en un partido que pudiera tildarse como de ensayo general, las cosas salieran a pedir de boca. Si antes del encuentro, les preguntas si firman una victoria, sin encajar ningún gol, sin lesionados y con una seria muestra de solvencia, se apuntan hasta los que no cuentan con un bolígrafo para rubricar la propuesta. Salió todo redondo.

Por supuesto que se hablará de las incidencias, de una entrada terrible a Illarramendi, de un rifirrafe en la zona nuclear, de la gestión de Mikel Labaka en mitad de la crisis de las expulsiones, del modo de encararse, no recomendable, de Carlos Fernández, de lo que escucharon los castos oídos de Ander Barrenetxea€ ¡Ni puñetero caso! Es mucho más gratificante quedarse con el sabor de la victoria, de la posición de privilegio en la tabla y, sobre todo, de las buenas sensaciones que el equipo transmitió. Oficio, pese a la juventud. Cuando concluyó el encuentro, Imanol buscó en la grada al colega rival para saludarle y despedirse. No le encontró. Cruzó manos con las personas de su entorno y se metió en el vestuario. Seguro que su rostro transmitía felicidad compartida. Hoy, lunes de carnaval, en otro tiempo los jugadores aprovechaban el día para disfrutar en Tolosa de una tarde-noche colosal, escondidos debajo de los disfraces más inverosímiles que os podéis imaginar. Hoy se quedan con las ganas. A lo más a lo más, a lo mejor llegan a tiempo de enterrar en Turín a la sardina vieja, del mismo modo que ayer se quitaron de encima la tradición de malos resultados en el Coliseum. Es la primera vez desde que se enfrentan en Primera que la Real le gana los dos partidos. A veces, igualmente, es mejor no hacer ni puñetero caso a las rachas, sobre todo si no nos sonríen.