Síguenos en redes sociales:

A por ellos

A por ellos: 'Que tinguem sort'

A por ellos: 'Que tinguem sort'Foto: R.S.

os aficionados al fútbol somos facilones. Todos. Pasamos muy rápido del negro al blanco y viceversa. Como los periodistas, a los que Lillo, con su habitual sarcasmo, nos definía como profetas del pasado. Yo intento llamar a las cosas por su nombre: si un jugador lo hace bien, le elogio; y si la pifia, como varios de ellos en Sevilla, les critico. Ni más ni menos. Es como debería funcionar esto. Lo raro y sospechoso es cuando algunos eligen otras interpretaciones subjetivas. Ser facilón en el fútbol significa que el sábado te acuestas con una depresión de caballo tras el mediodía de Reyes Magos que tributó la Real al Sevilla y el domingo, en parte empujado por mi cumpleaños, te levantas animado e ilusionado con la posibilidad de ganar un título. Aunque sea el de una competición inferior a la que han hecho demasiado de menos en las últimas décadas y que han tratado de reflotar con un burdo y camuflado intento de que todas las ediciones se las disputen el Barcelona y el Madrid.

Yo me guío por mis sensaciones. Y, como en el resto de competiciones domésticas, tengo el privilegio de saber lo que se siente. No olvidaré jamás el día que la Real remontó el gol de ventaja que traían los blancos en 1982, cuando estrenaron un atractivo torneo copiado de Inglaterra que disputaban el campeón de Liga y el de Copa, en ese caso los nuestros y los merengues, respectivamente. Tenía ocho años y ya era un tarado de cuidado con los colores txuri-urdin. Como era habitual, pasábamos con todos mis primos las navidades en una casa familiar en Torredolones, en la Sierra de Madrid. No nevaba, como estos días, pero hacía un frío de cuidado. Cuando llegó la hora del partido, entré en estado de shock porque, tras preguntar a todos los presentes, no encontré ni una mísera radio. Mi única alternativa era salir fuera al coche de mi aita, bajo cero y en una calle cortada en la que era más normal cruzarte con un lobo o un jabalí que con otro vehículo o persona. Lo reconozco, en la primera parte me quedé en casa. No me atreví. Me daba miedo y mi padre no tenía ninguna intención de ponerse a sufrir con la radio junto a mí (era consciente de que no había nada que hacer con mi locura). Nada más iniciarse la segunda, me armé de valor y, tras una heroica carrera, me metí en el coche y cerré el pestillo. Por si las moscas. A los pocos minutos marcó Uralde y ahí sí, eso era como si me proporcionara una armadura impenetrable, ya que salí enloquecido para contárselo a mi aita con el consiguiente abrazo de gol. Ahí aguanté, hasta el final de la prórroga, que viví con una familia de esquimales muy majos que se sumaron a la causa mientras levantaba un iglú y con las celebraciones a lo grande de los goles y del penalti parado por Arconada al gigante Metgod, cuyo trallazo le lesionó.

Como pueden comprobar, no necesito que me motiven demasiado para ilusionarme con la posibilidad de volver a ganarla, aunque, insisto sin querer ofender a nadie, me sigue pareciendo un torneo menor que en los últimos años los gigantes se han encargado de devaluar al afrontarlo sin apenas entrenar y en chancletas. La crisis de resultados que atraviesa la Real, con solo una victoria en las últimas doce jornadas, ha mermado las esperanzas de hacer saltar la banca derrotando a los dos abusones, con el permiso del vecino. Pero en este sentido me apunto a la doctrina de Dusko Ivanovic, técnico del Baskonia, uno de los entrenadores más exigentes y uno de los más grandes motivadores que se conocen. Tras ganar al todopoderoso CSKA de Moscú, que se presentaba en Vitoria con una racha inmaculada, declaró: "Podemos perder un partido, pero lo que no podemos perder es la fe en ganar el siguiente". Me parece una frase ideal para interpretar el actual delicado momento de los realistas. No pierdan la fe.

La derrota debilita. Desde estas mismas líneas hemos aplaudido que Imanol haya acabado con la manía que había en este club de afrontar competiciones a la carta. Tras un momento de flaqueza después del empate frente a Osasuna, uno de esos días en los que tenía a más de media plantilla de baja o tocada (no pasa nada, yo también lo tuve), el oriotarra se refirió a la posibilidad de sacrificar alguno de los cinco torneos que aún tiene por delante. Un meritorio derecho que se ha ganado gracias a sus resultados deportivos del curso pasado y que, seguramente, no ha tardado en condicionarle esta fase intermedia de la Liga en la que se encuentra en una decadencia cuanto menos peligrosa€ Pocos lo explicaron mejor que Guevara el hecho de competir cada tres días: "Entrenar fuerte está bien, pero a nosotros lo que nos gusta es jugar. Afrontamos la Supercopa con mucha ilusión. Es otro título al que optamos, nuevo para todos los que estamos aquí e intentaremos ganarlo, por supuesto. A por todas a todo. Hasta que nos dé la gasolina. Imanol decidirá, pero el que salga lo dará todo".

El Barcelona siempre es el Barcelona. El de las peligrosas tendencias autodestructivas que, en la particular montaña rusa en la que se ha subido, atraviesa ahora por su mejor momento y hasta empieza a soñar con ganar de nuevo. La explicación a su progreso tiene un nombre propio y se llama Messi. El astro argentino vuelve a ser el jugador de siempre, ese que decide encuentros cuando le apetece. Eso lo tenemos muy claro. Como también que los nuestros solo han sido capaces de sumar dos empates frente a los cinco primeros clasificados de la Liga. Pero solo nosotros sabemos (quizá los demás no se quieran enterar) que cuando menos se le espera, cuando más baja parece y las dudas afloran, suele comparecer la mejor Real. Y esta, la obra de Imanol, a un partido se sienta en la mesa de todos los rivales del campeonato doméstico. Ni Barça ni Madrid, ninguno de los dos pueden mirarle con su habitual arrogancia por encima del hombro desde el año pasado. Y si no que se lo pregunten a Zidane, que se quedó helado tras el 3-4 que le apeó de la Copa en todo un Bernabéu. Ese es el espíritu a rescatar y con el que hay que presentarse a la cita de Córdoba. Sin complejos y la creencia de que todo es posible. Con el refuerzo que proporciona la certeza de que, aunque no pueda estar ahí, tu gente se va a sentar esta noche delante de sus televisores con la convicción de que se puede. Esa es la mejor conquista de este equipo. Como cantaba Lluís Llach, el famoso cantautor catalán (no creo que anime hoy a los de Imanol), "que tengas suerte, que encuentres todo lo que nos faltó ayer. Si vienes conmigo, no pidas un camino llano, ni estrellas de plata, ni un mañana lleno de promesas, solo un poco de suerte, y que la vida nos dé un camino bien largo". Camina Real. Vuela alto. Seguimos contigo en este largo viaje. Tu suerte será la nuestra. A dos etapas o 180 minutos de levantar una Copa y de celebrar otro éxito a sumar en tu laureada leyenda. No hemos dejado de creer. ¡A por ellos!