s he comentado más de una vez que las relaciones de los deportistas con los comunicadores dependen de la voluntad de las partes. Podemos hablar de las estrictamente profesionales y de las que van más allá en función de la confianza, la buena voluntad, la credibilidad y unas cuantas cosas más que nos valdrían para escribir un tratado. Con los años, el asunto ha ido cambiando. Vivimos tiempos dominantes de las redes sociales y de los community managers, personas encargadas de llevarles la comunicación, así como la presencia en Instagram, Facebook, Twitter, etc.

Hace pocos días colgó una foto un jugador profesional. Un inmenso pino, lleno de bolas de colores, luces y cintas le servía para situarse a su lado. Como es bastante alto, hacían buena pareja. Para competir con su monumental abeto, le pasé vía privada mi maravilloso belén y el resto de fruslerías abigarradas que completan la verbena colorista, el rococó en plena efervescencia que he montado sobre una mesa. Al momento, recibí respuesta: "¡Joder, si has puesto el belén!" Y seguía el mensaje explicando que había enviado la foto a sus sobrinos para que la vieran y que estos, como única respuesta, le habían preguntado: "¿Y el belén, dónde está?" Seguí el juego y adjunté una nueva foto en la que se aprecia un caganer. Como jugó en Barcelona, conoce de sobra la figurita que, medio escondida, los catalanes sitúan en los pesebres porque cuenta la tradición que trae suerte y alegría y que no hacerlo supone lo contrario. Con la que está cayendo, a ver quién es el guapo que se olvida. En su origen se trataba de la imagen de un campesino que, en cuclillas, con los pantalones bajados, enseñando el culete, hacía sus necesidades, un purrumpumpún en toda regla, porque las heces valían para abonar la tierra. ¡Eso cuenta la tradición!

El tiempo amplió el muestrario y todos los años aparecen caganers que representan a gente conocida, políticos, deportistas, etc. En los catálogos del momento surgen representaciones del epidemiólogo Fernando Simón, de Ansu Fati, de Koeman, de Trump o de Ángela Merkel. Os podéis imaginar que, por decoro, en mi belén no cabe la popa ¿teñida de rubio? del expresidente americano haciendo caquitas, ni de la señora alemana mostrando nalga. ¡Por favor!

Ignoro los años que han pasado desde que el caganer entró en casa, pero más de cinco décadas seguro. Le tengo cariño. Año tras año, ocupa su sitio, debajo de una palmera de plástico, junto al pastor con su ovejita, la lavandera con el cántaro o la hilandera con su rueca. Todo muy potxolo. Alrededor, una quincalla de velas, luces de colores, el palacio de Herodes, flores y luminarias. En tiempo pasado, situaba también todos los crismas que llegaban, pero eso se acabó. A lo sumo, uno o dos. Ni siquiera el de la Real, que ha perdido la costumbre. Casi siempre con la foto del primer equipo y deseando una feliz salida y entrada de año. Escrito en euskera y con la tarjeta de visita del presidente. Circulaba entonces un rumor, sin el menor fundamento, de que el club nos enviaba a los informadores una cesta de Navidad con viandas y demás. Puedo asegurar que nunca jamás, ni por aproximación, llegó a casa desde el club ese surtidito que incluía lata de melocotón en almíbar, bonito de la costa, anchoas, turrones y mazapanes, con dos botellas de algún licor y bien de celofán y espumillones para que pareciera más grande. Hago aquí un paréntesis porque en tiempos de buen chocolate no faltaban unos bombones de Elgorriaga cuando patrocinaba al Bidasoa, ni otros de Zahor, vía Aloña Mendi de Oñati. Lo escribo porque me apetece. Alguna agenda caía y otros detalles de ciento en viento. ¡Qué tiempos!

Entonces no se ganaba al Barça, ni ahora tampoco, porque no sé si en ese campo nos persigue un gafe o el fantasma del miedo. Imanol decidió repetir el once de Nápoles con la variante en el lateral derecho. El partido fue muy diferente y la actitud en el terreno, también. ¡No estábamos! Por momentos dio la sensación de que, como el caganer, nos escondimos detrás de la palmera para no enseñar las vergüenzas. Como esto es fútbol, sin haber creado peligro, el tanteador se puso de cara. El buen hacer de Cristian y el remate de Willy en una acción de estrategia concedía una ventaja reparadora. Entre las conclusiones que el gol ofrecía se extraían algunas muy claras. Una, que el brasileño va a ser padre. Otra, que la elasticidad de las camisetas de juego es espléndida, y una tercera que se relacionaba con el santo de cara. Lejos de tranquilizarnos, aparecieron nervios y desajustes suficientes para que jugadores azulgranas, que venían desde atrás, dieran un revolcón a la ventaja para convertirla en desventaja en un santiamén y llevarla hasta el descanso. Con permiso del VAR, del lamentable y pernicioso arbitraje y de la falta de consistencia que era necesaria para estar en la pelea.

Imanol trató de dinamizar la situación dando entrada a Robert Navarro, Isak y Barrenetxea. Cambió la decoración y el control del balón. Desde el nuevo paisaje se divisó más y mejor la meta de Ter Stegen, a la que se le puso cerco. Llegaron las oportunidades y, como viene sucediendo desde hace semanas, entre ponte bien y estate quieto, el balón no llegó al fondo de la red. En la misma medida que el Barça se desfondó y no ejercía la asfixiante presión, llegaron las ocasiones de Isak, Willian José y compañía, exentas de esa dosis de fortuna necesaria. Por lo realizado en el primer tiempo, la Real no merecía el empate. Por lo ofrecido en el segundo tiempo, quizás sí. Como este partido no corresponde a esta jornada, el equipo se acuesta como líder y de lo que suceda el sábado ante el Levante dependerá la continuidad. Se trata, con perdón, de no cagarla. Para eso, ya están los caganers.