o recuerdo como si fuera ayer, a pesar de que tenía menos de diez años, porque lo repetía a menudo. Venía a buscarnos al colegio y subiendo a casa por la vieja cuesta de Duque de Baena se paraba en mitad de la carretera para disfrutar de las vistas: "No sabéis la suerte que tenéis de vivir en un lugar tan bonito, sois unos privilegiados", no se cansaba de repetir admirando el marco incomparable. No por esperado dolió menos, porque nunca es un buen momento para morir. Mi querida abuelita falleció la semana pasada a los 104 años. Uno de los amores de mi vida. Y una de las personas que más orgullo me ha hecho sentir por su bondad, vitalidad, humanidad y, por supuesto, longevidad. Tan genuina que, cuando no existían los móviles, emprendía viaje de Madrid a su querida Donostia y hacía saltar todas las alarmas porque ocho horas después nadie sabía nada de ella. Al llegar explicaba que había ido parando en los pueblos para visitarlos. Algo que no se llevaba muy bien entre sus siete hijos, entre los que ya faltan tres que se marcharon de forma prematura e injusta, porque su marido se mató en un accidente de tren cuando la mayor solo tenía ocho años. Toda una madre coraje que luchó lo indecible para sacar adelante a los suyos sin que se le cayera ningún anillo. Primero apostando por una juguetería y después abriendo la tienda Friki de ropa de niños en la madrileña calle Velázquez, antes de estrenar otra en El Antiguo, predecesora de la más conocida en la Avenida donostiarra.

No se puede discutir que se trataba de una mujer de contrastes, lo cual le dotaba de un enorme encanto. Pasaba en minutos de ser toda una honorable y respetable señora del Barrio de Salamanca de Madrid que cuidaba mucho las formas a ser una más en los divertidos juegos de sus adorados nietos en su casita de Torrelodones. O, lo que sin duda era mucho más sorprendente, a convertirse en una enfervorizada Ultra Sur viendo a su querido equipo blanco por televisión. Viví once años en su casa donde nos acogió encantada de la vida a varios primos y a mí con una única condición para que no le alteraras la existencia: "Ten estas llaves y sabes cuándo se come y se cena". Imagínense, en mi etapa universitaria, era un auténtico afortunado con comida caliente todos los días y muy pocas tareas por hacer en mi nuevo hogar, en el que no me olvido de mí tía con la que se repartió la sufrida y cansina responsabilidad de ejercer de mi segunda madre.

Cuando llegué a Madrid no le tenía excesiva manía al club blanco, salvo por el lógico componente que me gustaba chinchar al merengue de mi hermano. Mi rechazo se agudizó rápidamente conviviendo con la plaga blanca, lo que me dio mucha pena por mi abuela, que tenía que ver todos los partidos de su equipo como si estuviera en la tribuna del Camp Nou con, además de mi presencia, mi añorado tío y mi primo, hinchas azulgranas. Digo lo de la tribuna porque había que actuar con respeto y con cuidado con la matrona, que no era de las que encajaba bien ni las derrotas ni las efusivas celebraciones adversarias. Creo que la anécdota la conté hace un tiempo y de hecho mi primo dice en broma que se hizo viral. Me acuerdo que era entre semana y que había estado por la tarde de cervecitas con amigos. Llegué contentillo a casa y jugaba el Madrid. Como tenía día juguetón (en mi familia dicen que soy mucho más soportable de mal humor que de bueno) me pasé todo el partido picándole a mi abuela con que Zamorano, que había anunciado su marcha del Madrid a final del año, ya no estaba jugando en serio. "¿No ves abuela?, lo está haciendo queriendo", le comentaba cada vez que fallaba. Ella no era muy de enfrentarse, por lo que fue retroalimentando su propio volcán interior en silencio. En el momento en el que finalizó el partido me fui a mi habitación y, cuando mi primo fue a abandonar el salón, mi abuela, a la que no se le recuerda decir más de diez tacos en sus 104 años de vida, tras un intercambio de pareceres, le despidió con un sonoro y despectivo "polaco de mierda". Al llegar a mi habitación y contármelo cariacontecido y responsabilizándome de lo sucedido, casi me muero de la risa. Al día siguiente, nada más despertarse, mi abuela llamó a mi madre y le dijo que ya no iba a volver a ver un partido de fútbol porque había perdido los papeles y le había insultado a su nieto. Genio y figura hasta la sepultura.

Mi abuela era del Madrid y de Arancha Sánchez Vicario. De la tenista se convirtió en una de sus mayores devotas que se recuerda. Hasta el punto de que alguna vez que llegué de madrugada a casa me la encontré solita, en el salón, arropando a su heroína. En alguna ocasión incluso me crecí y me tomé la espuela a su lado para acompañarle un rato. Ahora las guardo como unas experiencias inolvidables. Poco a poco le costaba más ver la pelota, pero daba igual, ella se quedaba con la garra y la casta con la que jugaba la catalana. Le encantaba.

No era de la Real, pero le gustaba mucho que ganase, porque Donostia era su segunda ciudad aunque ella había nacido en Málaga. Llevamos toda la temporada elogiando el juego de los blanquizules, su calidad individual y su indudable progreso defensivo, pero creo que está pasando bastante inadvertida su personalidad y espíritu de lucha. Que sus jugadores lo dan todo en sus partidos. Que exprimen hasta la última gota de sudor, como demostraron en Nápoles. Que su asfixiante presión coral es tan importante como su fútbol champagne. Creo que fue Oyarzabal quien lo cambió todo y desde que se asentó en el primer equipo se ha producido un fenómeno extraordinario. Los canteranos que llegan demuestran poseer un carácter competidor y ganador. Justo lo que llevábamos reclamándoles desde hace mucho bajo la, muchas veces inmerecida, acusación de ser blandos. Se dejan la vida por su Real y por hacer feliz a su gente. Y es curioso y creo que tiene que ver mucho con las inercias, pero ya son varios amigos de Bilbao que me comentan que a sus cachorros ahora les falta genio y aplomo para consolidarse y que sus dos jugadores que más tiran de testiculina con diferencia en estos momentos son Yuri e Iñigo. Ambos salidos de Zubieta, el flanco izquierdo de la zaga de la Real de Eusebio.

Eso está prohibido en el Eibar, al que siempre le señalan como un candidato a descender porque no cuenta con nombres, pero cuyo bloque continúa siendo de granito. Con un gurú como Mendilibar, capaz de construir cada año con restos de los demás y con una plantilla tan corta como limitada, un auténtico conjunto de Primera División.

La lucha y la casta de los equipos guipuzcoanos que tantas alegrías nos proporcionan seguro que seducirían a mi abuela. Amante de aquel espíritu indomable de Arancha. Podemos sentirnos auténticos privilegiados por vivir el apogeo de los dos clubes guipuzcoanos en la elite. Ya lo decía ella, parad y apreciad lo afortunados que somos. No nos da tiempo para frenar en mitad de nuestro camino, mirar a nuestro alrededor y valorar todas las cosas bonitas que nos están pasando en clave futbolística. Ese don de saber disfrutar de la vida que apuró hasta que su cuerpo se lo permitió. No me pudiste hacer sentir más orgulloso en vida abuelita. Ahora tu recuerdo me acompañará siempre. Gracias por aguantar tanto tiempo con nosotros hasta hacernos creer que eras inmortal. Va por ti. Nos faltas mucho en Polonia. Derbi.