upongo que todos alguna vez en vuestra vida habéis tomado una decisión. A veces, es muy fácil. Otras, en cambio, dudamos y siempre queda ese punto de incógnita que solo el tiempo resuelve. Podría escribir multitud de ejemplos. Os narro el último. Anoche, ante el teclado, planteaba dos posibilidades que en nada se relacionan. Por una parte, estaba cantado, que podía referirme al prodigio de San Genaro, patrón de Nápoles. De otra parte, quién de vosotros no se ha comido nunca una napolitana. Aquí os presento las dos opciones.

El santo es protagonista cada 19 de septiembre. En esa jornada se produce la licuefacción (no confundamos con calefacción) de la sangre solidificada del venerable. Un sacerdote expone ese día en el altar una ampolla de sangre del santo, seca y oscura, que se convierte en líquida y rojiza. Unos le llaman milagro y otros lo califican de asombro y maravilla. Existe una respuesta científica, que encaja también en el relicario que se encuentra en el Real Monasterio de la Encarnación de Madrid, con San Pantaleón como protagonista. Esta sería la parte mística del comentario.

La otra es mucho más cáustica. Seguro que cuando te has comido una napolitana de crema, chocolate o atún, jamás has pensado el motivo por el que así se denomina esa masa de hojaldre rellena. Bueno, poco o nada tiene que ver con la ciudad en la que ayer la Real protagonizó un partido espléndido con final feliz. Los estudiosos encontraron el término en la Copla XXXIV de un poema obsceno llamado Carajicomedia y que se escribió en el Renacimiento. Como la historia es un punto subida de tono y este beaterio suele caer en manos de jóvenes chavales, os recomiendo la búsqueda en Internet y encontraréis una historia deliciosa, mucho menos dulce de lo que os imagináis. Es lo que hice antes de escribir.

Como os digo, hablamos de decisiones. Los deportistas, futbolistas en este caso, deben adoptarlas en un santiamén cuando compiten. ¿Le entro, no le entro? ¿Despejo corto o largo? ¿Subo la banda o me quedo? ¿Tiro a puerta o no me atrevo? ¿Saco de esquina, al primer palo o al segundo? Miles de posibilidades en noventa minutos de juego. ¿Qué decir de los entrenadores? Con toda la información que manejan de sus plantillas, de los rivales, de los elementos que influyen, nunca dejarán de dudar por mucha confianza y credibilidad que depositen en sus fuerzas.

Ayer nos faltaron Oyarzabal y Silva, porque no estaban en condiciones de jugar. Es evidente que en el camino se han asumido riesgos. Con ellos y con otros. Lo hacen la mayoría de técnicos que confían en San Genaro o en San Apapucio mártir. Se la juegan, cruzan los dedos y ¡Allez up! Si la fortuna acompaña, bingo. Si no, disgustos no compartidos y palos a mansalva. Es lo que hay. En las declaraciones previas, cuando al entrenador txuri-urdin le preguntan si va a meter más cemento en la alineación, responde sin ambages que habían viajado para ganar, como sorprendido de que dudáramos de sus planes.

Puso en marcha una maniobra con la que derrotar a los partenopeos, con un montón de chavalería, la quinta del desparpajo, y creó ocasiones de peligro, y de gol, por un tubo. Se pisaba el área, ronroneábamos como los gatos, pero el zarpazo no llegaba. Nos pasó lo mismo que en Anoeta. Un Nápoles ramplón y agazapado, con poca llegada, jugando su partido y aprovechando la mínima para mostrar su experiencia. Otra vez, un saque de esquina, un rechace y un zambombazo que anoche correspondió a Zielinski y que Remiro, tapado, no pudo ni ver pasar. Es decir que, si aquí fue Politano el que nos dio el disgusto, allá fue el polaco el encargado de meternos en el calvario.

En ese momento, el equipo estaba fuera de combate, tocado y con un Everest, ahora que es más alto, por delante. Mirábamos de reojo a Rijeka. Los croatas se adelantaron, pero la ventaja duró poco. Pasaban los minutos del segundo tiempo y algunos futbolistas no podían con las bragas porque jugar tan arriba, correr tanto, a riesgo de que nos cazaran a la contra, conllevaba kilos de esfuerzo añadido. Matar o morir decía el presidente. El equipo estaba muerto. Es el momento del entrenador, de los técnicos y de las decisiones. Diseñan otro plan y deciden abrir el campo con los laterales largos. Por el lado izquierdo llega un balón que cae a pies de Willian José. Imanol decidió dejarle en el terreno hasta el final y no cambiarle por Isak, hombre por hombre. Dos terminadores juntos.

Para entonces, había encendido las velas de casa, el belén bendito, el árbol que compré en los chinos con luces de mil colores. Las estampas de los santos de la devoción estaban desplegadas, los escapularios, el agua bendita, un rosario y un calendario vaticano de hace dos años. Saqué todo el arsenal. Como hizo el entrenador. Cuando el delantero brasileño le pegó un derechazo sublime, casi me tiro del sofá. El vecindario confinado se quitó la mascarilla para gritar de alegría ¡Qué menos! Después de tanto sufrimiento. No quedaba nada para el final. Cabeza y relajación cuando llegaba el segundo tanto del Rijeka. Todo a la vez. Por cierto, este equipo que estaba sin opciones de nada jugó aquí y lo celebró. Ayer repitió faena y es destacable su honestidad y su pundonor.

Hubiera sido tan injusto quedar eliminados que a esta hora solo cabe sentir orgullo. Cuando un equipo se vacía (meto aquí a todos los componentes del plantel con los técnicos) no se le puede reprochar nada, salvo su falta de acierto y puntería. Ojalá el gol de Willian José (me alegro por él) les quite de encima la presión de las ocasiones perdidas. El día en el que se realizó el sorteo, la composición del grupo ofrecía nubes y claros. El Nápoles se llevaba el cartel de principal favorito y la segunda plaza, esa que ya es nuestra, había que ganarla. Disputados los seis partidos, misión cumplida. Ahora toca esperar el nuevo sorteo para conocer al rival que nos caiga llovidito del cielo, como el sirimiri que anoche no quiso faltar y ser testigo de otro día que la historia recogerá. Cuando todo parecía imposible€ un remate, un gol, millones de abrazos y alegría por todos los costados. Habrá que esperar a mañana para poder celebrarlo con amigos, en la mesa de un bar, con napolitana incluida. Eso también se relaciona con las decisiones. No me suele gustar mucho particularizar, pero el partido de Mikel Merino es un escándalo y la capacidad de resistencia, un volcán como el Vesubio. Y jugártela con Guevara, Zubimendi, Barrenetxea, Sagnan, Aihen y compañía un brindis con un vino de la zona como el Lacryma Christi o el conocido limoncello.