Fue un empate frustrante. Y malo, visto lo visto sobre el campo. Ambas circunstancias no deben ocultarnos, sin embargo, todo lo bueno que hizo la Real ayer en Mendizorrotza. Imanol estará que se sube por las paredes, porque una vez más entregó a su equipo las herramientas necesarias para ganar un partido. Una vez más, sus pupilos cumplieron escrupulosamente con el guion. Y, una vez más, la falta de acierto propio o brillantes acciones ajenas impidieron que todo el trabajo se plasmara en una importante victoria. Se trataba anoche de meter mano a un rival rocoso y hermético como el Alavés de Machín, al que los nuestros convirtieron en más vulnerable. Tocaba igualmente alejar del área a Joselu y Lucas Pérez, misión cumplida con creces. Y aún así terminó la cosa en empate. Puestos a valorar el partido txuri-urdin, hay que subrayar que su adversario pareció poca cosa. Solo lo pareció. Igual que el Cádiz hace quince días. No pasó del centro del campo contra la Real, pero el sábado le ganó al Barcelona. Y el mismo Alavés, al Real Madrid. Pues eso.

No sabíamos con qué actitud iba a salir el rival ayer. Podía intuirse que presionaría más arriba de donde lo terminó haciendo. Pero posiblemente fue la propia Real quien empujó a los babazorros hacia el área de Pacheco. ¿Cómo? Incrustando a Guevara entre centrales para dibujar un tres para dos en salida. Colocando a Merino al mando de las operaciones. Y dando licencia a Roberto y a Merquelanz para enredar a la espalda de los pivotes. Gustaron los txuriurdin con semejante funcionamiento, porque generaron acercamientos suficientes para adelantarse, y porque minimizaron al rival (otro más) con una eficaz presión tras pérdida. Que el partido no llegara con ventaja visitante al famoso minuto 61, el de la expulsión de Battaglia, fue otro de esos pequeños milagros del fútbol que a este equipo se le vienen volviendo en contra últimamente. Contra diez todo resultó más difícil. Ni paradójicamente ni gaitas, porque tiene su lógica la cosa. El Alavés retrocedió quince metros su bloque. Dejó menos espacios. Y el plan inicial dejó de resultar efectivo, hasta el punto de que Imanol lo cambió. El partido pasó a conducir a la Real, irremisiblemente, a una sucesión de centros al área para la que el míster se encargó de buscar a los protagonistas adecuados. Así, diseñó un 3-4-3 con Aihen, Sagnan y Zubeldia atrás, Merino y Guevara en la sala de máquinas, y una combinación muy lógica en el resto de frentes. Zaldua y Merquelanz, dos buenos centradores, ocuparon las alas, a pierna natural. Bautista y Willian José, más rematadores que Isak, poblaron el área. Y Portu merodeó la zona para cazar alguna, tarea a la que también podía sumarse el citado Merino desde segunda línea.

No se convirtió la Real en una catarata de ocasiones, ni mucho menos. Pero la fórmula alternativa de Imanol estuvo cerca de significar directamente el triunfo en una jugada con servicio de Aihen, dejada de Portu y remate de Willian. Insistimos: supo a poco el empate. Y aún así no deja de provocar esta Real una satisfactoria sensación. Porque el equipo somete a sus rivales, a casi todos. Porque tira piedras contra su propio tejado haciéndoles parecer vulgares. Porque, en definitiva, luce redondo como no le habíamos visto ni siquiera en épocas de éxitos contrastados. ¿La falta de gol? Hubo un tramo de temporada, entre octubre y noviembre, en el que se promediaron tres dianas por partido de Liga. No se les puede haber olvidado embocarlas. Cuestión de rachas.

Eso sí, urge acabar con la actual el jueves en Nápoles, porque si no lo de la clasificación europea se pondrá en chino. Está por ver si jugarán en Italia Silva y Oyarzabal, sobre cuyas lesiones yo lo tengo muy claro. Si tanto hemos vibrado con el fútbol de esta Real, no tiene mucho sentido censurar ahora todo lo que exige a los jugadores a nivel físico. Y si tanto hemos aplaudido a Imanol que vive día a día, partido a partido sin mirar más allá del siguiente, tampoco vamos ahora a rasgarnos las vestiduras porque el canario haya apurado para ayudar al equipo. Tenemos el equipo y el entrenador que tenemos. Para lo bueno y para lo malo. Hay muchísimo más de lo primero que de lo segundo.