epresión, estrés, insomnio y ansiedad son algunos de los problemas psicológicos derivados del confinamiento. Imagino que efectos colaterales o secundarios de una situación tan dramática como inesperada. Un trágico y temible viaje a lo desconocido que ha repercutido en el rendimiento de cualquier gremio. No podemos olvidar que la Real también fue el equipo que más sufrió en la desescalada hacia la nueva normalidad. La alegría por el postrero gol de Januzaj borró de nuestra memoria lo mal que lo pasamos por el repentino desplome del equipo cuando las expectativas estaban por todo lo alto antes del parón. La versión 2.0 de esta temporada de la Real nos llena y nos genera una ilusión desbordante. Resulta imposible no soñar con las cotas más altas mientras el equipo lidera con autoridad y solvencia la Liga. Con la propuesta más atractiva del campeonato y siendo claro dominador de estadísticas vitales en este deporte. Por eso, cuando se estrella en una noche inesperada como la del jueves, en la que todos dábamos por hecho que iba a sumar los tres puntos, descubrimos que la euforia, la pasión y la ilusión desbordada se encuentran en el mismo árbol de los problemas que genera la pandemia. No sé ustedes, yo, particularmente, y en mi entorno, he conocido muchos casos de personas que no pegaron ojo tras el acoso sin derribo de la muralla croata.

Uno de los peores encuentros posconfinamiento fue, para mí y de largo, la derrota en Vitoria en una tarde para olvidar. Creo que fue el día en el que nos dimos cuenta de que algo no funcionaba como antes y que corríamos el riesgo de desperdiciar la extraordinaria campaña que estaba firmando el equipo. Fuimos sin uno de los que juega siempre, Merino, y esta vez lo haremos sin el otro, Oyarzabal. Pero no, no me trae buenos recuerdos Mendizorrotza, un escenario en el que siempre suceden cosas que nos perjudican. Cómo puedes tener cariño a un estadio en el que en el descanso de un Alavés-Gaziantepspor te llaman para decirte que le han disparado en la nuca a tu tío. O cuando has sufrido uno de los mayores disgustos de tu vida con la Real en aquel final increíble y trágico que nos privó de ascender a la primera, en el que muchos llorábamos y algunos de los nuestros, curiosamente, parecían no estar demasiado tristes. O incluso el día en el que bastantes patosos de la grada nos cantaron "a Segunda a Segunda" cuando el año anterior, no digo que se dejaran, pero la afición de la Real les animaba con el "este partido lo vamos a perder". Y lo digo desde mi respeto al Alavés y a todos mis amigos babazorros, con los que sufrí en la grada del Calderón en su final de Copa contra el Barcelona.

Me encanta ir a Vitoria, pero no me gusta Mendizorrotza. Me da siempre mala espina. Por eso no me hizo ninguna gracia cuando me comentó Aperribay que sería una buena alternativa traer la final de la Copa al feudo alavés en el hipotético caso de que se fuera a jugar a puerta cerrada. Aunque era de sentido común, porque, ¿para qué demonios se iban a ir hasta Sevilla para jugar un partido si Sevilla no iba a poder rentabilizar su inversión por ser sede? Y no es precisamente una cuestión de dimensiones, porque en realidad el terreno de juego vitoriano solo tiene un metro menos de ancho que San Mamés o La Cartuja, aunque tres menos que Anoeta.

La verdad es que llegados a este punto, me parece demasiado fácil decir que ha sido un error no disputar el derbi más esperado de la historia al final de la campaña pasada. La realidad es que, a día de hoy, se ha quedado un poco desfasada en el tiempo. Eso es indiscutible. Siendo sincero, viendo que seguimos sin muchos avances con la pandemia, a mí me parecía una buena solución disputarla el 30-31 de diciembre. Lo que sigo sin entender es la facilidad y la irresponsabilidad con la que hablan sobre el regreso de los aficionados al estadio los dirigentes deportivos como Tebas y Lozano, que no se dan cuenta de que, en definitiva, son solo eso, dirigentes deportivos. Y harán lo que manden los gobernantes. Punto final.

Lo reconozco, soy pesimista respecto a las opciones de que haya aficionados en las gradas de La Cartuja. Lo cual, como es normal, refuerza la tesis de los cortoplacistas que defendían que había que jugarla en su temporada natural. Les entiendo y les respeto, algo que desgraciadamente algunos no han hecho, aunque no me convenza el argumento de que se iba a ganar seguro, entre otras cosas porque nadie nos los puede garantizar, y tampoco es que la Real estuviera para grandes empresas en el posconfinamiento.

Qué quieren que les diga, a mí me parecía lamentable ver partidos tan especiales para tanta gente en un estadio vacío, sin el calor y el colorido de las aficiones. Eso sin entrar a valorar las gélidas y casi ridículas celebraciones. Mirando a la grada, donde solo se encuentran cemento. El poner una barrita en el palmarés. Así, sin mucha más historia.

A nadie se le escapa que disputar la final el 4 de abril de la campaña siguiente es una solución salomónica de emergencia que no satisface a nadie. Y no por la fecha en sí, que es un disparate, en plena Semana Santa de Sevilla y tras unas jornadas internacionales, sin que los seleccionados puedan trabajar con sus respectivos equipos. Pero sí que creo que, aunque solo existiese una mínima posibilidad, había que apurar las opciones de que se jugase con público. Nos cansamos de repetir que el fútbol sin la gente no es nada, que las directivas no se dan cuenta de que sin sus aficionados no podrían sobrevivir, que el principal activo de los clubes es su hinchada, que sus dirigentes nunca tienen en cuenta a su parroquia a la hora de tomar decisiones... Y cuando por fin adoptan una medida pensando únicamente en el público, la criticamos y censuramos. Yo no estoy hablando de la farra, que me la trae al pairo, ni de fan zone compartidas con los vecinos, simplemente porque vamos a afrontar una batalla histórica y al enemigo, ni agua. Hablo de la final y de ganarla, como lo hacen los cortoplacistas, pero de quemar hasta el último cartucho de contar con lo más importante y bonito que tiene nuestra Real, el sentimiento y el amor a los colores de su gente. Me hace gracia, porque después del furibundo e irrespetuoso debate inicial por la fecha entre patosos de ambas partes, hemos pasado a que se pueda dividir a la afición txuri-urdin entre los que tienen un poco olvidada la final y los obcecados que consideran que es el partido que hay que vencer, y casi infravaloran hasta el resto de competiciones. Solo piensan en Sevilla. No en Vitoria, donde siempre que juega la Real la catalogo como una buena oportunidad para saldar viejas deudas grabadas a fuego en mi corazón. ¡A por ellos!