Donostia. No falla. Cuando más favorita se siente y hasta algunos comienzan a hacer cábalas del saco de goles que se puede llevar el equipo visitante, la Real siempre es propensa al tropezón. Y ayer se reunían todas las condiciones inherentes a una pifia tan inesperada como dolorosa. El Valencia se presentaba en la jornada 3 de la Liga con una depresión de caballo después de haber perdido a cinco titulares, todos ellos de gran nivel y héroes en la consecución de su último título en la consecución de la Copa del Rey de hace dos años. Su entrenador, Javi Gracia, lo único que ha hecho por ahora en sus ruedas de prensa ha sido responder a preguntas acerca del mercado y sobre su enfado porque no le han traído ningún fichaje. Por si fuera poco, faltaba el aliciente definitivo, las especias para darle vidilla al guiso: los levantinos no habían logrado ninguna victoria a domicilio en 2020. Tan buenos que nos sentimos, tan guapos que nos creemos mirándonos al espejo, que muchos olvidaron que el Valencia siempre es un adversario a tener en cuenta. La consecuencia fue que, mientras la Real seguía tocando y tocando la pelota, mareando la perdiz sin ningún profundidad y, sobre todo, veneno dentro del área, los de Mestalla aprovecharon una contra en la segunda mitad cuando parecían muertos y se llevaron los tres puntos.

Lo más doloroso de todo fue que, en el última acción del duelo, a Le Normand le anularon un gol por una de esas normas ridículas que se inventan desde un despacho unos filósofos incompetentes que no tardarán en cargarse el fútbol. Insisto, el fallo es de la regla, no de la aplicación del árbitro, por mucho que nos escueza.

Como se esperaba, Imanol introdujo cambios en todas sus líneas. Monreal, al que se le ha hecho larga la lesión muscular, se estrenó esta temporada en lugar de Aihen, al igual que Zubimendi, quien entró por Guevara. Y arriba debutó Januzaj y regresó Barrenetxea en las bandas, con Isak de estilete en busca de ese gol que necesita todo 9 para reforzar su confianza. En la mediapunta repitió Silva, que está llamado a jugar muchos encuentros hasta que le aguante la gasolina porque es muy bueno. Todos no entran, pero la gran noticia fue la suplencia de Oyarzabal. Algo muy poco habitual desde que se adueñó del cartel de indiscutible e intocable. Tenerle motivado para salir en la segunda parte y comerse la hierba tampoco parecía una mala opción. Bueno, como casi ninguna con el capitán txuri-urdin, aunque la nueva normalidad provoque que se abolan hasta los privilegios adquiridos por incuestionables méritos propios.

Ante la apuesta de jugones de la Real, Javi Gracia abogó por un once plagado de jóvenes y de canteranos y dotó a su centro del campo de mucho músculo. Pese a su juventud, la alineación con la media más joven de la temporada, el conjunto ché se desenvolvió con una intensidad y una competitividad fuera de lo normal. Provocaron desde el primer momento que los locales se sintieran muy incómodos y que solo pudieran completar sus eléctricas posesiones en situaciones muy alejadas de la portería. Y eso que Merino completó un primer acto espectacular, con un gran acierto de pases y ocupando muchos espacios. Cuando se encontró con Silva, siempre se adivinó algo diferente, pero esta vez les faltaba la conexión con los extremos y los laterales, cuyas subidas apenas tuvieron trascendencia en el juego. Muy bien el Valencia que, como decíamos ayer, igual encuentra muchas más herramientas y soluciones de las que pensaba en el armario de su cantera. Para una metamorfosis forzada tan radical ha encontrado, sin duda, el entrenador ideal. Eso lo sabemos muy bien aquí.

El mundo al revés en la primera parte. Aunque el Valencia estuvo enchufado desde el primer minuto, la Real también entró fuerte. A los doce minutos, tras la primera conexión Merino-Silva, el centro de Barrenetxea lo remató en un taconazo imposible con la izquierda Isak y el balón, por increíble que pareciese, no entró de milagro al salir lamiendo el larguero. Poco después Isak no pudo rematar un pase de Monreal, aunque el esférico había traspasado la línea de fondo. Pero el Valencia no estaba asustado. Potentes y bien colocados, cerrando bien las líneas, con una presión adelantada muy agresiva y dos mediocentros que pivotaban demasiado fácil, los levantinos no tardaron en probar suerte con tres disparos lejanos que detuvo sin problemas Remiro. Un Januzaj cada vez más entonado fue el único que probó a Doménech tras una pared con Merino. En la jugada siguiente, Kondogbia, que estuvo a un nivel imperial, abrió a la banda a Gayá y su pase de la muerte no lo aprovechó Kang-In porque su flojo chut lo repelió Aritz. En el rechace el propio francés se encontró con un Remiro bien colocado.

Si dicen que el vestuario tembló en el descanso ante el Madrid, la bronca de Imanol debió ser aún mayor porque su equipo salió con otra velocidad e intensidad, lo que el permitió encerrar pronto a un, ahora sí, superado Valencia. El técnico sacrificó a Barrenetxea para dar entrada a Oyarzabal, que cuando no está siempre se nota, aunque sea solo en la presión adelantada. Silva y Merino se juntaron más y, sobre todo, el mago Januzaj y un épico Gorosabel, que se dejó hasta el último aliento, convirtieron la banda derecha en una autopista por la que no pararon de profundizar.

Silva le puso un caramelo que desperdició Monreal por controlar en lugar de volver a centrar a la primera; Merino robó para servirle una buena asistencia a Oyarzabal, pero su chut lo salvó Doménech; Janu envió con la derecha una invitación al gol que no supo leer Isak antes de estar a punto de marcar de falta; Oyarzabal de nuevo se topó con el brazo pegado al cuerpo de Jason (las reglas dicen que no es punible, pero la otra sí, el chiste se cuenta solo) y Gorosabel alcanzó el área pequeña pero ni remató ni centró... Y en la contra, con la Real volcada, Wass abrió a Gayá y su centro de cirujano lo transformó en gol Maxi. Un profundo y agudo dolor.

Imanol ya había hecho los cuatro cambios y el asedio de la Real, sin orden ni criterio, se tradujo en muchos balones al área sin ningún remate. Salvo la desgraciada jugada final con el empate anulado a Le Normand.

Una victoria en ocho partidos en la era posconfinamiento es para preocuparse. Más cuando se repiten errores importantes y cuando se dejan de ganar partidos en los que, en teoría, cuentas con mejor equipo que tu rival. Algo está pasando en Anoeta...

Javi Gracia apostó por un once plagado de jóvenes para dotar a su equipo de músculo, y Kondogbia y Wass gobernaron el duelo

Un gol de Maxi desniveló

un partido que igualó Le Normand en el descuento, pero le anularon el tanto por una regla muy discutible