Hace pocos días se cumplieron diez años del ascenso de la Real en Cádiz. Ese día, cuando todos estaban acobardados y no sonaba la música en el autobús de Jerez al Carranza, Carlos Bueno tomó la palabra y les preguntó a sus compañeros: "Qué pasa, ¿están cagados? Pasarme a mi la pelota, que voy a marcar un hat-trick". No sé si lo de ayer es comparable, porque Valdano un día escribió que pasó más nervios en una promoción con el Alavés que en la final de la Copa del Mundo, pero ayer, cuando todo se veía negro y la Real se encontraba en un callejón sin salida, huérfana de su fútbol y anulada por completo por un defensivo Atlético, Januzaj bajó de su planeta para marcar un gol inolvidable que selló la clasificación europea de los realistas. El belga provocó una falta en el lateral del área y cuando todos esperaban el envío, lanzó un centro-chut endiablado que se coló en la meta de Oblak. Fue agónico, agobiante, pero sin lugar a dudas acabó siendo un acto de justicia. Pocos se merecían un premio así como los blanquiazules y no era ni medio normal que se pasara tantos minutos fuera de los puestos europeos después de pasarse todo el año asentados en los mismos. No se veía una solución y apareció el diferente, el marciano, el mago con baraja de cartas trucadas para hacer su truco y convertirse en leyenda donostiarra.

Hay que creer en Imanol. Hay que creer en Imanol. Se lo ha ganado. Repite o escribe cien veces si has desconfiado en algún momento del oriotarra. "Vamos, que lo vamos a conseguir. ¡Vamos!". Esa fue su frase antes de viajar a Madrid y en su fe estaba el camino. El técnico volvió a protegerse mucho con los tres centrales. En esta ocasión Gorosabel ocupó la plaza de Zaldua y Odegaard, en la noticia más importante de la jornada, formó el doble pivote junto a Merino hasta que reventase. Isak, como suele ser habitual en los partidos a domicilio, recuperó la titularidad. En definitiva, un buen equipo capaz de competir contra cualquiera, aunque muy lejos de la idea inicial y habitual de Imanol, en lo que certificaba que algo había cambiado. Que ya nada volvería a ser lo mismo. Una pena que en el momento de la verdad la Real no pudiese presentar su traje de gala. Pero la realidad certificaba que en la nueva normalidad el fútbol ha cambiado mucho el panorama. Quizá lo más extraño fue la ausencia de Barrenetxea, después de su monumental exhibición ante el Granada. Pero, bueno, al margen de la paleta de colores y los gustos de cada uno, lo objetivamente previsto. Imanol era plenamente consciente de que tenía que buscar un nuevo guion para ser prácticos. Que lo de antes no valía. Simplemente porque en realidad tenía mucho mérito lo que hacía, sin duda la propuesta más complicada. Cuando no la ha practicado tanto, surgen este tipo de circunstancias que han estado a punto de destrozar el curso txuri-urdin. El oriotarra ha movido ficha, como tantos le reclamaban y con mayor o menor acierto, la Real se ha convertido en un bloque más competitivo, aunque menos atractivo.

Simeone no entiende de biscottos ni de concesiones. Siempre quiere más, es insaciable. La mejor confirmación es que sacó un equipo muy ofensivo, con Costa y Morata en punta. El empate le valía, pero el camino más corto para cumplir su objetivo de ser tercero era derrotando a la Real. El argentino es así, como ya demostró en la despedida del Calderón cuando dejó al Athletic sin plaza fija tras el gol de Juanmi pese a que no se jugaban nada.

El primer tiempo fue complicado. Disputado al típico ritmo que persigue el Atlético. Lento, sin que ocurran demasiadas cosas, pero con los madrileños siempre superiores. Como si fuese más normal que marcaran. A la Real se le notó desde el principio la tensión y los nervios. En cambio, en el Atlético, con sus objetivos en el bolsillo, se mostraron más cómodos. Sin agobios. El primer susto llegó en una internada de Lodi cuyo centro se quedó lejos de empalar Costa. A los diez minutos, González Fuertes se encargó de anular una gran ocasión de Isak, que disparó alto. El sueco sirvió a Monreal un balón que definió bastante flojo. Y así, como quien no quiere la cosa, con la Real pareciendo peor que los rojiblancos, llegó la jugada del gol en una buena acción dentro del área en la que Morata asistió de tacón a Koke, que batió a Moyá de cerca.

Se esperó la reacción de la Real, incluso trató de estirarse, pero no logró generar ninguna oportunidad. Y lo que es peor, no fue ella misma en ningún momento. Irreconocible. Era vital adelantarse y, desgraciadamente, la Real se retiró a los vestuarios perdiendo y fuera de los puestos europeos.

El tema era realmente inquietante, porque había pasado lo peor. El Atlético se había puesto por delante sin apenas hacer nada y la Real, sin quererlo ni beberlo, sin ser capaces de demostrar su fútbol, estaba por debajo en el marcador ante el peor adversario posible para jugar en inferioridad. La Real nunca se encontró cómoda y siempre estuvo lejos de su mejor versión, pero al menos, consciente de su necesidad, dio un paso adelante y, aunque le costó generar peligro, fue poco a poco acercándose a los aledaños de Oblak. A los pocos minutos de la reanudación, Odegaard casi sorprende a Oblak, que respondió con una mano salvadora. Merino dio una buena asistencia a Barrenetxea, que no empaló bien su volea. Moyá respondió bien a un disparo de Correa y Portu estuvo muy cerca de igualar la contienda con un chut cruzado que salvó el esloveno con una de sus manos increíbles. Moyá dio el susto de la noche con un error en el despeje, aunque se rehizo bien y cuando parecía todo acabado, sin apenas esperanzas, en el momento en el que tienen que aparecer los genios, Januzaj medio lesionado provocó una falta y su disparo se coló en un mar de piernas. Qué maravilla. Gipuzkoa entera celebró el tanto como el recordado de Juanmi en Vigo.

A partir de ese momento el Atlético sacó la bandera blanca consciente de que el empate les valía a los dos y el choque se finiquitó con las combinaciones entre los defensas.

La Real está en Europa. Lo ha conseguido contra viento y marea, contra las mayores injusticias y atropellos que se recuerdan, pero lo ha logrado por su capacidad por mantenerse en pie. Con su orgullo, casta, garra y sentimiento. Porque los jugadores sienten tanto el escudo como cualquiera de nosotros. La felicidad es indescifrable y solo ha acabado en sexto posición en lugar de en la tercera, objetivo que se marcó en el confinamiento. Sin sufrimiento ni agonía no sabe igual. Hay que aceptarlo. Los logros de la Real siempre tiene ese denominador común. Por eso ganó su primera Liga en el último minuto con el gol de Zamora. La empresa de ayer era mucho más difícil de lo que creíamos. Y saben lo mejor de todo, que la Real, sin energías ni ideas, agobiada, encontró la magia de un marciano que hizo justicia. Nada más. Menudo subidón. Esto no se olvida en muchos años. La Real es muy grande...

La Real demostró que estaba atenazada desde el primer minuto y el gol de Koke en el primer tiempo lo complicó todo

Los realistas reaccionaron en la segunda parte, se estiraron, y encontraron el gol en una falta botada por Januzaj que sorprendió a Oblak