l equipo volvió ayer a dar una lección de compromiso. En un partido en el que no iba a encontrar una sola facilidad, logra tres puntos que le mantienen vivo a la espera de dos finales en tres días. Es lo que hay. Toca esperar hasta el final y seguir confiando en la actitud generosa de un grupo comprometido y solidario, al que le han faltado al respeto de modo tremendo desde que la competición se reanudó de esta manera.

Al presidente de la Real Sociedad le han recetado tres partidos de suspensión, porque el árbitro del encuentro ante el Granada tiró de teclado para contar el momento en que Aperribay bajó al túnel de vestuarios para decirle, de buenas maneras y sin insultos, lo que llevamos pensando muchos desde hace varias semanas. He leído el acta y en ella, además de relatar lo que escucharon, adorna el escenario con las dos palabras que titulan este comentario. ¡Actitud amenazante!

¿Qué pretendía el trencilla al escribirlo? ¿En qué consiste esa actitud y cómo se cataloga? Da pie a todo tipo de interpretaciones. Puestos a cachondearnos del momento y dejando volar la imaginación, entra dentro de lo posible que Jokin se quitara un mocasín, lo agarrara con la mano derecha e hiciera un gesto como de darle tastás en el culo o tirárselo a la cabeza. Cabe que se quitara el cinturón, se bajara los pantalones y le hiciera un calvo. A lo mejor no estaba solo, sino acompañado de algunos consejeros, con trajes de alabardero, lanza en ristre, como si le fueran a pinchar estilo merienda de tribu india. Tal vez, cerró los puños y, en plan Mike Tyson, simulara que le iba a lanzar un uppercut al mentón. ¿Se encontró en el pasillo con un balde de agua, y agarró la fregona en plan akuilu? Todas estas posibilidades pueden catalogarse como amenazantes. Sería bueno por la salud de todos y la credibilidad de quien escribe que relatara en qué consistió dicha actitud.

Y lo escribe un árbitro que forma parte de un colectivo que está dando pena y enseñando sus vergüenzas desde que se reanudó el campeonato. No hay por dónde agarrarlo. Se contradicen ellos mismos decidiendo diferente según los casos. Y lo triste es que muchos de los que se equivocan, tanto en el césped como en la sala de máquinas, llevan la escarapela internacional. Da la sensación muchas veces que desconocen el reglamento o lo interpretan mal, o les confunden. Cada vez más inseguros, tiemblan en las jugadas de conflicto. Temen cuando se les descubren los errores, porque pierden credibilidad por arrobas. No aguantan la presión y se ponen rojos, una mezcla de sofoco y ridículo. No hay peor momento del arbitraje español que el actual. Cuantos más recursos ponen a su disposición, peor. Rompo aquí una lanza en favor de unos cuantos árbitros de la categoría de plata a los que veo un montón de veces. Sin ánimo de ser chauvinistas, los dos colegiados guipuzcoanos Gorka Sagués y Aitor Gorostegi ofrecen bastante mejor nivel que el de muchos de los que nos caen en suerte y militan en Primera. Con el dineral que les cuesta el arbitraje, los clubes (todos se quejan de lo mismo) deberían ponerse las pilas e intervenir por el bien de la comunidad. Por cierto, no me cabe la menor duda de que si los aficionados acudieran a los estadios, no estaban pasando ni la mitad de las cosas que suceden y que desquician a los jugadores y todos sus entornos. Ayer una tarjeta roja a un miembro del banquillo txuri-urdin.

Como esto no se sostiene de ningún modo, a los equipos les han obligado a jugar tres veces por semana, a competir muchas veces con gente que no está en sus mejores condiciones, sin las horas necesarias de descanso y recuperación, sometiéndoles a una tortura física y psicológica. No hay futbolista que soporte este trajín. La lista de lesiones es interminable y en esas condiciones poco se puede exigir. En medio de esa realidad, Imanol y lo que queda de los suyos viajaron a Vila-real. El técnico eligió lo que pudo y a medida que las cosas sucedieron debió modificar el plan inicial. Isak, a quien Asenjo le hizo un paradón, se quedó en la caseta durante el descanso. Poco después del primer cambio, sentó a Barrenetxea porque debe cuidarle. Lo mismo que a sus compañeros más exigidos. ¡Se nos agota el hielo! Como es necesario llegar al final sin que se rompa ninguno más, aguantas como puedes y metes en la lista de convocados a medio Sanse, jugadores que están a punto de cumplir un año al pie del cañón sin vacaciones ni respiros. Bravo, también, por ellos.

La condición física no es la recomendable y la anímica, probablemente, tampoco. Pese a ello, el equipo sigue dando la cara desde el pitido inicial de la reanudación del campeonato. Y yo, al menos, no tengo nada que recriminarle. Todo lo contrario. Con poca fortuna y demasiados atropellos sigue haciendo camino sin perder la compostura. Su actitud es cualquier cosa menos amenazante. Cuando consigue victorias como la de ayer en Vila-real recibe el premio que merece y reconforta a toda la feligresía que asiste atónita al sainete que nos han montado. Dos goles que valen su peso en oro. Dos remates de cabeza en acciones a balón parado, en sendos centros de calidad. Para eso están, entre otras cosas, Martintxo y Mikel. Todos los goles valen lo mismo, pero que Willian José y Diego Llorente sean los protagonistas se celebra de modo especial después de los latigazos que les han caído en jornadas precedentes, sobre todo al central. Entiendo cómo se manifestó en la celebración.

Me da vergüenza hablar de finales, porque sé que al entrenador no le gusta, pero el partido de este jueves en Anoeta parece decisivo para la suerte última de la clasificación. Llega el Sevilla que, gracias a la Real, certificó de modo matemático su presencia en la próxima Champions, porque el Villarreal ya no le alcanza. Por los puestos europeos, pelean unos cuantos que van por delante y por detrás de los realistas. Bueno sería tratar de superar a los andaluces, certificar la posición con premio y disfrutar de unas vacaciones prolongadas. ¿Dónde hay que firmar?