upongo que lo llevo implícito en mi ADN txuri-urdin, pero siempre me he fijado y he admirado a los jugadores referentes en sus clubes. Los que aman sus colores como un aficionado más. Como yo los míos mientras trato de, me temo que a veces sin demasiado éxito, contener el sentimiento delante de un ordenador. En vísperas de la visita a Mendizorroza, imagino que algunos ya adivinarán que estoy hablando del capitán del Alavés Manu García. Formado en Zubieta, donde recaló muy joven, fue el último en llegar al Europeo sub'17 que se disputó en Portugal en 2003, donde coincidió con Silva, Jurado, Markel Bergara€ Y conmigo, único periodista que asistía al evento cubriendo la selección española. Bastante callado, pero siempre echado para adelante, con personalidad, vacilón. En definitiva, un chaval majo con un carácter muy fuerte. En el campo siempre se distinguía por ser bravo. Con un cañón en la zurda que le permitía vivir cerca del gol. Por aquel entonces todavía tenía desborde y actuaba más en cualquier posición de banda, pese a su permanente vocación ofensiva. Como no podía ser de otra manera y más aún jugando en la Real, después seguí de cerca su pista. Su ascenso con la UPV y su llegada al Sanse, con el que disputó el play-off para subir ante Las Palmas. Es más, estaba en el campo en el maldito gol de Nauzet casi en la última jugada de la eliminatoria. En su tercera campaña disputó 36 partidos y marcó diez goles, pero el club le dio la baja. ¡Qué difícil es! No solo llegar, sino luego mantenerse y triunfar.

Pasó por el Real Unión, Eibar y Logroñés, todos en Segunda B, y se ganó una fama de controvertido y difícil en el campo. Tras una tángana en un amistoso, varios realistas le criticaron con un lacónico: "Siempre es el mismo". Y la verdad que me extrañó, porque guarda un gran recuerdo de Donostia, siempre habla bien de su etapa y del club y me consta que mantiene muy buenas amistades.

El destino le tenía guardado un regalo a su persistencia y a su afán de supervivencia. Con 26 años recaló en el Alavés, el equipo de su tierra, con el que ha logrado convertirse en un mito gracias a ascender de Segunda B a Primera, con gol incluido el día D, una salvación milagrosa en Jaén y una final de Copa, a la que asistí en el Calderón y en la que demostró un sentimiento y una capacidad para capitanear al equipo fuera de lo común. Tiene muchas opciones de convertirse en el jugador que más veces ha defendido la albiazul, pero la edad no perdona y el fútbol actual es tan efímero que le falla demasiado la memoria. Dicen que algunos osados hasta se atreven a pitarle en su estadio. Ya no se respeta nada. Pero a mí me gustan los profetas en su tierra. Sí además tienen el plus de haberse formado en Zubieta y admiran nuestro club, todavía más.

Durante el confinamiento, la revista Líbero publicó una entrevista con Totti (sí, lo sé, soy muy fan) de la que solo se destacó que rechazó en dos ocasiones al Madrid. Yo me quedo con la explicación que le llevó a rehusar a un gigante por el amor a unos colores: "La relación que tengo con todos los romanos va más allá del jugador y del hincha. El hecho de haber crecido en un solo equipo me ha ayudado a entender muchas cosas reales de Roma. Siempre fui hincha de mi equipo. Fue mi sueño ponerme su camiseta, el número 10, el brazalete de capitán. Y cuando lo logré, quise confirmarlo siempre de la mejor manera posible. Si a eso se le añade que estoy en la ciudad más bonita del mundo€ No lo cambiaría por nada". Y rescato lo que percibió cuando decidió quedarse en casa en lugar de recalar en el Bernabéu: "Tuve la sensación de hacer algo diferente a lo que normalmente hacen los demás. Me sentía un gran jugador y a la vez distinto. Con un gran amor hacia mi camiseta".

Lo conté, cuando le entrevistó Panenka, Mikel Oyarzabal bromeó conmigo: "Comparto portada con un buen compañero (se refería a Ronaldinho)". Tengo la sensación de que ya lleva tanto tiempo instalado en el primer equipo con unos registros estratosféricos que tenemos una continua tendencia a normalizar lo que está haciendo. El dato que dejó el periodista Endika Santamaría de que solo Suárez, Benzema y Messi han participado directamente en más goles que el eibartarra en esta Liga lo dice todo. Increíble.

Después de haber podido descansar por fin en estos meses, algo que necesitaba porque es humano, el domingo, en una cita que se ha encargado de mancillar todas las buenas sensaciones y el optimismo con el que nos presentábamos a la reanudación liguera, nos recordó que es nuestra máxima estrella, nuestro referente y nuestra mayor esperanza para cumplir el sueño de la Champions. Como me gusta repetir, muchas veces conviene salir de nuestro ambiente y preguntar fuera lo que piensan de los nuestros. Oyarzabal es la bandera. Una figura del fútbol español, con lo complicado que es hacerse un hueco en el Olimpo sin actuar en uno de los gigantes. Lo tiene todo. Pelea, corre y se sacrifica como el que más, tácticamente es ejemplar, además de ser un súperdotado físicamente. Eso sin entrar a valorar su calidad, competitividad, ambición y capacidad para ver puerta. Y lo mejor de todo, claro, lo mucho que siente la camiseta, cuyo escudo besa en cada gol que marca y que le lleva a celebrar otros perdiendo la cabeza subido enloquecido a una barra. Porque es humano y un apasionado hincha txuri-urdin. Lo lleva dentro desde txiki.

Cada vez que leo una entrevista de Totti me entran ganas de mandársela para que no se olvide nunca del concepto. Para que se grabe a fuego, algo que no discuto que ya lo tenga, que hay pocas cosas mejores que poder hacer feliz a tu gente. Que salir a la calle y constatar que la abrumadora mayoría de los niños llevan su nombre en la espalda de sus camisetas txuri-urdin debe ser una de las mejores sensaciones que se pueden experimentar en la vida. Porque, al contrario del camino de espinas de Manu García, cuya trayectoria le ensalza aún más, Oyarzabal sale uno cada muchos años.

La tarde de la retirada de Totti, la grada le dedicó una pancarta en el estadio Olímpico: "Pensaba que moriría antes", evocando que casi preferían estar bajo tierra para evitar un momento tan duro y amargo. "Así son los romanos, gente normal, simple. Gente que bromea, que te regala pancartas que jamás podrías imaginar", explicó el gialorosso. Nosotros somos guipuzcoanos, quizá nos cueste más decir las cosas. Pero todos sabemos que estamos en tus manos, Mikel. ¡A por ellos!