A puerta cerrada. Sin público y escuchando los gritos de los jugadores y los técnicos. El coronavirus también entierra el espíritu del fútbol. En un duelo que parecía un amistoso de un parón liguero de esos que se han puesto de moda cerrar para que no los vea nadie, la Real por fin logró ganar al Eibar en su estadio para colocarse en cuarta posición. Dos goles de Oyarzabal, de penalti, y de Willian José, que logró superar la sequía que le perseguía desde su polémica espantada al negarse a jugar, finiquitaron la maldición que arrastraba en el feudo eibartarra desde que lograron el ascenso. Su triunfo les permite escalar hasta la cuarta posición, empatada con el Getafe y que daría acceso a la Champions, y deja a los locales en una situación incómoda, con solo dos puntos de ventaja sobre la frontera del infierno. Por lo visto ayer, y pese a que dispusieron de dos penaltis, este año lo van a pasar mal y ya se han convertido en un objetivo aparentemente alcanzable para los desesperados de las catacumbas de la tabla.

Una vez más, Mendilibar innovó ante la Real pese a que el derbi se retrasó 24 días y a que su situación se ha agravado notablemente. El técnico armero introdujo siete cambios respecto al equipo que perdió ante el Mallorca el pasado sábado. No pareció acabar muy satisfecho con la respuesta de los suyos, obviamente. Imanol recuperó la versión de Miranda, lo que invitaba a pensar que fue un ensayo general para visitar Ipurua, con la gran novedad de la inclusión de Aihen en lugar de Monreal. El resto fueron los esperados, por lo que fueron ocho los cambios introducidos respecto al cuadro que cayó injustamente en el Camp Nou por 1-0. La explicación era lógica, ya que en esta ocasión recuperó la versión B, esa que no arriesga en la salida de la pelota para evitar la posibilidad de perder balones por la presión adelantada de los locales como acostumbran a hacer Eibar y Mirandés. Eso significaba que Willian José actuaba de nuevo de boya, junto a Oyarzabal y el resucitado Januzaj. Y que Sangalli volvía a ser el sustituto de Odegaard, a quien Busquets dejó KO tras una patada el pasado sábado.

El Planteamiento La Real no tardó en confirmar que su propuesta iba a ser la misma que en Anduva. Los blanquiazules no arriesgaban nunca en la salida de la pelota y trataban de buscar a Willian José para comenzar su juego tras pivotar de espaldas. El brasileño dispuso de la primera ocasión en una media vuelta tras un servicio de Januzaj que se marchó desviado sin que Oyarzabal estuviera cerca de remachar. El Eibar tomó las riendas, sin ninguna profundidad ni veneno, hasta que en el minuto 19, en una contra, Willian abrió a Januzaj y su centro lo cortó con la mano Bigas. Pero una mano de las de antes, sin ninguna discusión. El penalti lo transformó con apuros Oyarzabal, ya que Dmitrovic le aguantó mucho.

Sin que hubiera ninguna incidencia destacable en las dos áreas, pese al continuo bombardeo de los locales, una falta de José Ángel la cabeceó Kike García y Zubeldia, de espaldas y sin aparente intención, alargó un brazo con la mala suerte de que le golpeó el balón. El árbitro, encantado (fue el que pitó el increíble penalti del Villarreal en San Mamés), decretó la pena máxima y Remiro, en su impresionante línea ascendente, adivinó y despejó el chut de Orellana. De ahí al final del primer acto, nada de nada. Un derbi infumable. Algo que no incomodaba a la Real y que parecía beneficiar a un Eibar simplón y con poca magia.

En la reanudación, a los cuatro minutos, Januzaj proyectó en largo a Oyarzabal, que, aunque sigue aparentemente poco inspirado, es vital para esta Real, y su centro no encontró rematador. Inui probó desde lejos a Remiro, y el duelo entró en una secuencia en la que si la Real marcaba iba a llevarse los tres puntos, pero si no lo lograba probablemente regresaría sin la victoria a Donostia. La entrada de Guevara le permitió nivelar una contienda en la que parecía que el Eibar iba creciéndose y la de Portu le permitió generar el segundo tanto. El murciano corrigió un mal control para convertirlo en una asistencia que Willian no desperdició. El brasileño respondió a la llamada de Imanol, que en la previa contó que le daba mucha rabia que no culminara su gran trabajo en Zubieta con tantos.

La Real se sintió ganadora y dejó pasar los minutos hasta que en el 89 Zaldua volvió a meter la mano sin tener en cuenta que es el vicio de este colegiado, y la pena máxima, pese a que la tocó Remiro, la transformó Charles.

El Eibar lo intento hasta el final pero con pocos argumentos y con escasa fe, pese a que la Real siempre pareció vulnerable y proclive a perder puntos ante un adversario menor.

La Real ya sabe lo que es ganar en Ipurua en Primera, lo que le convierte en el cuarto clasificado de la Liga y firme aspirante para acabar en Champions y el Eibar empieza a notar fuego en sus pies al desaprovechar el cartucho que le quedaba con el partido aplazado. En realidad, se impuso la lógica. Si se analiza el once de los dos equipos sobre el papel, parecía muy improbable que la Real volviera a dejarse puntos en Ipurua. A partir de ahora, sin la influencia del público, habrá que ver cómo reaccionan y compiten ambos conjuntos. Lo único cierto es que un derbi guipuzcoano, con todo el mérito que entraña que se dispute en Primera, no merece celebrarse a puerta cerrada sin el calor de sus respectivas aficiones. Y lo demás, está de más.

No es fútbol lo del VAR ni el nuevo deporte que convierte al fútbol en una búsqueda del penalti por manos y menos aún que sus éxitos y decepciones no se sientan en la grada. Estamos perdidos. Ya no sabemos ni a qué atenernos. Han secuestrado nuestra gran pasión. Pedimos rescate. Esto empieza a ser inaguantable. Un partido sin público es como un jardín sin flores.

Con un gélido ambiente al disputarse a puerta cerrada, los donostiarras acabaron también con la maldición de Ipurua en Primera

Oyarzabal adelantó a la Real de penalti, Remiro detuvo otro, Willian José pareció sentenciar y Charles acortó diferencias desde los 11 metros

El partido fue decepcionante, con dos equipos muy tensos y contagiados del frío ambiente, y ninguno generó apenas peligro