Jugaba la Real en el Benito Villamarín. Le ganaba 0-2 al Betis. Y en un abrir y cerrar de ojos encajó goles postreros que parecieron condenarle a un frustrante empate. Fue entonces cuando Iñigo Martínez conectó un misil desde campo propio que significó la victoria y que pudo salvar la cabeza de Philippe Montanier. Nunca sabremos exactamente hasta dónde habría llegado la paciencia del club con el técnico galo, de no haberse producido aquel triunfo. Sí resulta de dominio público en los mentideros txuri-urdin que el relevo estaba preparado. Y que tenía nombre y apellido. Luis Aragonés. Si el difunto Sabio de Hortaleza hubiese dirigido a la Real, probablemente habría llegado a pronunciar en la sala de prensa de Zubieta una de sus célebres sentencias. "Las cosas en la Liga se deciden en las últimas diez jornadas", acostumbraba a teorizar, en un análisis que siempre ha dado pie a injustos cachondeos. Explicado precisamente dentro de esa fase de partidos, los diez últimos, supone una obviedad como un templo. De ahí el choteo. Lo que pasa es que Aragonés se adelantaba al tramo final de las temporadas y hablaba en semejantes términos en septiembre, noviembre o incluso febrero, cuando le preguntaban por la coyuntura clasificatoria. "Nada. Todo se decidirá en las diez últimas jornadas".

Imanol Alguacil está recurriendo a un discurso similar durante la presente temporada. Su Real coqueteó con el liderato durante buena parte del otoño. Y viene ocupando puestos europeos, plaza arriba plaza abajo, a lo largo de casi la totalidad del curso. El míster, sin embargo, ha insistido siempre en la importancia del día a día, en el dogma de un "partido a partido" que ahora parece haber inventado Simeone y que en realidad es tan viejo como el propio fútbol. Imanol no habla de la clasificación. Aunque tampoco es tonto. Y se muestra muy consciente de dos circunstancias. Primera: se acerca la fase de la campaña en la que no suele quedar más remedio que estudiar la tabla y las diferencias de puntos con unos y otros. Segunda: alcanzar ese período con la Real metida de lleno en la pelea va a exigir aún mucho trabajo y muchos puntos sumados de aquí a finales de abril. "Ahora mismo luchamos con el Valencia por idénticos objetivos. A ver si podemos seguir diciéndolo cuando lleguen las últimas seis jornadas. Sería una buena señal". Los diez partidos de Aragonés, los seis de Imanol... ¿Qué más da? Ambos vienen a referirse a lo mismo. Y tienen razón.

Era julio. Del pasado verano. Como todos los julios, mes de sobremesas ciclistas. Mes de Tour. En pleno descenso del coloso Iseran, y ya con la subida a Tignes como último escollo de la decisiva etapa alpina, Egan Bernal ponía la carrera patas arriba cuando, de repente, empezó a granizar. Prueba neutralizada. Corredores a sus hoteles. Clasificaciones congeladas en el momento. La interrupción se produjo con el colombiano en situación ventajosa. Y casi todo el mundo interpretaría a posteriori que, en realidad, el suceso meteorológico apenas tuvo incidencia en el desenlace de la competición. "Bernal era el más fuerte. Lo estaba demostrando". Un servidor mantiene la teoría, sin embargo, de que el Tour sin granizada lo ganaba Geraint Thomas. Porque a Bernal le tocaba darse aún una buena paliza. Porque Simon Yates, soldado a la rueda de Egan, no iba a pegar un palo al agua. Y porque, mientras, el galés viajaba cómodamente a cola del grupo perseguidor, agazapado a la espera de aquel puerto final que nunca se subiría.

Esta es mi explicación meramente ciclista. Pero tengo otra más general, que abarca a todos los deportes e incluso a la vida en su conjunto. Las fotos fijas solo existen en la memoria de nuestros teléfonos. Todo lo demás evoluciona. El estado de las cosas nunca permanece inmóvil, aunque, arrastrados por la fuerza del momento, tendamos a establecer como verdades perpetuas realidades que solo son circunstanciales. Me vale para temas familiares. Me vale para trayectorias profesionales. Me vale para el Tour de Francia. Me vale para la Real. Que Egan Bernal vistiera el amarillo virtual bajando el Iseran no significa que fuera a enfundárselo sí o sí en París. Que nuestro equipo brille y juegue como los ángeles en la jornada X no garantiza que vaya a seguir comportándose así hasta el final de la Liga, por mucho que esto último se dé por sentado. De hecho, lo que implica haber alcanzado niveles como los exhibidos por el cuadro txuri-urdin es una comprensible dificultad para conservarlos en el tiempo, y no la seguridad de que todo permanecerá inalterable. Porque pocas máximas resultan más fidedignas en el fútbol que una muy recurrente en el mundillo. "Lo complicado no es llegar. Lo complicado es mantenerse".

Ha sido pasar la Real por encima de un Valencia mermado y fatigado y venirse todo el mundo arriba. Yo aún soy cauto: esto todavía se puede hacer muy largo. Y percibo esa misma cautela en las declaraciones del entrenador. Me da pena, y miedo también, que el aprobado de final de curso esté en el aire todavía, pendiente de los últimos resultados. Porque para mí la temporada ya es de notable. Y si lo que empezamos a vivir en septiembre termina teniendo continuidad hasta mayo estaremos hablando ya de matrícula de honor. Seamos conscientes, primero, de lo mucho que cuesta llegar a donde se ha llegado: es la propia Real quien ha situado el listón ahí arriba a base de trabajo. Tengamos en cuenta, después, lo mucho que va a costar nadar así de bien hasta la orilla. Espera marejada en los aledaños de la costa. Y la corriente no suele ayudar a tocar tierra: cuando la Liga entra en territorio Aragonés, la resaca se vuelve muy traicionera. Agarremos bien fuerte el flotador de la Copa.