Superada está la época de los pañales. Superado está también lo de empujar columpios. La vida son ciclos. Y ahora en el parque andamos metidos de lleno en el de quitar los ruedines a las bicicletas. Da pereza. Porque, una vez asentada una etapa, ganas tranquilidad y tiempo para dejar hacer a los enanos desde la despreocupación. Una cerveza por aquí, una tertulia por allá? Nada malo puede ocurrir en esa jungla de txirristas, súper héroes y coches teledirigidos. Hasta que a los críos les da por emular a Dumoulin, Egan Bernal y compañía. Yo ya me he despedido por unas semanas de la terraza de la cafetería para correr detrás de Van der Poel. En el fondo lo agradezco, porque la experiencia está acabando con los efectos de los excesos navideños. Y también me está recordando ciertas máximas de la física: por pura inercia, cuanta más velocidad adquiera la bicicleta más sencillo le resultará al chaval mantener el equilibrio. Los niños, aprendiendo a pedalear sin ayudas, me recuerdan a la Real.

Cuando pueden ir a toda pastilla, todo es maravilloso. Si no están cansados. Si no se cruzan señoras. Si no deben dar un giro muy cerrado. Si no hay una leve pendiente que ralentice la marcha. Si nada les rompe los esquemas, parecen Alaphilippe bajando el Galibier. Pero si algo falla? Si algo falla, su velocidad baja enteros, y llegan las caídas. La Real también necesita ritmos altos para ofrecer su máximo rendimiento. Y supone una grandísima noticia que en su repertorio existan diversas fórmulas susceptibles de acelerar los encuentros. Ha podido aplicarlas en casi todos los partidos. Lo que ocurre es que en el parque de la Liga también aparece el ineludible cansancio, también se cruzan señoras, también hay curvas cerradas y también esperan cuestas de cierta entidad. Se ha destacado hasta la saciedad que nuestro equipo arriesga, que corre mucho. Pero no olvidemos que lo hace con el objetivo de mantener el equilibrio. No olvidemos que su ritmo nos divierte, nos hace disfrutar. Y no olvidemos, sobre todo, que los accidentes sufridos por culpa de esa alta velocidad han sido los menos. Más nos las hemos pegado cuando las circunstancias han obligado a tocar el freno: una maniobra táctica del contrario, un adversario más de respuesta que de propuesta, una desventaja que remontar con el consiguiente repliegue rival?

Los txuri-urdin iniciarán el domingo en Sevilla, contra el Betis, la segunda vuelta liguera. Durante la primera sumaron 31 puntos. Si repitieran cifra, terminarían el campeonato con 62, guarismo muy susceptible de implicar premio europeo. La frialdad de los números dice que estamos en el buen camino. Es irrefutable. Si de ahí pasamos al terreno de las sensaciones, a la idea de juego de la Real, existe ya un debate de mayor calado. Un debate en el que yo lo tengo muy claro. Con 19 jornadas del campeonato por delante aún, con la Copa todavía por decidirse, ha llegado el momento de mojarse. Es lo más justo, ¿no? Una cuestión de equidad. Si aquellos que deciden deben hacerlo a priori, nosotros opinaremos a la par. De lo contrario, correremos el riesgo de ser ventajistas. El riesgo de venirnos arriba tras ganar en Vigo y de despotricar por perder ante el Villarreal. El riesgo de ensalzar partidos sacados adelante de aquella manera y de criticar otros perdidos injustamente.

Lo he expuesto en más de una ocasión. Si me consultaran a mí. Si tocara empezar de cero. Si la Real se dispusiera a construir los cimientos de un nuevo proyecto. Si todo ello se diera, yo apostaría por un fútbol un par de puntos más sosegado. Nos aburriríamos más. Nos costaría en mayor medida encarar ciertos contextos futbolísticos. Pero ganaríamos fiabilidad en el largo plazo. Sin caer en extremos vividos durante la reciente etapa con Asier Garitano, abogaría por una Real que hiciera los partidos más largos, que supiera protegerse bajando el bloque para dejar pasar fases comprometidas de los encuentros, y que compensara así las desventajas de mostrarse menos dañina en la parcela ofensiva. Una Real, en definitiva, no tan dependiente del ritmo como la actual. Una Real cómoda en duelos a priori menos atractivos para el espectador. Ocurre, sin embargo, que todo lo expuesto en este párrafo no sirve absolutamente para nada. Primero, porque ni yo ni mis gustos futbolísticos somos nadie aquí. Ni decidimos ni nos han dado vela en este entierro. Segundo, y muy importante, porque hoy es 14 de enero de 2020 y nos encontramos en plena travesía.

En este deporte no existen los interruptores capaces de hacer virar en una semana al transatlántico que supone un equipo, un ente vivo que además forman personas. El momento actual de una Real bien situada en la tabla viene trabajándose desde hace meses y meses. Los integrantes del proyecto, además, creen a pies juntillas en que el camino adoptado es el correcto, y no existe mejor combustible que el convencimiento de la tripulación. Una tripulación configurada para remar del modo en que se está remando. La escuadra de Imanol no es ni el Brasil del 70, ni el Milan de Sacchi, ni el Dream Team de Cruyff. Y como dijo el de Orio, los txuri-urdin necesitan reinventarse semana tras semana para mantenerse competitivos en el complejísimo panorama táctico de la Liga. Pero, llegados a este punto, toda pretensión de mejoría debe afrontarse desde el respeto a lo realizado hasta la fecha. Existe una base ya entrenada. Una senda ya recorrida. Sería una locura renunciar a ambas. No se trata de volver a ponerle ruedines a la bicicleta. Se trata de mejorar el equilibrio sobre dos ruedas. Europa pasa por conseguirlo.