El partido tenía mala pinta. La Real se había pasado las navidades deleitándose con lo guapa que es y lo que reluce su juego. Por si fuera poco, tanto su presidente como su entrenador se habían venido bastante arriba a la hora de fijarse objetivos a corto y medio plazo. Reconozcámoslo, estas cosas en Donostia suelen acabar mal. Y lo sabemos y estábamos avisados. Nadie hablaba de la dificultad del Villarreal. El encuentro seguía emitiendo un tufillo sospechoso hasta en el mismo descanso, pese a que en la primera parte la Real le había dado un baile por momentos escandaloso a los amarillos. Pero solo había conseguido marcar un gol. Esta película también la hemos visto demasiadas veces, como esas que repiten hasta la saciedad todas las cadenas en estas fechas (máximo respeto a Love Actually).

Y pasó lo que tenía que pasar. Los amarillos tenían un plan, sabían perfectamente que si conseguían salir vivos de los minutos en los que los donostiarras les iban a someter y hasta a avasallar, iban a tener sus opciones. En la primera contra que engancharon, con solo dos pases, Chukwueze apareció por sorpresa en el centro y fue derribado de forma muy inocente por parte de un Zubeldia que continúa con su máster para ser central. Ayer suspendió, porque no se puede llegar tan tarde y mal y está prohibido derribar de esa forma a un contrario dentro del área. Pudo ser peor, porque la infracción era tarjeta amarilla de cajón, lo que hubiese supuesto su expulsión, pero Sánchez Martínez, que se gusta a sí mismo tanto o más que la propia Real, decidió que la pena máxima era suficiente castigo. Por si fuera poco, en otra acción aislada que arrancó en un córner, los blanquiazules achicaron y salieron aún peor sin darse cuenta de que dejaban a dos rivales solos a sus espaldas. Uno de ellos, un tal Cazorla, que no jugó en la Real porque Jose Mari Bakero consideraba que un millón de euros era demasiado hace casi 20 años, la cruzó a la red con maestría. Como si fuera sencillo.

No hay nada más frustrante y que genere mayor impotencia que un equipo que es capaz de jugar como los ángeles en la primera parte acabe tirando los puntos por la borda por errores puntuales e infantiles. O lo que es lo mismo, regalos de Reyes. Que ayer solo faltó darles algún paquete con lazo incluido uno a uno a todos los representantes del submarino amarillo. Muchos dirán, y se puede entender, que estas cosas pueden pasar con una apuesta tan arriesgada y ofensiva, que los partidos de la Real son los más divertidos de la Liga, que nunca defraudan, pero, qué quieren que les diga, me cuesta creer que piense así la mayoría de los txuri-urdin. Se entiende que esas reflexiones las haga un espectador imparcial, pero no un socio realista que ayer salió de Anoeta más caliente que un tubo de escape con el carbón con el que le habían obsequiado los suyos. Hacía tiempo que el estadio no se quedaba tan callado después de un gol en contra. Se apagó hasta la Grada Zabaleta. Nos volvimos a dar de bruces con la realidad y esta determina que no es oro todo lo que reluce. Que la Real ataca de forma estupenda y practica por momentos el mejor fútbol del campeonato, pero que defiende fatal. Que es un desastre atrás. Y no es porque haya malos jugadores, sino que la responsabilidad se encuentra en el funcionamiento general del equipo a la hora de hacerse fuerte en la zaga. Era un partido clave, porque un triunfo suponía despedirse casi de forma definitiva de un rival directo en la carrera por Europa y se perdió. No se empató por mala suerte y tal. No, se perdió, cero puntos. Tercera derrota en casa en nueve partidos. ¿De verdad esos números permiten estar tranquilos ante la posibilidad de que el año que viene jueguen en Europa? No lo creo. Y otro encuentro que le remontan lo que pone en evidencia su falta de carácter. Que el Athletic, ese del que muchos se mofan diciendo que no dan tres pases seguidos, no ha perdido ni un solo choque en el que se ha puesto por delante. Y que está a dos puntos de esta Real que a veces nos creemos que es el Ajax de Cruyff sin darnos cuenta de que, aparte de jugar, defendía de maravilla. Les metían muy pocos goles.

Y es curioso, muy curioso. Que nos hemos cansado de repetir que los rivales que peor se le dan a este equipo son los que vienen a encerrarse y a no dejar jugar. Pues bien, los guipuzcoanos solo han sido capaces de sacar adelante dos de los duelos ante los diez primeros: ante el Atlético en casa y fuera en Granada, que ayer le arrebató la posición al Levante, que también se había llevado los tres puntos de Donostia. A ver si la Real no va a ser tan buen equipo? Algo falla. Y aquí también hay que incluir lo mal que ha solido reaccionar Imanol cuando se le han torcido las cosas en los partidos de casa. Nadie discute su medalla por su responsabilidad en que por momentos la Real juegue de forma primorosa, pero el fútbol exige hacer bien muchas más cosas aparte de la destreza y habilidad con la pelota.

Repitió alineación El técnico oriotarra volvió a apostar por el mismo once que se impuso en el espectacular partido de locos de Pamplona. Con una novedad. Debido al estropicio defensivo que estuvo a punto de destrozar una victoria que tenía visos de acabar en severa goleada, y después de los justificados palos que se había llevado Diego Llorente, el técnico decidió cambiarle de posición con Zubeldia y situarle en la derecha. Todo iba bastante bien cuando no les exigían, claro. Cuando lo hicieron, se acabó la historia. Los centrales de la Real son justitos y los del Villarreal, estupendos (sobre todo Pau Torres), contuvieron la victoria de los suyos. Esta es la diferencia. Porque nadie puede discutir los dos buenos arsenales ofensivos que tienen ambos equipos.

Los primeros 20 minutos de los donostiarras fueron casi los mejores de todo el campeonato. Con combinaciones excelentes, dando muchísimos pases y buscando siempre romper líneas, sin precipitarse? Todo encajaba y tenía sentido. Daba gusto verles jugar. Los amarillos, que no la olían, tenían la sensación de que les podía caer la del pulpo. Pero esta Real no tiene instinto asesino pese a contar con excelentes armas ofensivas. Y probablemente fue en sus momentos de abrumadora superioridad cuando fue cavando su tumba al no sentenciar el choque. A los tres minutos, la primera diagonal de Mikel Oyarzabal, asistido por Odegaard, acabó en un disparo alto de Portu en el rechace de Asenjo. Tras un susto que salvó Monreal, llegó otra acción sublime con participación de Oyarzabal, Willian José, Odegaard, con el último pase, y Portu, cuyo disparo al muñeco lo repelió el meta visitante. En la quinta jugada, moviendo el balón por todo el campo en una lección magistral de pases precisos, llegó la diana de Willian. Esta vez intervinieron Guevara, Merino, Odegaard, con una preciosa apertura, Portu, en el centro, y el brasileño, que mató en un remate más complicado de lo que parecía.

Pese a su superioridad y a su dominio, solo Odegaard estuvo cerca de anotar el segundo en un buen chut que se marchó desviado por poco. Antes, Chukwueze avisó de la que tenía preparada en un disparo raso que salió cerca del palo.

Todo se vino al traste en la reanudación. La Real ya no estaba tan fina y comenzó a perder muchos balones; la figura de un Odegaard inesperadamente fallón e impreciso se fue apagando; y la situación ya no estaba tan controlada. Sin apenas llegar al área, saltaba a la vista que los locales iban a tener que marcar otro tanto si querían llevarse el duelo. El Villarreal se fue dando cuenta de que estaba robando buenos balones propicios para conectar contras y la primera vez que encontró en carrera a Chukwueze logró reventar el duelo. Oyarzabal, un futbolista de primer nivel, que firmó un despliegue físico y futbolístico para el recuerdo, estuvo a punto de rescatar a su equipo al servir en largo a Portu, cuyo centro lo acabó estrellando en el larguero Mikel Merino después de controlar la pelota. A partir de ahí, mucha precipitación, un equipo roto por los cambios, un estadio apagado, un colegiado lamentable y muy pocas ideas. Demasiadas pocas. La Real se había ido del partido. Ya no estaba.

Cuidado, porque el Valencia ya ha alcanzado a los realistas, el Villarreal aparece a la vuelta de la esquina y el Athletic se acerca? Para entrar en Europa la Real va a tener que sumar por lo menos los mismos 31 puntos de la primera vuelta. Y eso significa ganar muchos encuentros. Si no eres fiable, siempre vas a estar cerca de la derrota. Entre otras cosas, porque sin garantías aparecen las dudas. Y con estas, el miedo. La Real no puede ir por la Liga regalando partidos.